Hay muchas formas de escribir una novela. Se puede escribir con la cabeza llena de respuestas, teniendo claro con anterioridad lo que se va a decir, o se puede escribir con la cabeza abarrotada de preguntas, con la esperanza de encontrar las respuestas en el propio proceso de creación. Sin duda, yo escribí Las manos de mi madre desde la pregunta, porque me adentré en la historia como quien entra a un bosque oscuro, linterna en mano, sin saber qué me iba a encontrar.
Realmente, cuando comencé a escribir Las manos de mi madre solo tenía una imagen: las manos de una madre apoyadas sobre una sábana de hospital y una hija, a su lado, mirando fijamente las venas que se marcaban en ellas. No tenía nada más. No sabía qué historia iba a contar, pero sabía que había una hija esperando encontrar una respuesta en las manos de su madre enferma.
Indagué en lo que aquellas manos parecían querer decirme y, mirándolas, fui construyendo poco a poco la historia de Nerea y de Luisa, su madre, una historia que más que hablar de la relación de una madre y una hija, habla de dos mujeres que, a pesar de haber nacido en épocas muy diferentes, han vivido experiencias muy similares.
Es ese descubrimiento de la hija en relación a la vida de su madre uno de los motores de la historia, ese momento en el que una hija descubre que su madre, además de ser madre, ha sido y es también una mujer, como ella, y que sus vidas, aparentemente tan diferentes, en realidad no lo son tanto.
A medida que avanzaba en la escritura comenzó a aparecer cada vez con más intensidad otro gran tema de la novela: los silencios de las familias, la incomunicación entre personas que han convivido juntas casi toda su vida. Y a partir de ahí escribí con el peso de la culpa y el remordimiento.
Contar la vida de Nerea me llevó también, irremediablemente, a hacer visible el modo de vida de una mujer que, como tantas, intenta compaginar su trabajo con las labores de cuidado de la familia y se encuentra de frente con una organización económica y social que se lo pone muy difícil.
Estas son algunas de las razones que me he contado a mí misma durante mucho tiempo para entender por qué escribí esta novela. Sin embargo, con el paso de los años me he dado cuenta de que había otra razón, que era la fundamental, que me obligó a escribirla hace exactamente quince años. Fue la preocupación por descubrir un día que mi madre se había hecho mayor. Fue ese miedo, ese sentimiento de repentina orfandad que sentí el que provocó que esta historia se cocinara en mi mente.
Escribirla supuso, como ya he dicho, un descubrimiento, pero entenderla años después está suponiendo para mí un hallazgo más. La escribí con interrogantes, pero muchos años después me sigue abriendo nuevas preguntas, prueba de que escribir y leer son un eterno descubrimiento.
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Autora: Karmele Jaio. Título: Las manos de mi madre. Editorial: Booket. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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