Qué ojos enormes repletos de raza. Qué manos tibias, capaces de la herida y la caricia. Qué voz de templo. Un imán. La luz que dirige las miradas. Una piel en verso vivo, nacida de la poesía inspirada por los clásicos. Noelia Illán (Cartagena, 1983) es un animal extraño. Podría decirse que es poeta, aunque de una estirpe antigua y próxima, distinta a casi todo, pese al cobijo de sus maestros. En ella, en su obra, coinciden todas las coordenadas: surge del desierto, de la luz oblicua de las altas torres de Estambul, del frío que se combate con leños de fuego, del mar finito contenido en la mirada, del aullido del lobo que custodia al grupo.
Adicta al ritual de la lectura, en su primerísima adolescencia cayó en el embrujo de la literatura de maestros como José María Álvarez, poeta universal y perpetuo, sombra continuada en la vida y la obra de esta escritora que lo conjura todo en el papel. Desde las calles de una ciudad que ya no existe hasta el amor por el sexo animal, la vida toda en forma de poemas que saben a pálpito y oxígeno.
Su primer libro, Calamidad y desperfectos (Azarbe, 2012), descubre, como dijera el propio Álvarez en un breve y atinado prólogo al libro, las “tripas de escritora” de esta mujer honesta, poderosa fatídica, bruja del misterio. En él ya están todos los itinerarios de esta aprendiz de Ulises: el viaje, Grecia y Roma, la noche, el mundo árabe, el sol de verano, la pasión… Trozos de una existencia que, como piezas de un puzle vivo, se transforman en versos de infinita belleza. Leer uno de ellos es querer más. Es una droga milenaria con sabor a carne fresca, la última voluntad del condenado a muerte.
Esa joven de ciudad con puerto que robó un libro que ya es volumen sagrado en una biblioteca, la chica que leía con asombro, es Noelia Illán, lava negra que lo arrasa todo, que acepta su destino y calla.
Cuando el libro resulta un cobijo
y cuna donde arroparse.
Cuando sólo oyes Lou Reed o Rubinstein.
Cuando las mejores cosas no están escritas
y coges la copa de vino, whisky
o lo que tengas por casa,
triunfante y dichoso.
Cuando sólo calma esa sed de ilusiones
viajar, fumar y follar.
Cuando lo pequeño te importa más
y lo grande te viene grande.
Cuando los colores alivian,
en lienzos o con luces de película.
Y más cuando te fascinan
los personajes de Tácito, Stevenson o Tarantino.
Entonces siéntete artista.
LA MARAVILLA DEL ARTE
Si algo define la poesía —y la vida— de Noelia es el amor indiscutible al Arte. La poeta ha caído de rodillas ante aquellas obras —literatura, cine, música, arquitectura, qué importa— que esconden un atisbo de Verdad; algo que persigue con la moral de los vencidos. Busca esa luz como la del sol bajo el que postrarse, desea el rumor del escalofrío en la carne de la espalda, el vello de los brazos despierto y en ataque.
Sentir la paz de la excelencia, el “vértigo solemne” provocado por la estrofa más rotunda o el carácter de los personajes de Velázquez, mirando desde sus telas en las galerías, es la llama que incendia las manos de esta poeta de tres libros en los que se conjugan todos sus altares.
Estar con ella, con Noelia, resulta similar a sentarse con una enciclopedia en las rodillas. De todos los rincones de su boca salen nombres de escritores, películas, giras con sabor a rock… La creación supone para esta poeta un todo que completa, y a la vez complementa, la existencia.
Porque el arte es
Arte
y punto en boca.
No se puede justificar una obra,
ni un cuadro,
ni una ópera.
Para gustos, nosotros,
con distintos colores.
Cada uno elige,
el autor crea y nos regala su don, esfuerzo
y en algunas ocasiones (por desgracia)
un plagio.
No se gusta a todos,
digo, dices, dicen.
Pero es que además no creo
que las cumbres de la inteligencia y el arte
lo pretendan.
Ahí lo tienes, ahí lo dejas si quieres.
El viaje ha de sumarse a esta pasión por la belleza del Arte. El cuerpo de Noelia es un mapa herido por el trayecto. Su instinto es el del nómada, y en la aventura del territorio ajeno encuentra reposo animal para sus fauces. Por eso Verbos por dentelladas (RavensWood, 2016 / Lastura, 2018), su segundo poemario, se abre con un primer capítulo dedicado a los puntos cardinales. Si bien toda su obra está repleta de referencias espaciales —Turquía y Marruecos brillan con una luz especial—, aquí la escritora se rinde ante el poder de la geografía más que nunca.
Tomar café con ella, los perros dormitando medio ocultos en las grutas de una manta, sirve tanto como abrir un plano. El mundo se hace inmensamente grande. Más si cabe que en la propia realidad. Porque ella lo llena con los matices que ha sentido allí.
Me fascina esta vista desde Rialto.
Los pies se me han congelado,
pero ahora qué mas da.
Estoy sola, en Venecia,
desolada por el tiempo,
adornada de fina purpurina
como el rastro de un caracol.
Admiro tus calles, tus curvas, tu humedad tangible.
Sabed que aquí,
en este preciso momento
—en este punto exacto de la ciudad—,
se vertebra toda mi existencia.
AMAR ES DESLIZARSE BAJO LAS SÁBANAS
Hay olor a sexo en estos poemas que pasan ante mis ojos. La poesía de Noelia Illán resulta inmensamente táctil. Y en muchos de sus poemas hay espuma, luz de atardecer, ropa rasgada sobre el colchón, arañazos y cigarrillos de después.
La mujer que escribe es una mujer que ama; encuentra en esa guerra cuerpo a cuerpo que es el amor de la carne, un universo de sabores en los que definirse. A veces como una femenina sombra discreta; otras, en la piel manchada de un felino extinto. Ese pecado original hecho grito o ronroneo —“restregar mi lomo por tu pelo rizado, juguetear entre tus dedos”, escribe—.
En ocasiones parece venus amada por venus, mientras que el resto del tiempo apoya su cabeza en el pecho fuerte de un hombre frágil. La calle, convertida en escenario de la pasión. También la cama o un taxi son espacio para el juego.
Su voz aquí se adelanta con valentía. Reivindica su derecho a la pasión, el sexo por el sexo y sin tapujos, el orgasmo como el ave que rompe con su vuelo el cielo.
Esta es su CASA DE LUCES, el lugar del refugio.
Delante de tu cama,
la luz de la luna brillante,
creía que era escarcha sobre la tierra.
Li Po
Sálvame
esta noche de tediosa soledad,
o dame al menos unos minutos de refugio
enroscados en tu piel.
Dejaré propina, no te haré daño.
Estas horas me pesan como ladrillos,
y quizá solo pueda aliviarme
una ducha de tus dedos,
el aliento de tu boca,
de tu carne en el descanso.
Sé mi reina en tu casa de luces
y abrázame ahora que tengo frío.
GRECIA Y ROMA, EN ESTANTES DE ORO
Como si Homero hubiera usado su hombro para ver y, a cambio, le regalara el amor más profundo y visceral por Grecia y sus basamentos, en la tierra de los griegos tiene Noelia sus pies. La poeta, que cada año ejerce de celestina entre jóvenes estudiantes y el latín y el griego, es última de estirpe, parte de un linaje de filólogos para los que los conocimientos no son materia de trabajo sino vida: la Roma y la Grecia de los clásicos vive hoy a través de ella, sus poros segregan el aroma de un tiempo anterior.
Algo que se traslada a su obra. En sus poemas las referencias a los maestros de la antigüedad son constantes. Los versos de Catulo, la Hécuba de Eurípides o algún pasaje de la Odisea se encaraman a sus labios casi cada vez que abre la boca. Escucharla hablar de su pasión resulta parecido a observar a dos jóvenes parapetados tras el primer amor: vibra, se emociona, tiembla hasta en el sueño.
Hay un poema breve en un libro de poemas breves. Forma parte del poemario titulado Volver a brindar con extraños (II Premio de Poesía La Montaña Mágica, 2018). En los 13 versos que Illán dejó escritos casi en las primeras páginas es posible advertir cómo la herencia de los grandes clásicos convive, en ella, con lo cotidiano.
Cuando el anciano poeta la llamó,
se levantó con una contundencia perfecta,
aplastando como Atila todo a su paso.
Dejó el cigarrillo mal apagado en la cerámica negra
y agarró su libro con fuerza, sin alzar la vista.
Se olía a miel y a verde entonces.
Cantó como cantaba Homero las gestas,
y luego arrancó sin más una página escrita.
Del mismo modo, segura de sí, firme de fuste,
volvió a su sitio, ignorante de aplausos y risas.
Ahí deseó besarla, dice.
Ahí quiso tocar su tatuaje.
Luego, la historia continuó fuera de escena.
Su fuerza salvaje es incontrolable. Crea como vive, mira de frente con el orgullo de los sabios y con la prudencia de los que se saben incapaces de abarcar el mundo entre los brazos. Noelia Illán es poeta hasta cuando no escribe. Porque, ella misma lo dice, no hace falta componer siquiera un verso para serlo, porque la poesía es algo más que unas palabras dispuestas sobre el papel. La poesía lo es todo. Como ella: el Universo y la Historia en el breve espacio de su cuerpo.
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