Un día con amigos, de Philip Waechter: poderes transformadores

El punto de arranque de la historia es el aburrimiento y tristeza de Mapache, quien, solo en su casa, decide hacer una tarta como último recurso para entretenerse. Al no encontrar huevos, se ve obligado a salir, y esta circunstancia suscitará la modesta aventura que convertirá su tedio en una lección de amistad risueña. Se inicia a partir de este momento una retahíla de encuentros propia del juego popular: Mapache pide huevos a Zorro, que tiene gallinas (broma bienhumorada); Zorro necesita una escalera para arreglar el tejado, por lo que van a pedirla a Tejón; Tejón no puede resolver un crucigrama donde se pregunta por algo relacionado con la miel, por lo que salen a buscar a Oso, experto en ella; Oso no está en casa, ha salido a pescar. Pero Corneja los guiará hasta el río, de manera que, de forma azarosa, se consumará un encuentro que termina en abrazo.

Toda la peripecia propicia un ejercicio de paisajismo ejemplar, donde Waechter, con trazo suelto y colores delicados, inserta a los animales en un entorno natural amplio, gozoso. El campo aparece despejado, en contraste con los interiores de las casas, graciosamente atiborrados. La composición apaisada permite una contemplación rica de un paisaje vivido, en el que los personajes aparecen integrados orgánicamente, como una pequeña parte natural de ellos. Waechter dibuja movimientos horizontales (paseos, carreras) y verticales (escaladas, el vuelo de la corneja) que amplían el espacio, junto con un manejo sabio del blanco de la página, en perfecto equilibro. Los cambios de perspectiva son continuos, permitiendo una variedad de planos (generales, de conjunto, panorámicos, picados, cenitales…) que propician un efecto de envolvimiento, de disfrute completo de la escena.

Todo ello, este disfrute formal, está al servicio de algo más importante: la constatación del placer del tiempo compartido, del disfrute de la amistad. El azar que propicia los encuentros aparece subrayado por la reflexión, el pensamiento que suscita la experiencia en los diferentes personajes (“¡Qué bien, un paseo con Zorro!”, piensa Mapache; “¡Qué bien, un pícnic con Tejón y Mapache!”, piensa Zorro; “¡Qué bien, una escalada con Mapache, Zorro y Corneja”, piensa Tejón, etc., etc.). Este juego acumulativo para el lector es el equivalente gozoso del juego que reúne a los protagonistas y que les permite disfrutar de la lección del libro: la alegría es don comunitario y crece en los pequeños gestos (un paseo por el campo, una merienda compartida, un chapuzón en el río…). La amistad disipa la tristeza.

Llegado el atardecer y regocijados con el juego, los amigos cumplen con las tareas individuales que azarosamente los reunieron (completan el crucigrama, consiguen una escalera, reparan el tejado, cogen huevos con los que preparar tarta de manzana…) y disfrutan al aire libre, juntos, del primor del crepúsculo. Esta pequeña fiesta al raso, finalizado el día, es el emblema que sella la lección de apertura y amistad a la que se consagra el libro.

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Autor: Philip Waechter. Traductor: Lorenzo Rodríguez López. Título: Un día con amigos. Editorial: Lóguez Ediciones. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.