La música escribe historias con finales felices. Eso me parece a mí, al menos. El último sonido es una invitación al infinito, aunque se canten penas, aunque se lloren estrofas. La queja se aplaca en el timbre del viento, y la risa rompe cuerdas invisibles, sorprendiendo a la infancia que espera, paciente, un reencuentro. La música es alegría en las entrañas, valentía para conquistar mundos y morir por ellos. Es amor eterno en un silencio hablado, elegía solemne, regia y rebelde. Un poema en movimiento cuyo compás es el corazón mismo en diálogo con ese punto y aparte que dejamos sin resolver, devolviendo memorias y sembrando belleza en la duda. Da igual las maneras en que la queramos definir, porque ante todo es un sentimiento y una vivencia personal, que amplifica su sentido al ser compartida con otras almas.
La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor. Sin ella no hay bien posible, y con ella todo es hermoso. (Franz Liszt)
La pasada Navidad vi en televisión un concierto prodigioso que era capaz de despertar todo eso, y mucho más, casi una percepción extrasensorial. Durante tres horas, miles de adultos se convirtieron en niños. Jamás había visto tantas sonrisas ni tantas miradas de amor en complicidad con la música. Sencillamente espectacular. Se trataba del concierto “Home for Christmas” que realizó en el Palacio de Invierno de Maastricht el gran maestro André Rieu, uno de los directores más célebres y queridos de todo el mundo, con su fabulosa orquesta Johann Strauss. Con una ambientación de ensueño y nieve incluida sobre los asistentes, los músicos interpretaron las melodías entrañables que todos asociamos a estas fiestas, pero sin la solemnidad distante de la contención. Desde un pódium del estilo de un teatro griego unas damas acariciaban los instrumentos de viento ataviadas con elegantes vestidos de colores de la Fantasía Disney que orquestó Leopold Stokowski. La puesta en escena recordaba a la sutil elegancia de los dibujos de Mikhail Tsekhanovsky, Ivan Aksenchuk o Lev Atamanov.
Maastricht, Kerstconcert, Rieu, MECC
Cientos de parejas de bailarines —ellas de blanco, ellos de frac— deleitaron a la audiencia al recorrer en largas hileras los pasillos de la platea del palacio. Eran valses al estilo de Il Gattopardo. En los laterales del escenario había también pistas de hielo y patinadores, y, como telón de fondo, deliciosas recreaciones de paisajes de ensueño. Era lo más parecido a estar dentro de las Navidades blancas de Michael Curtiz. Creía que este fenómeno se daba solo en Navidad, pero no: André Rieu recrea majestuosos decorados siempre fundiéndose con la estación del año, el paisajismo y la cultura de todos los lugares a los que viaja con sus 150 músicos. El palacio de Sissi, las iglesias de Mozart, el desierto de Arabia, las cabañas del Tirol, la campiña inglesa… En esta envolvente atmósfera se combinan obras maestras de la música clásica, popular y folklórica, además de inolvidables bandas sonoras, y en todos esos extraordinarios conciertos André Rieu consigue lo mismo: unir a las personas, no importa la edad, no importa la cultura o religión que profesen. En Bahréin he visto hombres y mujeres árabes bailar abrazados un sirtaki griego mientras gritaban “¡opa!” y “¡Olé!” al ritmo de un pasodoble. También he visto mucha emoción cuando Rieu invita al escenario a alguno de los solistas de lujo que le acompañan, como Micaëla Oeste, Emma Kok, Anna Majchrzak, Gheorghe Zamfir, sus entrañables Platin Tenors, entre muchos otros.
La música es una misión, y por eso hacemos este trabajo, para hacer de la sociedad algo mejor. (Riccardo Muti)
Pero ante todo, ahí está Europa. La vieja y querida Europa. No la encorsetada, censora y estrafalaria, sino la que pintaron Constable, Renoir o Velázquez; la Europa desde la que Bach hablaba con Dios, Mozart con la Humanidad y Schubert con la Virgen María. La de los trenes añejos, y las novelas de Dumas y Zweig. La que arranca su vuelo en los templos de Apolo y Agripa. Y ahí, señores, en Maastricht —lugar donde nuestros Tercios españoles se batieron el cobre— y en esa música engalanada de belleza, resiste y resistirá Europa.
Conocido como el Rey del Vals, este carismático violinista y director neerlandés soñó con todo esto desde que era un niño. En 1987 fundó la alegre Johann Strauss Orkest, con la que ha conseguido que millones de personas se entusiasmen por la música clásica y se entreguen por completo al espectáculo, a veces íntimo y emotivo, pero siempre entrañablemente festivo. André Rieu ha vendido más de 40 millones de discos y ha sido reconocido con 500 discos de platino y 270 de oro. Cuando un músico consigue reunir al mundo entero, se produce un milagro. Me gustaría que a través de la lectura de esta entrevista busquen uno de sus conciertos y alcancen la misma sensación de paz y felicidad que él consigue regalar a su público. Se elevarán a otra dimensión, de la que les costará salir. La experiencia les va a resultar inolvidable. Y con un final feliz.
La música es un arte que está fuera de los límites de la razón. Lo mismo puede decirse que está por debajo como que se encuentra por encima de ella (Pío Baroja)
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—Tendría usted tres años cuando escuchó por primera vez el sonido de un violín en un concierto al que acudió con su padre. ¿Qué sucedió dentro de usted?
—Me quedé boquiabierto al ver todos esos arcos de violín moviéndose simultáneamente; también al presenciar cómo los hombres y mujeres del público movían sus cuerpos mientras mi padre tocaba un vals durante los bises… ¡Era como magia!
—¿Qué es para usted la música?
—Es como el oxígeno. ¡Simplemente no puedo vivir sin él! Aunque cuando estoy en casa y no doy conciertos, prefiero el sonido… del silencio.
—Lo mejor de ver uno de sus maravillosos conciertos es que uno sale de ellos creyendo que la Humanidad aún tiene esperanza.
—La música es la forma de arte que llega directamente al corazón, al centro de epifanía de los sentimientos. La música es armonía, no necesita palabras para unir a la gente. Lo veo cada noche en mi público. La amistad que propicia este encuentro es algo muy duradero.
—¿Cómo creó su maravillosa Johann Strauss Orkest? Háblenos de ella. Parece una gran familia.
—De hecho, yo los llamo mi gran familia; algunos miembros llevan ahí desde el principio, más de tres décadas. Lo compartimos todo cuando estamos de gira. En los años 80 sólo éramos doce jóvenes músicos; hoy en día, ¡más de sesenta personas me acompañan en el escenario! Estoy orgulloso de su lealtad infinita hacia mí y hacia la música que tocamos.
—Cuando veo el tradicional concierto de Año Nuevo, u otros conciertos clásicos, siento que hay emoción, pero está contenida. Eso no sucede jamás en los suyos. ¿Usted quería acercar esa música a todos los públicos, como algo vivo, no como algo selectivo?
—Así es, la música clásica es para todos: Johann Strauss, Wolfgang Amadeus Mozart, Giuseppe Verdi… ¡Todos ellos fueron geniales estrellas del pop en su época! Si vivieran hoy, tendrían miles de seguidores en sus redes sociales.
—¿Cuál es el secreto para conseguir tanta magia?
—Es la música en sí lo que me da mucha energía: el vals tiene este ritmo único, ¾, que tiene algo poderoso, algo encantador y algo curativo. Escucha mi consejo: “¡Un vals al día mantiene alejado al médico!”.
André Rieu, MECC
—La elección de los colores y diseño de los vestidos de sus instrumentistas es maravilloso. Me recuerdan a las hadas de azúcar de Tchaikovsky que Disney recreó en Fantasía. ¿De dónde surge la inspiración?
—Todo lo que se ve en el escenario es un diseño personal. Estoy convencido de que mis conciertos deben ser una fiesta para todos los sentidos, no sólo para los oídos, sino también para los ojos. Sí, puede que mis conciertos sean un poco como un cuento de hadas… La gente debe irse a casa con la sensación de haber pasado una velada fantástica que no olvidará.
—¿Y cómo se trabaja esta puesta en escena, la atmósfera, para que en cada concierto surja una conexión con el país donde toca?
—Siempre intento incluir en el repertorio una o varias piezas que mi público reconozca inmediatamente. Entonces sé que los hombres y mujeres que tengo delante cantarán esas melodías y la conexión será total.
—Algo en sus conciertos me recuerda a las representaciones de la familia Von Trapp, de la entrañable película Sonrisas y lágrimas. ¿Se lo han dicho alguna vez?
—Es un gran cumplido, ¡muchas gracias! Vi esta película cuando era pequeño y me enamoré de Julie Andrews al instante. Es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Por cierto, la señora Andrews y yo cumplimos años el mismo día. ¿No es una coincidencia?
—¿Qué sueño tiene por realizar?
—Ya vivo gran parte de mi sueño. Siempre he querido viajar por el mundo con mi propia orquesta. Sería estupendo que el mundo entero conociera el vals y la música que tocamos. Entonces, ¡el sueño se cumpliría y yo estaría satisfecho al cien por cien!
—Háblenos de Marjorie, su compañera de vida y también de trabajo. Debe de ser magnifico, y también necesario, mantener esa complicidad en una vida dedicada al arte.
—Sin ella yo estaría en alguna cuneta. Ella es lo que los holandeses llamamos una roca en la marejada, mi refugio contra la tormenta. Lo hacemos todo juntos, pero Marjorie es mucho más realista que yo. Yo sigo siendo el soñador: soy la cometa en el aire, y ella sujeta la cuerda.
—¿Qué rutinas sigue cuando no está trabajando en un concierto?
—Hago muchos ejercicios gimnásticos, como bastante sano; tengo previsto llegar a los 140 años, así que ahora estoy a mitad de camino. Además, tengo ensayos, siempre haciendo nuevos planes para nuevos conciertos o nuevos discos. Pero también soy un orgulloso abuelo de cinco nietos que merecen atención.
—¿Y cómo logra mantener los pies en la tierra, ser siempre usted mismo, cuando el público asistente le contempla embelesado?
—Por eso les debo mucho a mi mujer y a mis hijos, que me hacen ver que en la Tierra hay algo más que la música que toco. También a los miembros de mi orquesta, por cierto. Nos divertimos mucho en el escenario, pero también compartimos nuestros momentos serios. Tanto mi gran familia como mi pequeña familia son muy queridas para mí.
—Mezcla de valses, composiciones clásicas, baladas de rock, música popular… Pero no parece haber una frontera. En todos ellos hay suavidad.
—De hecho, no hay fronteras, la música no tiene límites. Cuando miras la Tierra desde el espacio, ¿ves alguna frontera? No… y eso es exactamente lo que hace la música: une a la gente, y así se convierten en amigos para toda la vida.
—Recuerdo momentos muy emotivos, como cuando interpretó “And The Waltz Goes On” ante su compositor, Sir Anthony Hopkins, o cuando Micaëla Oeste cantó el “Ave Maria”, Emma Kok su “Voilà”, Anna Majchrzak ese “I Belong to Me”, o cuando se unen las tres voces de los Platin Tenors… ¿Hay alguno que sea muy especial para usted?
—No, todos son únicos, y por eso no puedo elegir una sola voz entre este fantástico abanico de solistas. Todos me ponen la piel de gallina, y espero que estas personas extraordinarias me acompañen mientras todos compartamos este sueño musical.
—Creo que “Gold und Silber”, de Franz Lehár, fue su primer vals. ¿Qué significó ese momento y qué representa el vals para usted y para la audiencia?
—“Gold und Silber” es uno de los primeros valses que toqué; el ritmo clásico del vals engloba casi todo lo que contiene una vida normal: alegría, felicidad, tristeza, melancolía, lo que sea. Mi padre tocaba valses como bis, y no era para menos. Sabía que la gente lo anticiparía… ¡y tenía razón!
—¿Qué es lo que más le gusta cuando ve a su público durante sus conciertos?
—Las sonrisas en sus caras. ¡Entonces me doy cuenta de que he elegido el trabajo adecuado! Ellos reciben mucha energía cuando se van a casa, y yo recibo mucha energía cuando veo a todos estos hombres y mujeres bailando y divirtiéndose delante de mí. Sinceramente, ¡espero seguir haciendo esto durante muchos años!
—Usted vive en el castillo donde también habitó D’Artagnan… ¿Fue esta la razón de la elección de este espléndido lugar?
—Allí recibí clases de piano cuando era pequeño. También vivo allí porque, según cuenta la leyenda, el famoso mosquetero D’Artagnan tomó su último desayuno antes de morir frente a las murallas de Maastricht. De pequeño leía las novelas cómicas sobre Tintín y su amigo, el capitán Archibald Haddock: él compró el castillo de Marlinspike y entonces, ¡yo también quise vivir en un castillo!
—Su violín es un Stradivarius de 1667. ¿Cómo imagina que seguirá la historia de ese instrumento?
—Tocar un violín Stradivarius es un enorme privilegio; me siento muy honrado de tener uno en mi poder, y sólo puedo esperar que el hombre o la mujer que lo posea después de mí lo cuide bien. Es mucho más que un trozo de madera con cuerdas.
—¿Qué músico o músicos tiene de referencia? Y puesto que estamos en territorio de libros, háblenos de sus autores favoritos también y de las lecturas que le han acompañado en su vida.
—Johann Strauss es mi héroe musical: lo considero el verdadero rey del vals, ya que fue capaz de hechizar a su público con sus fantásticos valses como nadie. ¿Mis autores favoritos? De niño, leía todos los libros de Karl May (Winnetou y Old Shatterhand) y Julio Verne (La vuelta al mundo en 80 días); hoy en día, me encanta leer sobre el Imperio Romano, y también las novelas de historia de Ken Follett, son extraordinarias.
—Acabemos con un inicio que me inspira su música: “Nació con el don de la risa” de la obra Scaramouche, de Rafael Sabatini… Escriba usted un final para esta entrevista.
—…y el sueño continúa, regalando alegría.
Fantastica y emotiva entrevista