Hace tres meses salí del sepulcro para dar una vuelta. Poca cosa, ventilar la cripta del XIX en la que yazgo para inmiscuirme en los extravagantes asuntos de vuestro tiempo. Y este, creedme, lo es. Mis pasos me llevaron a Barcelona. Estaba esos días en la ciudad Markus Dohle, el máximo responsable de Penguin Random House, uno de los principales grupos editoriales en el mundo y que en España hace pulso con Planeta por dominar el mercado. La corporación alemana agrupa 250 sellos y publica 15.000 títulos al año, es decir: 41 libros por día, a razón de casi dos por hora.
Andaba optimista Dohle: “El mercado editorial vive su mejor momento en cincuenta años y puede que en quinientos. Es estable y tiene un equilibrio saludable: 80% en formato físico, el papel, y 20% en electrónico. Soy agnóstico en el formato: queremos crecer en ambos”, dijo el ejecutivo en una conversación con el periodista Sergio Vila-Sanjuán, quien intentó sacarlo de su euforia lanzando al agua el ancla del escepticismo. La palabra que más escuché en los días siguiente —además de “libro digital”— fue “audiolibro”: el formato resurrecto que anda de boca en boca en cuanta reunión de editores se celebra.
Dos meses después, en Bilbao, Molly Barton, la exdirectora digital global de Penguin Random House, acudió a Bilbao ya no como escudera del gigante editorial, sino como directora de Serial Box, una plataforma dedicada a obras de ficción seriadas para ser disfrutadas en multiformato. En otras palabras: el Netflix de los audiolibros. Se preguntó este Pobrecito, un fantasma descreído donde los haya: ¿los habitantes de este siglo consumen tanta literatura como para contratar una plataforma ilimitada? Barton lo explicó entonces de manera muy directa: el audiolibro es el formato que más crece, y por tanto tocaba apostar con fuerza por éste.
“Los datos demuestran que el crecimiento del audiolibro viene del decrecimiento del libro impreso y electrónico. Y la relación inversa entre cuanto decrecen estos y cuánto aumenta el consumo del audiolibro son una muestra”, explicó Bloom ante la pregunta de este cronista sobre si Dohle —que yo había escuchado apenas unos meses atrás— era o no demasiado optimista. El asunto no paró ahí. A Bilbao había acudido un grupo de editores de la plataforma Storytel Original España, una de las que más crece últimamente —según ellos—. Su hipótesis era la siguiente: la fragmentación de contenidos es un proceso ya en marcha que se expresa en la eclosión del audio por encima del formato de lectura: es más rápido, depende del mismo tipo de dispositivos y ofrece un servicio de suscripción (otra vez, Netflix).
Hace apenas unos días, estirando mis descreídas piernas de fantasma apergaminado, salí de nuevo del sepulcro. Llegué a Barbastro, la ciudad donde se celebra el Congreso del Libro Electrónico. Como parte de las conclusiones de su sexta edición, sus organizadores trazaron un perfil de los hábitos de lectura de ebook y otros soportes digitales. Las tendencias se desprendían de los datos aportados por las plataformas 24Symbols, Kobo, Leemur, Lektu, Nubico y Storytel, todas ellas especializadas en formatos multimedia, que participaron en la reunión.
La radiografía que se desprendía del encuentro subrayaba dos rasgos en el lector digital: su frecuencia de lectura es mayor —unos veinte libros al año— y muestra un perfil de hábitos por género según el cual las mujeres acaparan un 57% frente al 43% de los hombres. Ambos datos, contrastados con los que ofrece el Observatorio del Libro en el primer semestre de 2018 y según el cual más del 40 por ciento de la población sólo lee en papel, apuntaba un hecho inquietante. Para muchos consultores editoriales es propaganda, para los editores una apuesta… una que debe funcionar, por supuesto.
La irrupción del podcast como nuevo género narrativo ha sido uno de los temas centrales. A pesar de que no existe todavía un estudio de mercado ni datos en España generalizados, ya que cada plataforma tiene los suyos, las conclusiones del encuentro destacan que existe un notable aumento de las descargas, sobre todo por un público joven. Estos datos confirmaban una tendencia progresiva según la cual quienes escuchan audiolibros son los mismos que leen en formato físico. Según sus profetas, es el que más crece dentro del 20% del formato electrónico, hasta llegar casi a un 10% en España. A la pregunta sobre por qué el éxito de un formato antiguo y que se probó en su momento, la respuesta es unánime: porque ya no hace falta un dispositivo adicional —un reproductor de CD, por ejemplo— para escucharlo.
Tanto Planeta como Penguin Random House hace ya algo más de un año que producen sus propios audiolibros. Incluso aunque su elaboración sea comparativamente más engorrosa y costosa que el libro, lo prefieren. ¿Por qué? La probabilidad de que se venda es más alta, porque la compra por suscripción asegura un flujo constante, a la manera de una plataforma de ficción audiovisual , explican los entusiastas de las nuevas plataformas y que en España están representadas en la ya mencionada Storytel o Lemur (historias escritas para WhatsApp). ¡Ya ve, usted, lector! Salir del sepulcro para descubrir, a mis dos siglos de vida, que a leer lo separan de vender unas pocas letras. Como puedo ser un fantasma, pero no un ingenuo, me pregunto acaso si debo comenzar a pensar a preguntarme en cuál banda de mi biblioteca del siglo XIX colocaré el Netflix ése.
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