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Un mosaico de la memoria

Un mosaico de la memoria

El planteamiento de esta novela es francamente curioso: alguien pide a distintas personas que le cuenten por escrito lo que saben de su propia familia. Todos esos testimonios cruzados desvelarán el secreto de lo ocurrido durante el verano de 1985. Un verano, claro, dominado por un secreto.

En este making of, Rubén Abella explica el origen de Dice la sangre (Menoscuarto).

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Dice T. S. Eliot en su ensayo La tradición y el talento individual que, al sentarse a escribir, el poeta —o el novelista, me atrevo a añadir yo— debe tener presente toda la historia de la literatura, tanto la reciente como la remota. Las obras pasadas establecen un orden, una “tradición” que, lejos de mantenerse inmóvil, no deja de verse alterada por la aparición de obras nuevas. El arte nunca mejora, afirma Eliot, pero el material del que se nutre es siempre distinto. Con estas nociones en mente está tejida Dice la sangre. Resulta sencillo detectar en su hilo central —el viaje que la moribunda Pilar emprende con su familia desde Madrid a Tabira— trazas de La Odisea y, sobre todo, de uno de sus más célebres vástagos modernos: Mientras agonizo, de William Faulkner. Ese —escribir sobre lo ya escrito y no morir en el intento— es uno de los retos que Dice la sangre comparte con la multitud de ficciones que salen a la luz cada día.

Pero ha habido también retos propios.

"Y qué decir de la narrativa, de la elaboración de historias, esa actividad nunca inocente y siempre poderosa que ha moldeado la realidad desde que el ser humano inventó la metáfora"

Para explicar bien el más comprometido de ellos —la estructura—, debo referirme a la trama. Su premisa —el percutor que la pone en movimiento— es sencilla. Alguien cuya identidad no se adivina hasta las últimas páginas pide a 21 personas que le cuenten por escrito lo que ocurrió en el seno de su familia durante el verano de 1985. La novela es, por tanto, un puzle, un mosaico de la memoria donde la precisión es vital pues una tesela fuera de sitio —un detalle inoportuno, una información precipitada o demasiado tardía, una revelación imprudente— puede echar por tierra el conjunto.

A esta dificultad arquitectónica se suma la de armonizar el uso que los personajes hacen de la memoria y la narrativa. La memoria, ya lo sabemos, puede ser muy creativa. Por muchos motivos —evitar el dolor, salvar las apariencias, borrar los errores…—, a veces tiñe el pasado de sepia o lo convierte en nuestra mente en algo que nunca fue. Y qué decir de la narrativa, de la elaboración de historias, esa actividad nunca inocente y siempre poderosa que ha moldeado la realidad desde que el ser humano inventó la metáfora. Algunos personajes se esfuerzan por tender un puente sólido, construido con palabras, entre su memoria y los hechos, entre lo que cuentan y lo que de verdad sucedió. Otros, no tanto.

"No quiero acabar, sin embargo, sin hacer una matización sobre los retos de la escritura y lo que los escritores tenemos que decir sobre ellos"

No acaban ahí los retos. Que los personajes escriban —y no hablen— no es una cuestión azarosa. La escritura homogeneiza en parte la expresión y, a nivel práctico, elimina la necesidad de imaginar 21 hablas distintas. Que escriban todos desde la edad adulta, ya formados, ayuda a que las voces de la torre de Babel sean más nítidas. Luego, claro, están los retos de siempre: que el papel cobre vida, que la historia conmocione, que no se vean los trucos, que el lenguaje sea honesto, que el lector pase, una a una —qué milagro, ¿no?—, las 281 páginas que tiene el libro.

No quiero acabar, sin embargo, sin hacer una matización sobre los retos de la escritura y lo que los escritores tenemos que decir sobre ellos. Intuye J. M. Coetzee en una de sus cartas al recientemente fallecido Paul Auster, publicadas en el libro Aquí y ahora, que pocos lectores tienen idea de lo que cuesta dejar un párrafo perfecto. No puedo estar más de acuerdo, pero también lo estoy con Richard Ford cuando nos previene en Flores en las grietas contra los escritores que hablan de lo difícil que es su trabajo, y más aún con E. L. Doctorow cuando asegura en Creadores que todo lo que diga un autor sobre su novela forma parte de la ficción que practica y nunca —nunca— debe dársele crédito.

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Autor: Rubén Abella. Título: Dice la sangre. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros.

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