Terra incognita es, como su nombre lo indica, una zona que queda fuera de la realidad plasmada en un mapa. Allí, los paralelos y meridianos sufren una inevitable singularidad: desaparecen, como todo lo demás. Cuando empecé el primer borrador a mano de esta novela en 2001, poco podía imaginar en cómo terminaría su aventura —o cómo iniciaría, depende cómo se vea—: el punto final se escribió en Huelva, a ocho mil kilómetros de donde la inicié y a dieciocho años de distancia. Además, su primera presentación se hará en la tierra donde nació su protagonista.
Gonzalo Guerrero, mi protagonista, fue un marinero originario del mítico puerto de Palos. A inicios del siglo XVI zarpó en algún navío hacia América, donde vivió una vida intensa y atípica: tras un crudo naufragio en las Antillas, fue esclavizado por los mayas. Bajo su yugo sufrió incontables penalidades y humillaciones, pero de alguna manera logró ascender al máximo rango militar, y así, comandó guerras contra los primeros españoles que arribaron a la península de Yucatán, retrasando su conquista. Y no solo eso: se casó con una mujer maya con la que tuvo hijos, los primeros mestizos de lo que se convertiría en la Nueva España. Cuando hablamos de la Conquista de México y América, generalmente no se nos viene a la mente alguien que haya vivido semejante vida, solo nombres manchados de sangre: Cortés, Pizarro, Alvarado, Montejo, Pedrarias Dávila.
Supe de su existencia gracias a la conmemoración de los 500 años de la llegada de Colón a la isla de Guanahaní. Este boom, que hizo eco con libros, películas y documentales, me alcanzó a la impresionable edad de doce años, y Gonzalo Guerrero ocupó un lugar que no dejó desde entonces: repasé su historia una y otra vez y busqué información hasta que me decidí a contar mi propia versión de lo que le había pasado al onubense en Yucatán. Descubrí que Guerrero era más bien un fantasma, un enigma, y eso me animó más. Las notas fueron tomando cuerpo diariamente en una libreta de anillas.
El primer borrador tuvo un inicio accidentado, como el naufragio que dio pie a esta aventura. Siendo todavía muy joven, hambriento de publicaciones y de ser reconocido, me topé con una primera prueba durísima. Con ilusión desbordante, entregué ese primer borrador (ya pasado a Word e impreso muy bonito) a una profesora de Historia del Arte de la universidad, una erudita y lectora implacable. Cuando me citó a su despacho para hablar de mi primer intento unos meses después, el alma se me cayó a los pies: cada párrafo estaba tachonado, había notas al margen que señalaban a más notas al pie y que a su vez me señalaban a mí: era una broma de intento, me faltaban lecturas, trabajar la narrativa, y tener lo necesario para que esa historia no fuese una investigación pura y aburrida (que, para salvar un poco la penosa situación, mi investigación era lo único rescatable de ese tocho).
Claro, esa clase magistral que me dio la profesora no me sentó nada bien. Nada que nos corrige el rumbo de esa manera sienta bien a los veinte años. Seguí estudiando mi carrera de Turismo, y dejé el manuscrito impreso y bonito de Word tachonado en el fondo de un cajón (el original, el cuaderno de anillas se fue quedando y perdiendo en mi armario). Los años pasaron, y cada vez que me acordaba, me abocaba a los tachones y las notas al margen con desgana.
En 2011, justo en la conmemoración de los 500 años del naufragio de Guerrero, tuve una difícil situación personal, y la libreta de anillas terminó triturada, sus páginas hechas trizas y regadas por las escaleras. Un último ápice de cordura impidió que las quemara, pero me deshice de ese primerísimo borrador a mano. Decidí que no quería saber nada de Gonzalo Guerrero ni de los tachones ni de la narrativa. Al final, me salvó mi terquedad.
Claro, el archivo de Word de la novela estaba intacto en mi laptop. Tras destruir la libreta y estar meses navegando en un batel a la deriva, al fin vi tierra; salí de ese naufragio, recogí los pedazos de mi vida tirados en la escalera, y retomé seriamente Terra incognita. Recordé la plática de mi profesora y al fin la comprendí. Tras largos años, logré quitarme la venda que no dejaba ver más allá del ego y el orgullo. Llegó el 2013 y quedó a la orilla de ganar un jugoso premio literario. Eso me animó, pero lo mejor fueron las amistades que me regaló el ser finalista: escritores con los que sigo teniendo contacto y que con los que comparto momentos narrativos y de vida.
No me decidía a publicarlo. Sentía que le faltaban cosas, que el proyecto, a pesar de haber quedado a punto de ganar algo, necesitaba «eso» que haría que tantos años valiesen la pena. ¿Qué podía hacer para acercarme a Gonzalo Guerrero? ¿Lo conocía bien? ¿llegaba a llenar sus botas por solo un momento?
Y «eso» llegó en 2016. Tras treinta y cuatro años de vivir y caminar en Cancún, tomé la decisión de venir a España, indefinidamente. La razón no fue la misma de Gonzalo Guerrero: a él lo depositó una tormenta y el azar en las playas del Nuevo Mundo. A mí me trajo una bellísima andaluza. Hice entonces ese viaje inverso, y en los años que me ha tocado aprender, reaprender y pensar las cosas de un modo diferente a como lo hacía en México, todo eso terminó por darme la respuesta final al enigma de Gonzalo Guerrero. Cádiz, Andalucía, Huelva, todo era terra incognita para mí al llegar. Los paralelos y meridianos desaparecían ante mí, y mientras me hacía con el sentimiento español, al fin pude calzarme por un instante las botas de mi personaje principal y protagonista. Eso sí, el azar terminó por traerme a Huelva, una Ítaca que vislumbraba desde que tenía veinte años: a Virginia le habían dado su vacante de profesora y llegamos en 2018 a la tierra que vio nacer a Gonzalo. Una lotería de uno entre miles, y una llamada telefónica del Ministerio de Educación nos mandó a residir a unos kilómetros de su pueblo natal, Palos.
Lo demás, como dicen, es historia. El libro terminó publicado con ayudas inestimables, y que me convencieron por completo. Mostré el manuscrito recién terminado al que considero máximo teórico de Gonzalo Guerrero, y doctorado con una tesis sobre el personaje. Debo decir que estaba nervioso: esta persona es una fuente bibliográfica viva del trabajo que me había llevado dieciocho años. Para mi alivio, a Salvador Campos Jara le gustó Terra incognita, y tras la invitación de Editorial Tandaia para su publicación, lo invité a prologarlo. Salvador aceptó, y con esto mi trabajo llegó por fin al puerto que le correspondía. A Otoniel Sala, un muralista con el que llevo una cercana amistad, le propuse que me prestara una de sus magníficas pinturas para la portada. «¿Y si mejor hago un nuevo Gonzalo, una pintura completamente nueva para tu libro?», me respondió desde Cancún. Yo estaba alucinando. Así, podemos ver una nueva imagen del palermo, una obra de arte que viene incluida con la novela, y que nos devuelve la mirada enigmática de su aventura. Jesús Maeso de la Torre, tras leer Terra incognita, le dedicó unas palabras que terminaron en la contraportada; no puedo estar más agradecido por la acogida que va teniendo en su recorrido.
Ana y Luna Baldallo, otras grandes gonzalistas, y que presentarán conmigo el libro, me preguntaron: «¿A tus veinte años, pensabas que iba a pasar todo esto, y llegarías a presentar la novela en Huelva?» Pues no, jamás. Con esto, he cerrado un círculo de muchos años, muchas versiones, y su protagonista regresa a su tierra, a su Ítaca, después de un viaje de ocho mil kilómetros, y aunque falleció en 1536 defendiendo a los mayas, estoy seguro de que jamás olvidó de dónde vino.
Por cierto, la novela está dedicada a esa profesora y lectora implacable que me dio no solo una lección de narrativa y literatura: me dio una lección de vida, y está en Terra incognita.
Autor: Mauro Barea. Título: Terra incognita. Editorial: Tandaia. Venta: Amazon y Casa del Libro
Increíble historia detrás de tu libro Mauro Barea. Eres la prueba que después de situaciones amargas, no tal agradables sale una historia magnífica, avalada por el máximo conocedor de Gonzalo Guerrero y su historia, Salvador Campos Jara. Y por la magnífica obra de arte en pintura de a otoniel sala.
Felicidades por tu esfuerzo, dedicación y paciencia