Quien escribe desde el corazón tiene derecho a equivocarse. Quien escribe desde el corazón y pone todas sus fuerzas, y el mayor empeño, en frenar a tiempo los impulsos, los caballos de miedo, jamás se equivoca. Xavier Rodríguez Ruera (Barcelona, 1975), que es traductor, flamante crítico literario y escritor, con tres grandes libros de poesía a su espalda, cuida al máximo el material que entrega al lector, ofreciendo un producto bien acabado, excelentemente perfilado en cada uno de sus versos, poema a poema, como si se jugara la vida —la vida de escritor, al menos— en ello.
La obra comienza con un prólogo del conocido poeta gallego Carlos Penela, titulado “No renunciaremos al hondo patrimonio de los ríos”, que está a la altura de la obra misma, como no podía ser de otro modo. Estas palabras preliminares, capaces de sacarle el sentido más profundo al libro, sus secretos mejor guardados, sólo al alcance de ciertos privilegiados, ponen en alerta al lector. En dichas páginas, se deja constancia de esa vivencia directa del autor con la ciudad a lo largo de una poesía que está en plena relación con lo puramente urbano, en una Barcelona, la ciudad natal de Xavier Rodríguez, sugerente y laberíntica, la ciudad de los prodigios inventada por Eduarda Mendoza, aunque desde una dimensión posmoderna, del siglo XXI. La ciudad “como topografía del recuerdo y la niñez”, con calles que bajan hacia el centro, con fachadas “como los mástiles/ de un barco a la deriva, de un galeón fantasma”. Una ciudad que, de alguna manera, nos recuerda a la Barcelona de Nada, la novela de Carmen Laforet, por la que transita Andrea traspasada de melancolía, que se convierte, por la magia del poeta, en un murciélago que extiende sus alas desde el alféizar de un terrado.
Pero no es ese el único acierto de Xavier Rodríguez, tan meticuloso en cada uno de sus versos, que mide como un viejo artesano buscando la mayor sonoridad, el efecto más eficaz. La simbología que aparece en la obra resulta ciertamente reveladora. Así lo aprecia el prologuista cuando se refiere al empleo, casi sinestético, del adjetivo “amarillo”: “metáfora del tiempo”, que, en efecto, se repite, una y otra vez, a lo largo de la obra. Ese color amarillo que hace décadas autores tan relevantes como Juan Ramón Jiménez y, más modernamente, Fernando Fernán-Gómez y Julio Llamazares, emplearon para dejar constancia del color de la memoria, el color con el que se viste la muerte, el color del inexorable paso del tiempo. Ese amarillo de “amarillos fanales/ de olvidados suburbios”, amarillo “incandescente, muerto”, de los versos de Las consecuencias.
Y la lluvia —“Llueve en mi corazón / como llueve en la ciudad”, dejó escrito Paul Verlaine, en uno de sus celebérrimos poemas—, con todas sus connotaciones melancólicas y simbolistas. La lluvia que cala el alma del poeta, que no quiere protegerse de su efecto y que la deja correr libremente; la lluvia que “llora mansamente / la niebla en el asfalto”, la lluvia minúscula que resbala por el cristal biselado, la que cae, con cierta dulzura, y un suave dolorido sentir garcilasiano, sobre la ciudad de Nápoles, en el mejor poema de todo el libro, “Cielo de barro”, hasta convertir las viejas avenidas en agua y piedra, y donde observamos —feliz imagen— a un hombre y a una mujer viendo llover sobre las estatuas, “sobre los toldos inundados, / sobre los negros tejados de las casas”.
Aunque existe una lograda unidad a lo largo de toda la obra, que la convierte no en un simple poemario, sino en un auténtico y sólido libro de poesía, con un tono sostenido de principio a fin, el lector tendrá ocasión de observar ciertos títulos con arrebatadoras imágenes cercanas a lo puramente surrealista, como en “Las calaveras, donde se habla de isótopos, de átomos, de liberadas moléculas “que corroen la cal con su óxido”, o “El diablo y las campanas”, donde surge el recuerdo de un conocido poema de John Donne, utilizado con posterioridad por Hemingway en uno de sus relatos más memorables.
Y, finalmente, entre los temas que Xavier Rodríguez pone más ahínco en dar a conocer y sirven para otorgarle mayor lucidez a su obra, está, como también ha precisado en el prólogo Carlos Penela, todo un despliegue de metapoesía: el deseo firme, sin ningún tipo de pretensión didáctica, de ofrecer al lector una poética, cuando habla, en “Mercurio”, de la constitución del poema y por qué nace.
La ciudad, sus edificios, los pájaros que la habitan, las palomas, el sol amarillo de los alquimistas, la frágil infancia, la luna verde que ennegrece cada piedra, el Amor, como un dios forestal, la luz invasora, el tiempo que se nos escapa entre los dedos, la memoria, único recurso para hacerle frente al tiempo… y la poesía, que es como construir un hogar, “un lugar al que poder regresar” cuando se hace de noche y nadie nos espera.
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Autor: Xavier Rodríguez Ruera. Título: Las consecuencias. Editorial: La Fea Burguesía. Venta: Todos tus libros.
Creer es importante:
Es un milagro
crecer!
En este mundo
Rodante.
Si lo observaste»
Podrás comprender
El instante.
Que es tan frágil,
Como facinante
La vida»
Del no! Flotante.
Llega a ser, un universo
Pensante».
Complejos., de ser. Humano!!!
Venezuela……..