Un Halloween con Jordan Peele

Jordan Peele es uno de los realizadores más sugerentes de cuantos puedan descubrirse buscando esos temores que tanto gustan en la última madrugada de octubre, esa noche de Halloween que está acabando por arraigar entre nosotros. Sí señor, Peele es uno de los cineastas más inquietantes de la pantalla estadounidense actual, pero en modo alguno es un maldito. Antes al contrario, es un heterodoxo que supo superar la maldición que obraba sobre Spike Lee y el resto de los cineastas afroamericanos que se dieron a conocer en los años 90 —John Singleton (Los chicos del barrio, 1991), F. Gary Gray (Hasta el final, 1996), Antoine Fuqua (Asesinos de reemplazo, 1998)…—, cuando la corrección política aún estaba por inventar. Tanto era así que en la cartelera de 1990, cuando coincidieron con Bailando con Lobos, el gran éxito de Kevin Costner, House Party, de Reginald Hudlin, Mo’ Better Blues, de Lee y Nunca te acuestes enfadado, de Charles Burnett, fueron varios los comentaristas, a cual más ingenioso, qué duda cabe, que titularon sus artículos con un elocuente “Bailando con negros”.

Remontándonos aún más lejos, cuando Spike Lee se dio a conocer en la cartelera española con Nola Darling (1986), aquí de lo del «truco o trato» apenas se sabía. Puede que la primera noticia de Halloween fuera la cinta de John Carpenter —La noche de Halloween (1978)—, clásico inaugural del slasher. Desde luego, fue entonces cuando yo empecé a saber de la angustia que agobia a algunos la noche que nos lleva de octubre a noviembre. Particularmente, empero mi larga lista de americanismos, para pasar miedo en la Noche de Todos los Santos releía El monte de las ánimas (1861), una de las más hermosas leyendas de Bécquer, y procuraba dar cuenta de esos exquisitos huesos de santo de las pastelerías de Madrid.

"En las entonces populosas salas de barrio, de programa doble y en sesión continua, se fueron viendo caras ajenas a las del paisanaje habitual en el paisaje de la España de los años 70"

Aún se hablaba del Tenorio de Zorrilla, de representación tradicional en los escenarios españoles todos los primeros de noviembre, y en la televisión aún hacían gracia los chistes de “negros”, todo un clásico entre los humoristas cuyo ingenio solo daba para buscar la hilaridad cómplice de la mayoría en el escarnio y la injuria al diferente. No mucho después, un conocido crítico madrileño, escribía en su Diccionario de directores de cine que el valor de Nola Darling radicaba en ser “una comedia sexual donde, por primera vez en la historia del cine norteamericano, los negros se besan, se aman y mantienen relaciones sexuales”.

Bien por ignorancia de cuanto concierne al diferente, bien por maledicencia, e incluso puede que fuera por las dos cosas a la vez, aquel crítico faltaba a la verdad. En 1975, Sidney Poitier, uno de los primeros actores afrodescendientes asimilados por las audiencias caucásicas del mundo entero, había estrenado, incluso en la cartelera española, Dos granujas con suerte, su tercera realización. Protagonizada por actores afroamericanos, en su mayoría, fue exhibida en España sin mayor problema, al igual que tantos títulos del blaxploitation —cintas realizadas por gente de color para audiencias de color—, todo un género de la pantalla más comercial estadounidense de los años 70, que aquí en España integró no pocos programas dobles con cintas de artes marciales, protagonizadas y rodadas estas últimas por técnicos y actores de Hong Kong, es decir de rasgos asiáticos. De esta manera, en las entonces populosas salas de barrio, de programa doble y en sesión continua, se fueron viendo caras ajenas a las del paisanaje habitual en el paisaje de la España de los años 70.

"De los cientos, acaso miles, de artículos que he escrito en los 40 años largos que llevo ganándome la vida como colaborador en prensa, únicamente me arrepiento del que dediqué a Malcolm X con motivo del estreno español de la cinta de Spike Lee"

Lo que le pasó a Spike Lee fue que suscitó la antipatía de la crítica porque hacía cine de autor. Nola Darling, Haz lo que debas (1989) y Mo’ Better Blues eran unas cintas con méritos e ínfulas suficientes como para desmarcarse de esas producciones irrelevantes del blaxploitation por las que la crítica ni siquiera se preocupaba. Para ellos sólo eran subproductos destinados al consumo de una sarta de idiotas nacidos para delinquir, sin más redención posible que la música o el deporte. Y ya cuando llegó con Malcolm X (1992), la biografía del controvertido activista por los derechos civiles, la cosa se disparó.

De los cientos, acaso miles, de artículos que he escrito en los 40 años largos que llevo ganándome la vida —por así decirlo— como colaborador en prensa, únicamente me arrepiento del que dediqué a Malcolm X con motivo del estreno español de la cinta de Spike Lee. Fue la vehemencia de la juventud. Sin duda con más motivos que razón —su padre y sus abuelos fueron asesinados por supremacistas blancos—, Malcolm X proponía una sociedad segregada, que los afroamericanos regresasen a África. Coincidía en semejante desatino con los nazis, que, de hecho, en 1961, asistieron como oyentes a un mitin de la Nación del Islam en el que se habló de antisemitismo y segregación racial. Después de tanta sangre y tanto odio, se trata de integrar y avanzar en el espacio común, no de regresar a los remotos orígenes. En cualquier caso, este discurso de la negritud absoluta, que hizo suyo Spike Lee, no le granjeó más que nuevos enemigos, además de proporcionar nuevos argumentos a quienes sostienen que, en efecto, lo mejor sería que los afrodescendientes regresasen a África. A todos los afrodescendientes que adoptan ese discurso contra los caucásicos, en cualquier parte del mundo, sus palabras acaban por volverse contra ellos.

"Peele es un heterodoxo porque, siendo afrodescendiente, hace cintas que abordan de forma diferente, cuando no obvian, la cuestión racial"

Pero nadie que sea hijo de una mujer blanca, por muy afrodescendiente que sea, se expresará en semejantes términos. Hay que ser muy miserable para injuriar a una madre caucásica que te trajo al mundo, con todo lo que eso comportaba, cuando hacían gracia los chistes de “negros”. Y ése precisamente, el de hijo de una mujer blanca que no guarda ningún odio a la raza de su madre, es el caso de Jordan Peele, productor, por cierto, de Infiltrado en el KKKlan (2018), pese a su título, una de las cintas integradas de Spike Lee.

Peele es un heterodoxo porque, siendo afrodescendiente, hace cintas que abordan de forma diferente, cuando no obvian, la cuestión racial. Nació en Nueva York en 1979. El futuro realizador es hijo de esa América de matrimonios interraciales que, si bien en el cine no ha empezado a ser mostrada hasta épocas aún recientes —cuando ha comenzado a ser admitida por la sociedad—, existe, como poco, desde mediados del siglo XX. Criado por su madre, fue un cinéfilo del Upper West Side de Manhattan antes de formarse en el Sarah Lawrence College, uno de los centros más prestigiosos para el estudio de las bellas artes. No tiene nada que ver ni con la delincuencia ni con la marginalidad. De hecho, está considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time. Supo hacerse notar como comediante escribiendo y recreando a algunos de sus propios personajes en diversos espacios del canal de pago Comedy Central, especialmente como protagonista de Key y Peele.

"Estamos ante una suerte de Adivina quién viene esta noche brutal. No obstante, Peele resuelve el asunto con tanta inteligencia que fue merecedor del Oscar al Mejor guion"

Carente del histrionismo del ya olvidado Eddie Murphy y de la arrogancia del polémico Will Smith, Peele se antoja el afroamericano ideal en la sociedad post-racial que sucedió al mandato de Obama. Como realizador cinematográfico, lo que compete a estas líneas, se dio a conocer con Déjame salir (2017), en la que demostró ser un maestro del terror psicológico aunque, ciertamente, horadado por el humor. Su asunto, aquí sí, entra de lleno en la temática racial. Chris Washington —un fotógrafo afroamericano incorporado por Daniel Kaluuya— viaja con su novia, blanca, Rose Armitage (Allison Williams) a la finca de los padres de la joven. Lo que en un principio parece una primera y cordial toma de contacto, esconde un verdadero horror. Estamos ante una suerte de Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) brutal. No obstante, Peele resuelve el asunto con tanta inteligencia que fue merecedor del Oscar al Mejor guion.

Protagonizada por Lupita Nyong’o —Adelaide en esta ocasión—, Nosotros (2019), la siguiente realización de Peele, versa sobre una familia estadounidense, en la que todo es buen rollo, que ha de enfrentarse —como se dice ahora— a su peor versión. Muy buena cinta, aunque menos brillante que Déjame salir.

Finalmente Nop (2021), también protagonizada por Kaluuya, es la historia de una extraña entidad extraterrestre, con forma de nube, que se coloca sobre un rancho californiano y comienza a tragarse cuanto hay debajo. Una extraña y sugerente historia que a mí me ha hecho recordar cuando los comentaristas de la obra de Octavia ButlerPatternmaster (1976), Wild Seed (1980), Ritos de adulto (1988)—, una autora afroamericana considerada una de las grandes de la ciencia ficción, hablaban de su singularidad en un género que estaba vetado a los autores de su raza, porque la fantaciencia de entonces siempre trataba de la gente que poseía el mundo o estaba a punto de hacerlo.

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