La editorial Alianza rescata una de las voces más importantes del periodismo de finales del siglo XX: la de Oriana Fallaci. Y lo hace con el relato de vida de quien fuera su gran amor: el héroe de la resistencia griega Alekos Panagoulis.
En Zenda reproducimos parte del Prólogo de Un hombre (Alianza), de Oriana Fallaci.
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PRÓLOGO
Un rugido de dolor y de rabia se alzaba sobre la ciudad, y atronaba incesante, obsesivo, arrollando cualquier otro sonido, escandiendo la gran mentira. Zi, zi, zi! ¡Vive, vive, vive! Un rugido que no tenía nada de humano. En efecto, no se alzaba de seres humanos, criaturas con dos brazos y dos piernas y un pensamiento propio, sino que se elevaba de una bestia monstruosa y carente de pensamiento: la multitud, el pulpo que a mediodía, incrustado de puños cerrados, de rostros distorsionados, de bocas contraídas, había invadido la plaza de la catedral ortodoxa y luego había alargado los tentáculos a las calles adyacentes atestándolas, sumergiéndolas implacable como la lava que, en su desbordamiento, devora todos los obstáculos, ensordeciéndolos con su zi, zi, zi Sustraerse a ello era ilusorio. Algunos lo intentaban, y se encerraban en las casas, en las tiendas, en las oficinas, en cualquier lugar donde parecía hallarse una protección, al menos para no oír el rugido; pero este, filtrándose por las puertas, las ventanas y las paredes, alcanzaba igualmente sus oídos, de tal manera que al poco terminaban por rendirse a su sortilegio. Con el pretexto de mirar, salían e iban al encuentro de un tentáculo y caían dentro de él, convirtiéndose también ellos en un puño cerrado, en un rostro distorsionado, en una boca contraída. Zi, zi, zi! Y el pulpo crecía, se expandía en sobresaltos, y a cada sobresalto se añadían otros mil, diez mil o cien mil. A las dos de la tarde había quinientos mil, a las tres un millón, a las cuatro un millón y medio y a las cinco ni se contaban. No solo llegaban de la ciudad, de Atenas, sino que también venían de lejos, de los campos del Ática y del Epiro, de las islas del Egeo, de las aldeas del Peloponeso, de Macedonia y de Tesalia: en trenes, barcos y autobuses, criaturas con dos brazos y dos piernas y un pensamiento propio antes de que el pulpo los engullera, campesinos y pescadores endomingados, obreros con mono, mujeres con niños, estudiantes. El pueblo, en suma. Aquel pueblo que hasta ayer te esquivó, te dejó solo como a un perro incómodo, ignorándote cuando decías que no se dejase aborregar por los dogmas, los uniformes y las doctrinas, que no se dejase engatusar por el que manda, el que promete, el que asusta, el que quiere sustituir a un amo por otro amo; no seáis borregos, por Dios, no os protejáis bajo el paraguas de las culpas ajenas, luchad, razonad con vuestro cerebro, recordad que cada cual es cada cual, un individuo de valía, responsable, artífice de sí mismo; defended vuestro yo, germen de toda libertad; la libertad es un deber; antes que un derecho es un deber. Ahora te escuchan, ahora que estás muerto. Dirigiéndose hacia el pulpo, portaban tu retrato, carteles con amenazas y desafíos, banderas, guirnaldas de laurel, coronas en forma de A, de P, de Z: A por Alekos, P por Panagulis, Z por zi, zi, zi Quintales de gardenias, claveles y rosas. Hacía un calor atroz aquel miércoles 5 de mayo de 1976, y el hedor de los pétalos cocidos apestaba, me cortaba la respiración lo mismo que la certeza de que todo aquello no duraría más que un día, y que luego el rugido iba a apagarse, el dolor se disolvería en la indiferencia, la rabia en la obediencia, y las aguas se aplacarían, suaves, blandas y olvidadizas sobre el remolino de tu nave hundida: una vez más, el Poder vencería. El eterno Poder que nunca muere, que cae siempre para resurgir de sus cenizas, aunque se crea haberlo abatido con una revolución o una matanza que llaman revolución; en cambio, aquí está de nuevo intacto, aunque con distinto color: aquí negro, allá rojo, amarillo, verde o violeta, mientras el pueblo acepta, sufre o se adapta. ¿Por eso sonreías con aquella sonrisa imperceptible, amarga y burlona?
[…]
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Autora: Oriana Fallaci. Título: Un hombre. Traducción: Vicente Villacampa Armengol. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros.
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