Un viaje apasionante a las entrañas de la historia
Tuve noticias de Fernando Lillo por primera vez en mi instituto de Huelva, el Pablo Neruda, allá por los primeros 90. Llegó a mis manos Un salmantino en Mérida, cartas de un joven salmantino que le contaba a un amigo su viaje a la Emérita romana en pleno apogeo de la misma. Utilicé este librillo, que incluía una nutrida gama de actividades para un mejor aprovechamiento didáctico, como lectura obligatoria para mis pupilos. Por entonces, nuestros viajes de estudios conducían inexorablemente a Mérida, Sus monumentos, sus calles, sus parajes las hicimos onubenses viviéndolas en primera persona como apasionados viatores, lejos del estereotipo del turista que sólo se mueve por el postureo. A esto ayudó el que mis cachorros habían leído a Lillo: buscaban en el anfiteatro el palco desde el que protagonista Marcus Fabius asistió a la lucha del rinoceronte contra el elefante; en el teatro de Metellinum (por entonces aún en excavación) me escuchaban explicarles lo que era la pantomima a la que los personajes de las cartas acudían; y en el Museo Nacional de Arte Romano exploraban vestigios hallados en el Mitreo o en la necrópolis de los relatos. Una manera ideal de aprovechar un viaje, llevando en sus alforjas la lectura previa del opúsculo del castellonense mutado en vigués.
Este otoño pandémico pude libar una de sus últimas piezas, Un día en Pompeya, que ha de convertirse en vademecum imprescindible para todo aquel viator que desee vivir Pompeya y su aledaña Herculano, alejándose del turista inane que sólo busca autorretratos y postureos, que bufa cuando sólo cree ver, hastiado, ruinas, añorando la pizza acartonada que le van a servir en el buffet o los quintos que se tomaría en su chiringuito del alma si su Paqui no lo hubiera convencido a apuntarse en este coñazo de viaje pa ver cuatro piedras desparramás. Si desea sentir lo que susurran estas ciudades inmortalizadas por el Vesubio tras su aniquilación (funesta paradoja), prestar oído al murmullo de sus muros, poner alma a quienes habitaron estas ruinas, el manual de Lillo se convertirá en el mejor cicerone.
A través de él podemos acompañar al agricultor Eufemo, que desde su heredad en el extrarradio acude al foro a vender sus hortalizas en compañía de su hijo adolescente, que sueña con escaparse del control del padre para irse de jarana con sus amigos. En su recorrido asistimos a una jornada habitual en el bullicioso mercado, conociendo al paisanaje que lo preña de vida, esperando con ansia el espectáculo de gladiadores al declinar la tarde. Experimentamos con el adinerado Gayo Cuspio Pansa las emociones de un vástago de noble familia que se postula como candidato para duoviri (cargo con atribuciones edilicias). Recibimos a sus clientes en la salutatio matutina y conocemos su domus.
Acompañamos a uno de ellos, el panadero Terencio Neón, a su mansión, en la que está inmortalizado en un fresco junto a su esposa, mostrando su amor por la escritura. Sabemos las peripecias del banquero Cecilio Jucundo, del profesor Julio Heleno y del lavandero Estéfano, en los lugares donde dejaron rastro, conociendo detalles de su oficio. Palpamos el ambiente de los bajos fondos a través de ladronzuelos, prostitutas y ludópatas.
Nos estremecemos con las vivencias de un puñado de gladiadores en la arena del anfiteatro, mientras que en una lujosa villa la compañía de un afamado actor de pantomimas deleita a un selecto grupo. Cenamos en la fastuosa Villa de los Misterios e intentamos desentrañar el misterio de sus excepcionales frescos. Sufrimos la agonía de los que perecieron en Herculano y en Pompeya cuando el Vesubio regurgitó su cólera.
Todo ello documentado a través de un exhaustivo trabajo basado en fuentes bibliográficas y arqueológicas. Fernando Lillo nos ofrece un mosaico multicolor de la vida en esta urbe con una prosa ágil y transparente, con la precisión y amenidad de quien está acostumbrado a aplicar el tópico horaciano del docere et delectare. Sus muchos años de experiencia a pie de tiza quedan patentes en la redacción de un libro para ser disfrutado tanto por los iniciados en el mundo romano como por los que deseen aproximarse con ojos ávidos a él por primera vez. Un manual que será doblemente gozado si seguimos los andares de sus personajes a través de un buen mapa del conjunto arqueológico, si completamos la excelente selección de imágenes que el autor nos ofrece a todo color con un paseo virtual por las muchas fotografías y planos que la red de redes nos proporciona.
Un día en Pompeya es un soplo de brisa en estos tiempos aciagos de pandemia y confinamiento. Una ventana abierta al viaje, a las entrañas de la Historia, a la vida.
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Autor: Fernando Lillo. Título: Un día en Pompeya. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros y Amazon
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