El diálogo que el escritor Manuel Vicent ha establecido entre sus vivencias y las pinturas de Joaquín Sorolla en la exposición «En el mar de Sorolla con Manuel Vicent» evoca las luces y sombras que se esconden tras todo mar, y especialmente el Mediterráneo, que ambos artistas han conocido tan bien.
El visitante se trasladará por cuatro escenarios: el mar como escenario de placer, donde pueden verse sus icónicas pinturas de niños en la playa; el mar como escenario de trabajo, donde cobran protagonismo los pescadores; el mar como escenario de ocio, con esas imágenes de la burguesía disfrutando de la playa; y el mar como fuente de espiritualidad.
Junto a estas obras plásticas se integran los textos creados por Manuel Vicent como si fueran «un lienzo más», y en los que el escritor ha plasmado sus vivencias en torno al mismo mar y a las imágenes que pintó Sorolla. Evocan, a su juicio, la belleza y la luz, pero también la destrucción, miseria y dolor que han convivido y aún conviven en el Mediterráneo. «Ese Mediterráneo, donde ha surgido lo más glorioso de nuestra cultura, es también un sarcófago de gente que está muriendo todos los días», y desde sus orígenes ha estado rodeado de belleza pero también de violencia y destrucción, ha afirmado Vicent, quien ha destacado que esa «dicotomía» y «ambivalencia» puede verse reflejada en los cuadros del pintor. Al respecto, indica que «esa luz y esa felicidad que se le atribuye a Sorolla en los cuadros», con esos marineros que salen del agua sentados en los bueyes o tirando de los costados de la barca, y con esas pescadoras con cara de ser mujeres fortísimas, conviven con un mundo que en realidad «está lleno de blasfemias, de miserias y de dolor».
El escritor afirma que cuando conoció las pinturas de Sorolla, tenía la sensación de que las había vivido, pues vio reflejada su infancia en aquellos niños de sus cuadros que se bañan o juegan con un barco de papel en el mar o en aquellos pescadores que llegan con sus bueyes a la playa. Con apenas tres meses, Manuel Vicent (La Vilavella, Castellón, 1936) ya estaba en el Mediterráneo, y está convencido de que todas las sensaciones asociadas a ello (el sonido del mar, la brisa cargada de sal, el olor a calafate y brea o la succión de la resaca) forman parte de la estructura de su cerebro primero, y después de su pensamiento. Vicent ha vivido siempre vinculado al mar, hasta el punto de que llegó a identificar su pensamiento con la línea azul del horizonte del mar, un elemento que ha asociado siempre con la libertad y con la inmortalidad.
«Cuando vi por primera vez un cuadro de Sorolla pintado en el Mediterráneo yo ya me lo sabía, porque saber solo es recordar», señala uno de los textos de esta exposición, que se completa con fotografías de la época del pintor y sus escenarios en el Mediterráneo, y con un audiovisual en el que el Vicent relata sus vivencias y las vincula a las escenas reflejadas por Sorolla.
Según el director del Museo Sorolla, en esta exposición el mar del pintor valenciano «se convierte en un escenario literario para Manuel Vicent», que «va poniendo voz y narración a los cuadros de Sorolla», y en la que se huye de la «mirada académica». Ha explicado que durante los tres años en que han estado conmemorando el centenario de la muerte del pintor, el objetivo no ha sido reivindicar al artista, pues Sorolla es «bien conocido y reconocido», sino más bien celebrarlo. En este sentido, ha destacado que la muestra que se inaugura en València es «inédita en muchos sentidos», ya que incluye más del doble de obras que la inaugurada en Madrid y muchas ellas han sido poco o nada vistas, ya que provienen de colecciones particulares, así como de otras instituciones. Varela ha destacado que el Museo Sorolla, que acaba de cerrar sus puertas con motivo de las obras de rehabilitación y ampliación, siempre ha mirado hacia València para mantener viva esa vinculación del pintor con su tierra natal, y es un camino que seguirán recorriendo aunque concluya ahora el centenario.
Visitar el museo Sorolla de Madrid está entre mis entretenimientos. Es un lugar precioso, con ese jardín y esas fuentes idílicas. Hay lugares mágicos y este es uno de ellos.
La aportación de Manuel Vicent en la exposiciòn del pasado año estuvo perfe ta. Es una pena no poder acudir a la de Valencia.
Recordar y conmemorar a este excepcional pintor que permaneció lejos de las exaltadas e injustamente super valoradas vanguardias, está muy bien. Hace poco expresaba Juan Manuel de Prada, tanto en su libro como en una entrevista, su opinión al respecto, que coincide con la mía. Hay que valorar más a los pintores que no cayeron en ello y a sus obras.