El eco de un aullido resuena en las montañas de Wallowa. Solo y asustado, Wander, un lobo gris de poco más de un año, trata de encontrar a sus padres o a alguno de sus hermanos, de los que no sabe nada desde que una manada rival los atacara por sorpresa. Finalmente, decide alejarse del que hasta ahora había sido su hogar. Durante su viaje, deberá enfrentarse a cazadores, incendios, carreteras y a su enemigo más temible: la soledad. ¿Encontrará el valor para sobrevivir? ¿Será capaz de crear su propia familia?
Zenda adelanta un fragmento de Un lobo llamado Wander, de Rosanne Parry (editado por Errata Naturae con ilustraciones de Mónica Armiño).
***
MANADA
Nací en la oscuridad y todo lo que sé del mundo me lo ha contado mi nariz.
Yo los olfateo a todos, la tierra húmeda y la hierba seca que nos cobijan. Recorro en círculo la madriguera mientras los demás dormitan y echo unas carreras de prueba por el túnel de entrada. Me llaman Swift, porque fui el primero en ponerme en pie y andar. Pero, de allí adonde me llevan mis patas, siempre regreso al corazón de la madriguera, a su olor a hogar, del que no me canso nunca. Y entonces, ella regresa desde el ventoso exterior, el mejor de todos los aromas: Mamá.
Ella da una vuelta y, antes de tumbarse, nos toca a cada uno con su hocico. Sharp, Pounce y Wag bucean hasta su barriga para mamar. Yo podría haber llegado primero, pero me distraen todos los olores que descubro entre su pelaje. De sus caderas y sus hombros, de su cálido y ronco aliento, emanan aromas desconocidos que me hacen desear desobedecer a Mamá y cruzar esa línea de luz al final del túnel que nos ha prohibido traspasar para descubrir todo lo que me espera al otro lado.
Así que llego tarde a comer. Warm se acerca a la última tetilla, pero yo me adelanto, deprisa y…, aaah, comienzo a succionar con fuerza, rápido, bebiendo del lento torrente y tratando de acompasar mi respiración con el ritmo de mis largos tragos.
Mientras, Mamá nos canta canciones que hablan del mundo que hay fuera de nuestra madriguera y de la historia de nuestra vida en las montañas. Y sus palabras —montañas, manada, wapití, estrellas, viento, lluvia, aullido, caza, montañas, manada— pasan a formar parte de mí como el aire que respiro, como la leche que me alimenta.
Como siempre, Warm se retuerce debajo de mí tratando de avanzar, pegado al suelo. Lloriquea y golpea con su morro mi barbilla. ¡Plop! Mi tetilla se escapa. Con la barriga aún medio vacía, busco otro lugar. El de Sharp queda descartado; él es grande, podría llevarme un mordisco. Pruebo con Pounce, que me echa a un lado con la pata. Es Wag la que me cede su puesto. Wag, que a su vez empuja a Sharp, que a su vez se vuelve hacia Warm, mostrando los dientes y gruñendo la única palabra que todos conocemos: «¡Mía!».
Finalmente, Warm se aleja en silencio y se hace un ovillo, solo, al fondo de la madriguera. Uno tras otro, con el estómago lleno, mis hermanos se van quedando dormidos. Y justo cuando yo también estoy a punto de caer rendido, percibo un olor dulzón, bostezo, levanto el hocico… Sí, queda más leche, y ningún cachorro está mamando ya. Si me la bebo toda creceré hasta hacerme aún más grande que Sharp. Apenas queda un sorbo en cada tetilla, y cuando lo apuro aprendo algo que ninguno de los demás sabe aún: la leche del final es la más dulce. Tras lamer las últimas gotas de mi barbilla, me acurruco alrededor de Warm para que no lo pisoteen en la oscuridad.
—Cuéntamelo otra vez —le pido a Mamá, señalando el túnel con el hocico—. ¿Cuándo podremos salir?
—Nuestra tierra, el exterior, es salvaje y está hambrienta. Y vosotros, lobeznos míos, sois tiernos y sabrosos. Tendréis que esperar a crecer un poco más. —Mamá mira hacia el tenue charco de luz que se derrama en el suelo de nuestra madriguera—. Debéis esperar, al menos, hasta que seáis capaces de luchar por vuestras vidas.
Alargo el cuello hacia la claridad al tiempo que reprimo un bostezo. No quiero esperar.
Mis hermanas y hermanos, dormidos, respiran lenta y profundamente. La cabeza me pesa, pero intento mantener los ojos abiertos.
—Cuéntame más…
—La manada pertenece a la montaña, y la montaña pertenece a la manada. La estrella de los lobos brilla en cada uno de nosotros.
Escucho, mientras empiezo a deslizarme por el largo y sinuoso tobogán de los sueños.
***
Duermo, me despierto, como y me duermo otra vez, hasta que, en un momento dado, abro los ojos y Mamá ya no está. Desde el exterior se filtra una luz fría. Compruebo nuestros cinco olores, la tierra, la hierba seca y el rastro de Mamá en el hueco que ha dejado. Todo está en su lugar, todo está bien. Todo menos mi estómago vacío balanceándose mientras camino por la madriguera. Cada vez tenemos menos espacio. No hay nuevos olores, solo cuerpos más grandes con los que tropezar, y Sharp sigue siendo el más grande de todos. Mamá nunca nos ha dejado solos tanto tiempo. Warm gimotea y restriega su cabeza contra mi hombro.
—La manada pertenece a la montaña, y la montaña pertenece a la manada —dice Wag.
—Y la estrella de los lobos brilla en cada uno de nosotros —añade Warm.
Y así continúan, los dos, contándose la historia.
Sharp finge que no le importa la ausencia de Mamá, pero le hinca el diente a Pounce para comprobar qué tal sabe. Ella se revuelve y lo tira al suelo. Yo me acerco a la zona prohibida y husmeo para ver qué puedo averiguar.
Warm, al verme, se echa a temblar. A mí no me parece para tanto, solo he sobrepasado la línea el ancho de una pata. De dos patas.
¡Tres! Tres patas más allá y ya alcanzo a oler cosas nuevas. En medio de la negra madriguera del cielo brilla un círculo blanco rodeado de otras luces más pequeñas. Muchísimas. Más que colas, más que patas, más incluso que garras, patas y colas a la vez. No puedo dejar de mirarlas.
La brisa fresca trae noticias de lugares lejanos, de cosas que conozco por los cuentos de Mamá: pino, ratón, búho, abeto, arándano, agua. Y de otras cosas desconocidas que aún no tienen nombre para mí.
Pese a las advertencias de Warm, que me riñe pegándome un empujón, sigo avanzando sigilosamente.
—¡No salgas! —me grita un lobo desde fuera.
Me agacho y me mantengo inmóvil. No sé quién es.
Olfateo. Soy como una estatua de piedra, excepto por mi cola, que no para de moverse.
Alguna vez he percibido su rastro en el pelaje de Mamá. Es de nuestra familia. Camino hacia la salida.
—¡No salgas!
En cuanto le escucha, Warm corre a refugiarse al fondo de la madriguera. Yo soy incapaz de detener mi cola, que golpea en el techo del túnel haciendo que la tierra llueva sobre mí.
—¡Silencio!
Agacho el hocico. Mi intención no es inclinarme ante él, pero su voz me intimida.
—Escucha —dice, esta vez de manera menos brusca.
Mis orejas se giran hacia él. Presto atención; además de olores, el aire trae sonidos.
Un siseo, un crujido, el chasquido de los árboles que nos rodean. Un ululato lejano, y después, el aullido.
Auuuuuuuullido. Se me eriza el pelo. He escuchado ese sonido en mis sueños. Presiento la respuesta, mi propio aullido en mi interior, aunque no tan dentro como para que el lobo que nos vigila no se dé cuenta de que estoy a punto de soltarlo.
—Silencio —me advierte—. ¡Silencio!
Me trago mi aullido y me siento sobre mi cola para ver si así consigo mantenerla quieta.
A la espera de nuevos sonidos, me olvido del hambre. Nuestro vigilante espera también. Pasea despacio; su figura grisácea describe un círculo entre los árboles.
Oigo correr agua a lo lejos. Un zumbido y un trino a mi lado. Y, a media distancia, alguien que corre, los latidos de un corazón acelerado. Después más cerca, y más aún. Tanto que alcanzo a olerlos: son Mamá y nuestra familia.
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Autora: Rosanne Parry. Ilustradora: Mónica Armiño. Traductor: Alejandro Schwartz. Título: Un lobo llamado Wander. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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