Te agarran del brazo, te levantan de donde sea que hayas posado el trasero, te dan unas palmaditas en la cara (vas a necesitar estar espabilado), te empujan por una puerta del Ministerio del Tiempo y caes en una trinchera en plena batalla. Da igual si eres nazi o de los buenos, no eres el protagonista de esta película, eres relleno, atrezo para decorar el fondo de los tipos a quienes sí enfocan las cámaras. Ellos llevan botas de su talla y las mantienen limpias. Tú, aunque recibas una medalla, siempre estarás pisando barro.
Si sobrevives, mañana te recordarán que sigues en el infierno cuando te lleves a la boca lo que haya de comer. Está malo, sí, se ha primado darte la energía suficiente y se ha sacrificado el sabor. De todas formas, ya podría venir tu madre a guisarte tu plato favorito que aquí te va a saber horrible.
Te dolerán los pies. El barro, la humedad y las horas de pie en la trinchera no son un tratamiento recomendado. Es posible que no vuelvas a ver calcetines secos, por eso es importante que te quites las botas de vez en cuando y vigiles que no se te pone nada de color negro o se te desprende la piel. Ya tenemos varios barriles llenos de pies amputados.
Si caes herido, irán a por ti cuanto antes. Los camilleros tienen la orden de evitar en la medida de lo posible que los soldados vean y escuchen a los heridos. De hecho, tendrás que esperar hasta la noche para ser trasladado al hospital de la ciudad más cercana. Nadie quiere que los civiles vean pasar un camión tras otro cargado de soldados caídos. Y menos aún lo que hay dentro: “cabezas con el cráneo tan destrozado que los huesos, los sesos y la almohada forman una sola masa; maxilares que han volado por los aires dejando solo un par de ojos que mendigan alivio por el dolor. Pechos perforados por la metralla y pulmones que arrojan sangre a borbotones por varios orificios; piernas sin pies; carne roja despedazada y sangre que empapa las camillas”.
Si tienes la fortuna de morir sin sufrir en el campo de batalla, nos consolaremos si el enemigo no te usa para colocar una mina o trampa cazabobos. Ya nos jodería que, incluso muerto, te lleves por delante a los sepultureros que vayan a recuperar lo que haya quedado de ti.
Te daríamos las gracias, pero en realidad es tu deber y deberías sentirte orgulloso. Nadie se acordará de ti. A menos que lean Puro sufrimiento: la vida cotidiana de los soldados en la Segunda Guerra Mundial, de Mary Louise Roberts. Entonces sí.
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Autor: Mary Louise Roberts. Título: Puro sufrimiento: la vida cotidiana de los soldados en la Segunda Guerra Mundial. Traducción: Elena Marengo. Editorial: Siglo XXI. Venta: Todostuslibros.
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