Entre las novedades de poesía de 2023 se encuentra Matriz, de Pedro J. Plaza. El libro le valió al autor el VIII Premio Valparaíso de Poesía, concedido por unanimidad por un jurado compuesto por Lena Carrilero, Federico Díaz-Granados, Gordon E. McNeer, Jota Santatecla y Fernando Valverde. Aunque posee una larga y variada experiencia en el mundo de las letras —trabaja como investigador, traductor y director de la editorial El Toro Celeste—, Matriz es su ópera prima de creación. Pedro J. Plaza irrumpe en el ámbito literario con una propuesta arriesgada, diferencial y reflexiva. La obra se caracteriza, precisamente, por el equilibrio entre el cuidado estructural y la canalización de las emociones.
En efecto, la disposición de los poemas en Matriz parte de la situación actual y nos conduce hasta el momento del alumbramiento o del bautizo del sujeto. Matriz mide la distancia entre el renacer y el nacer, mostrando que el renacimiento es voluntario e independiente, mientras que el nacimiento supone, en este caso, la imposición de un cautiverio terriblemente constrictivo. No en vano, las composiciones, en vez de títulos al uso, están encabezadas por una doble numeración que insiste en que el movimiento de la lectura avanza del presente hacia el pasado. Por un lado, la numeración arábiga atestigua el trascurso de los años: el libro empieza en 2019 y acaba en el año de nacimiento del autor (1996). Todas estas fechas están tachadas, al igual que tachamos los días en el calendario, para destacar que ese tiempo ya no existe. Por otro lado, la numeración romana encadena los textos desvelando su entramado: el lector inicia el libro por la composición XXIV y lo termina en la I.
Cabe preguntarse, entonces, por qué el libro responde a esta organización: ¿debemos leerlo por el orden de sus páginas o por el que delimitan los números? La estructura nos invita a realizar un viaje de ida y vuelta. Ahora bien, no deja de ser un gesto ostensivo que Plaza coloque los momentos recientes al principio. El poeta quiere que sus lectores entren a su libro por lo realmente importante, por la vida en lugar de por la muerte, por la alegría en lugar de por el llanto o por la paz en lugar de por la incomodidad y la desgana; en definitiva, hay una voluntad de que sigamos las huellas de las «Sendas salvadoras», sintagma que da título a la primera sección.
Nótese la construcción retórica de este primer rótulo. Además de concebir el desarrollo de la vida como camino hacia la salvación, el ritmo aliterado de sus consonantes —repetición de la letra s— evoca el silencio, la ausencia de ruido. Es cierto que Matriz se erige en un libro sobre el dolor, pero, por encima de eso, debemos considerarla una obra sobre la sanación. No la herida, sino la cicatriz; no el trauma, sino el aprendizaje; no la intranquilidad, sino la consecución del bienestar. Las tres piezas que conforman el mosaico de «Sendas salvadoras» incorporan nuevos guiños sobre la vocación de final que tiene este inicio. Se titulan, respectivamente, «Epitafio» —palabras para el fin de una vida—, «Epílogo» —palabras para cerrar un libro— y «Epítome» —palabras últimas que sintetizan una obra—.
El poema «Epitafio» suaviza mediante un recurso transreferencial el desabrimiento de su contenido. Recuperando la inscripción lapidaria de Keats, el poeta concluye que «Aquí yace una mujer / cuyo nombre nunca estuvo / grabado sobre un poema». Y esa mujer es la madre, una persona que no ha fallecido, sino que «malvive». A ella dedica el sujeto estas palabras de despedida, haciendo notar que existe una desposesión definitiva. Igualmente, «Epítome» funciona como un engarce metatextual con el que el poeta define su obra: «[…] no es el libro de la madre: es el libro de la crudeza, de la maternidad / fallida en el desguace de la existencia». Y destaca, fundamentalmente, «Epílogo», que, referenciando al margen las palabras de Antonio Gala al llegar a Alhaurín el Grande, condensa el bienestar alcanzado, la indispensabilidad del amor familiar, la tranquilidad de la vida retirada del odio y la paz de su lugar de residencia:
En un lugar así
quisiera morir,
rodeado por los naranjos
de todos mis ancestros,
envuelto por las cenizas
azules de mi abuela,
perfumado por el olor
del estiércol
y agasajado por la oral literatura
—eco siempre dulce—
y por las promesas y las canciones
de aquellos que me precedieron.En un lugar así
quisiera morir,
pero habiendo vivido primero
con mi padre y con mis hermanos,
con mi novia y con mi perro.
La segunda sección de Matriz, en cambio, ya no refleja la paz interior ni la serenidad. Puesto que es un movimiento hacia el pasado, periodo fechado entre 2016 y 2010, advertimos la combinación de un desgarro emocional con la búsqueda de espacios de desconexión. Así, por ejemplo, encontramos un poema en el que el autor presenta las sensaciones que le produce hojear el álbum de bodas de sus padres. La contemplación de las fotografías suscita la reflexión y la interacción en diferido con su progenitora. Ahí el poeta entrega su perdón, ya que cree que su madre se casó siendo prácticamente una niña para desligarse de la incomprensión familiar y de un padre ebrio y autoritario. El fluir de conciencia desemboca en ríos de felicidad —«[…] descubro el beso del que, de alguna manera improbable, provengo y creo / que no soy solo un error: sencillamente soy un fenómeno, un suceso»—, cataratas de desencanto —la blancura de la boda presagia la oscuridad pálida de la adicción materna a la cocaína— y en torrentes de duda, incertidumbre y arrepentimiento. Pedro J. Plaza manifiesta su mala conciencia al escribir un libro de esta índole: «[…] lloraré cuando / firme y queme este libro que reconozco, que rechazo».
Las páginas se suceden y Matriz revela su tinte existencialista. La poesía de Plaza podría alinearse en una estética figurativa; no obstante, el existencialismo que gobierna su obra apareja técnicas y recursos expresionistas que rompen la estandarización lingüística del poema. Asimismo, conviene resaltar el trasvase del existencialismo al núcleo familiar; concretamente, en sus versos no hay un dios al que se le exigen respuestas, sino que hay una madre a la que se le profieren interrogantes por parte de un sujeto que, aun sabiendo que ella nunca va a responder, persiste lanzando preguntas, en sus rachas de mayor obcecación, para intentar comprender la realidad. En «[2015]», el poeta invierte el ubi sunt? hasta el punto de cuestionarse dónde están los que todavía no han nacido: «¿Qué ha sido, madre, qué fue / de aquellos nueve meses / fugaces de fusión y de confusión perdidos o denunciados o anhelados?». Igualmente, en «[2013]» lo asalta la duda de si su madre quiere a sus hijos: «Me pregunto, en ocasiones, si nos quiere. / Me respondo, en ocasiones, que sí. / […] // En otras, en cambio, me niego, / y de ella reniego hasta tres millones de veces», y concluye exasperado que «Mi madre… mi madre es un animal sucio / que me infectó, mortal, con la ponzoña / de soñar con suicidarme un día y otro día».
Dentro de este apartado, en Matriz cobra especial interés «[2010]», que parece reflexionar sobre la casa en la que se desarrolló su adolescencia: «Aquí, madre; aquí vivía yo. En esta casa, hipotecada y vacía […]». Pese a ello, una lectura atenta revela que el texto pone en marcha dos espacios de hábitat contrapuestos: el del hogar de la adolescencia y la juventud —«abisal y matricida»— y el de la poesía, salvífico —«[…] Ahora envuelve / mi piel este poema […]. / Sajan las antítesis las úlceras que nunca sanaron»—, que por momentos se acompaña de la casa de la infancia —«Cae, de repente, el agua en la bañera de la casa de mi padre»—. El autor cierra el texto con una deixis ambigua que sostiene que, gracias a la poesía como espacio habitable, se puede mirar al espejo —¡el espejo del poema!— y verse vivo: «[…] Porque aquí, / madre, aquí moría yo; y ahora, sin ti, me miro al espejo roto y vivo».
La tercera sección de Matriz —ahora fechada entre 2009 y 2003— acentúa el desánimo existencial. Son, además, los años referidos a uno de los periodos más importantes en el desarrollo de la memoria y de la plena consciencia en el ser humano. Este marco epocal engloba las experiencias vividas entre los siete y los trece años. El título de este apartado del libro ya incorpora una interrogación fruto de la extrañeza: «¿Aquí vivía yo?», y cuestiona la pertenencia de su propio cuerpo: ¿es el cuerpo del sujeto o de quien lo ha traído al mundo y lo retiene, aun sin cuidarlo? —«[…] y no hay eslabón sobre mis muñecas y sobre mis tobillos / que no te pertenezca»—. Las preguntas desconcertantes se van amontonando a medida que progresamos en la lectura: el hijo que se reconoce huérfano, incluso cuando la madre aún vive, no comprende su situación —«[…] ¿Cuál ha sido / el precio de tu familia y cuál ha sido, dime, la matriz de nuestro desmadre?»—. El retorcimiento léxico que apreciamos en el vocablo desmadre, procedimiento que Pedro J. Plaza ha aprendido en Rafael Ballesteros, informa de la desposesión de los familiares de las víctimas de «la noche oscura / de la droga» —y aquí es el encabalgamiento en el que prepara la sorpresa y la ruptura del tópico sanjuanista relativo a la soledad—.
En general, las composiciones pertenecientes a «¿Aquí vivía yo?» demuestran que las experiencias traumáticas tienen sus tiempos y que, a menudo, las empezamos a detectar demasiado tarde. Los niños siempre mantienen la esperanza; los adolescentes, en cambio, suelen desesperarse: «Dime, ¿querías mostrarme, con tu gesto equidistante, que algo de bueno / se escondía en tu interior? No lo sé, madre, no lo sé; estoy muy cansado / y ya se hace tarde. Porque entre nosotros es siempre tarde. Tan tarde». Los adultos, finalmente, aceptamos la realidad y la sentenciamos, pero nuestras decisiones drásticas suelen resquebrajarse: «[…] cuando seas, madre, nuestra madre; prometo que yo quemaré con mis ojos, / una a una, las hojas de este libro». Tampoco podemos dejar de mencionar en estas líneas los homenajes del poeta a sus abuelos. Particularmente, destaca «[2005]», donde un proceso transreferencial —el vínculo con una canción de Machín oída en la infancia y en los días previos a la muerte de la abuela— cierra una elegía para, en palabras del autor, «la mujer que más me cuidara y amase».
Por último, la sección «Una habitación deshabitada» va desde 2002 hasta el origen de la existencia, 1996. La habitación de la infancia se define, en estos poemas, como el lugar de un rapto, como el centro gravitatorio del dolor que lleva a un niño a desear la muerte propia o la de su madre. Deshabitar la habitación, entonces, es un acto de rechazo a todo lo que se vivió. Dejar ese espacio vacío supone desquitarse de un sistema de valores que condena. También implica desposeerse de la infancia y luego de la adolescencia, no crecer junto a las amistades infantiles y adolescentes, hacer trizas las primeras ensoñaciones y perder los lazos de unión con ciertas figuras familiares. El autor asalta a su madre con la determinación de un atracador y le espeta: «La coca o la vida», pero la madre se decanta por entregar la vida. Así concluye que ella puede quedarse con toda la herrumbre y con lo que le ha arrebatado; sin embargo, él ha escogido —podríamos decir para cerrar el círculo— las sendas salvadoras: «y para mí, por fin, otra vez mi vida, y el deseo resurgido de vivirla». El último poema, «[1996]», insiste en esta idea y confirma una de las claves interpretativas apuntadas más arriba. En Matriz el espacio del amor y de la herida no se halla en la religión ni en la crisis de fe, sino que lo apreciamos en el calor y en la ruptura del núcleo familiar. Para Plaza, ese desgarro afectivo también encontró una dulce sutura: el rezo bíblico se transforma en un versículo laico que celebra los lazos genealógicos: «[…] por eso, en el nombre del padre y del hermano, el hijo escapó de casa / de su madre un lunes».
En síntesis, Matriz consiste, a la vez, en un libro sobre la desposesión y sobre todo lo que se adquiere a lo largo de la vida. Hay, ciertamente, sufrimiento, pero sería injusto no vislumbrar los destellos de amor y de optimismo que brotan en sus páginas. Esta dualidad sentimental se constata, incluso, en el propio título. En la portada leemos Matriz, pero, justo antes de empezar el libro (página 23), nos encontramos con una variación: Matriz. Todo ello se refuerza con otro tipo de detalles. En las páginas iniciales volvemos a ver escrita la palabra Matriz, pero el autor se empeña en tacharla cada vez que dedica el libro —de nuevo, Matriz—. Esto nos indica que esa palabra de la que todo nace es un lugar —el útero materno— y un no-lugar —el desapego hacia la propia génesis—, se refiere a lo que fue, pero que ya no es de la misma manera y, especialmente, constituye una entidad generadora de una nueva situación.
Basta con añadir que en este libro los nexos entre la literatura y la vida se vuelven indispensables. Matriz se entiende sin conocer la historia del autor; el dolor del sujeto poético ante la ausencia de la figura materna actúa como un elemento temático universal. Eso es innegable. Con todo, y pese al menosprecio hacia los estudios de la autoría que a veces se ha impuesto en el análisis literario, la biografía del poeta añade significaciones a Matriz. Pedro J. Plaza inicia su trayectoria, su «proyecto autopoético», enlazando realidad, pensamiento y lírica. Consciente de la estrechez entre ficción y verdad en sus versos, el autor manifiesta sus titubeos entre dar el libro a la imprenta o arrojarlo a la hoguera. Conociendo a la persona, se comprende, por ejemplo, que la abundancia de la paratextualidad no ejerce de exhibición culturalista, sino que transmite la idea de que la poesía funciona como el espacio de la amistad y de la admiración. Muchos de los escritores referenciados no solo ofrecen algunas claves macroestructurales de las secciones, sino que también forman parte de las compañías —intelectuales, artísticas o cotidianas— con las que ha transitado las sendas salvíficas. También observamos que firma la obra sin el apellido materno para reforzar el significado, lo que no es una mera casualidad, pues conforma una diferencia respecto de lo que hace en sus publicaciones académicas. ¿Se debe a que la lírica ha sido ese lugar al que ha acudido a lo largo de su vida cuando todavía no podía deshabitar definitivamente su habitación —física o mental— de la infancia o de la adolescencia? En tiempos en los que es muy fácil caer en sesgos ideológicos de cualquier índole o en abstracciones metafísicas desviacionistas, Pedro J. Plaza se desliga de las modas y se atreve a pronunciar un discurso crítico, existencial y reflexivo. Matriz será el principio de un largo periplo creativo. El autor entra en el mundo de la poesía con una obra novedosa, lacerante y llena de vitalidad. Es un libro que lo salva y que lo persigue.
—————————————
Autor: Pedro J. Plaza. Título: Matriz. Editorial: Valparaíso Ediciones. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Un muy detenido comentario que invita a adentrarse en esa matrix que promete…