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Un dandy en calzoncillos

El mirador del dandy, de Celso Varela, es la atalaya donde se pasa revista a la elegancia, el estilo y el arte de la distinción. Este espacio está dedicado a quienes entienden que todo modo de vestir es en el fondo un modo de vivir. Hoy publicamos la primera entrega de esta serie de artículos.

De niño me vi apremiado a responder a dos preguntas que me formulaban de modo recurrente: “¿De qué equipo eres y cuál es tu superhéroe favorito?”. Tan joven y ya teniendo que elegir cuál de las dos Españas iba a helarme el corazón.

En lo que respecta al fútbol, yo era el equivalente deportivo de la mayoría de los escritores de España: tenía muchas ganas, pero ningún talento. Cuando en el recreo los dos capitanes iban eligiendo por turnos a los jugadores para formar sus equipos, a mí siempre me dejaban para el final. Tanto daba en qué bando estuviera porque podía acabar metiendo un gol en cualquiera de las dos porterías. Decía Woody Allen que en la guerra solo valdría para ser prisionero, y yo creo que en el fútbol solo valgo para ser lesionado.

"Más allá del atractivo de las rayas azulgranas, hubo un elemento determinante para decantarme por el Barça, y fue que el blanco que lucía el Madrid no era impoluto"

A pesar de lo mucho que me divertía jugar al balón, nunca sentí el menor interés por ver partidos en televisión, coleccionar cromos, mantenerme al tanto de los fichajes o irme a una fuente a celebrar un nuevo trofeo. Sin embargo, tanto niños como adultos me martilleaban con el mismo afán inquisidor: “¿Eres del Barça o del Madrid?”. Había por tanto que zanjar la maldita cuestión. A falta de un criterio deportivo, adopté el único que me pareció moralmente válido: me hice del equipo que tenía el uniforme más bonito. Si había que sentir los colores, que fuese la paleta más hermosa. Me hice, pues, del Barça.

Más allá del atractivo de las rayas azulgranas, hubo un elemento determinante para decantarme por el Barça, y fue que el blanco que lucía el Madrid no era impoluto, sino que un churretón en la pechera emporcaba el conjunto: era el logo de una marca de electrodomésticos. En cambio, la camiseta del Barça (junto con la del Athletic de Bilbao) presentaba una limpieza desprovista de marbetes comerciales. Solo por esa heroicidad de renunciar a una millonada en pro de la estética, el Barça fue alguna vez para mí més que un club. Por eso es desolador que tantísima gente se vista siguiendo el criterio contrario al del Barça de mi niñez: que no solo no cobren por un logo, sino que apoquinen importantes cantidades por él. Hay que ser muy imbécil y tener muy mal gusto para pagar por llevar publicidad.

"Se me ocurre que Batman y Superman representan respectivamente los dos principales estilos en la indumentaria clásica masculina: el inglés y el napolitano"

Resuelto el tema del fútbol, tocaba dirimir el de los superhéroes y escoger entre Batman y Superman (Spiderman nunca estuvo en la quiniela porque un superhéroe sin capa ni es superhéroe ni es nada). Dada la alergia que siempre me ha provocado lo sobrenatural en la ficción, debería haber optado por Batman, pues, más allá de ser obscenamente rico, no tiene ningún superpoder, pero de nuevo la gracia en el vestir inclinó la balanza y Superman se impuso por goleada. ¡Qué porte, qué prestancia, qué apostura! A mí con Superman me pasa lo que a Lois: que se me mojan las bragas.

Se me ocurre que Batman y Superman representan respectivamente los dos principales estilos en la indumentaria clásica masculina: el inglés y el napolitano.

Batman encarna a la perfección el estilo inglés, con trajes muy armados y en tonos oscuros, sin colores llamativos ni estridencias. Todavía hoy las sastrerías de Savile Row, en la City londinense, mantienen como divisa aquella máxima de Beau Brummell: “Si cuando vas por la calle la gente se gira para mirarte, es que no vas bien vestido”. El estilo inglés es irreprochable, pero le falta esa alegría de vivir, ese no sé qué que te brinda el sol de Italia y que a mí tanto me enamora (qué le voy a hacer si yo también nací en el Mediterráneo).

"Hay sin embargo un ligero ademán de dandy que humaniza a este dios en la tierra: el que hace al apartar la capa para sentarse"

Superman, en cambio, personifica el estilo napolitano, creado para quien vive en zonas cálidas y quiere ponerse un traje, no porque esté obligado a ello, sino porque disfruta haciéndolo, porque la indumentaria es una de las muchas facetas de su amor a la belleza. Este estilo se caracteriza por prendas desestructuradas que se ajustan mejor al cuerpo, materiales ligeros y, por encima de todo, una profunda libertad creativa en la elección de los colores, lo cual convierte el acto de vestirse en una obra de arte. Tú ve a un italiano y dile que debe ir ataviado de tal forma que cuando vaya por la calle la gente no se gire para mirarlo, a ver lo que te dice.

El traje napolitano de Superman se nos presenta en todo su esplendor en una de las escenas más memorables de la historia del cine, la de Lois Lane colgada de un helicóptero en lo alto de un rascacielos. Siempre que veo a Christopher Reeve correr hacia la cámara y destaparse la camisa para mostrar su emblema de Superman, siento una emoción parecida a cuando Dorothy, en la película de El mago de Oz, abre, tras el paso del tornado, la puerta de su hogar: de repente el mundo se ha llenado de color.

En otra de mis escenas favoritas de Superman, la de la entrevista en la terraza de Lois (con tantos sobrentendidos que solo capté cuando me hice mayor), podemos apreciar la donosura con la que Christopher Reeve se desenvuelve con su traje: con qué liviandad se posa en el pretil y con qué duende camina, como si sus pies no llegasen a tocar el suelo. Es sublime, hercúleo, solar. Hay sin embargo un ligero ademán de dandy que humaniza a este dios en la tierra: el que hace al apartar la capa para sentarse. Es una pequeña coquetería que nos quiere decir: “Sí, puedo enfrentarme al fuego, al azufre y a la radiación nuclear, pero no voy a arrugarme la capa en esta silla”.

"Resulta fascinante que Christopher Reeve, con la corbata y el traje cruzado de Clark Kent, tenga aspecto de panoli, y en cambio, con el mono de licra de Superman, consiga parecer un gentleman"

Resulta fascinante que Christopher Reeve, con la corbata y el traje cruzado de Clark Kent, tenga aspecto de panoli, y en cambio, con el mono de licra de Superman, consiga parecer un gentleman. Christopher Reeve logra lo que las películas de Alfredo Landa habían dado por imposible: que un hombre pueda estar elegante en calzoncillos y con calcetines hasta la rodilla.

¡Qué bien, por cierto, le habría sentado a Christopher Reeve aquel uniforme del Barça!

Habréis notado que, al hablar de Superman, me refiero exclusivamente a Christopher Reeve. Esto es así porque cualquier otro Superman, ya sea anterior o posterior a él, me parece una falsificación. El único Superman verdadero es Christopher Reeve, con el traje que le diseñó Yvonne Blake y con la música de John Williams. Después de Christopher Reeve, cualquiera que se vista de Superman solo puede hacer una cosa: el ridículo (con mención especial del jurado para Ruiz Mateos).

He querido por ello estrenar este mirador del dandy rindiendo tributo al actor que me maravilló en mi infancia, solo para descubrir, al teclear estas líneas, cuánto lo sigo queriendo de mayor. Vaya, pues, este sentido homenaje al héroe que me enseñó que el mayor superpoder de un hombre es ser elegante.

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