El problema ya no es siquiera la posverdad. Ya no hace falta justificarse, ni argumentar, lo único importante es que mucha gente —aunque la mayoría sean bots— repita tu mensaje, retuitee tu odio, comparta tu ira, interiorice tu propaganda, se coma la pastilla roja, y entonces ya solo te queda esperar: a que todo estalle y tu estés allí para ver el mundo hecho pedazos.
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Pastilla roja (red pill) = artículo informativo que facilita el despertar de un individuo a la «verdad» de la ideología de extrema derecha, lo que permite su radicalización. El término es una interpretación retorcida tomada de la película Matrix (p. 299).
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La vida secreta de los extremistas es un ensayo, y es más que eso, mucho más. Es un manual para desactivar bombas, las del odio, que se cuelan cada día en nuestros muros de Facebook, en nuestros chats de WhatsApp, en los telediarios que vemos en nuestro televisor de 60 pulgadas. Julia Ebner ha logrado el acceso a la información de su ensayo infiltrándose. Desde su despacho de Londres se dedicaba a monitorizar a los extremistas, hasta que comprendió que quería dar un paso más: investigar desde dentro algunas de las organizaciones más peligrosas. Como ella explica en el libro: «Durante mi jornada laboral era el gato, pero en mi tiempo libre me unía a los ratones». A partir de ahí la vida de Julia se convierte en un recorrido por los rincones más oscuros del extremismo, en el ciberespacio y en la vida real, recibe lecciones de hackeo del ISIS y asiste a festivales de música neonazi.
Pero esta combinación tóxica de tecnología y fascismo no es nueva. Ya funcionó en el 1936 con el uso de las técnicas del fotocopiado para propagar esa doctrina por todo el mundo. Ahora se repite la fórmula —perfeccionada— en Internet y las redes sociales. Lo que quizá es diferente es la percepción que tenemos de ella. Todo está más camuflado, las capas son más difíciles de rascar, es más complicado identificar que eso que has compartido en tu cuenta de Twitter lo ha escrito un militante de extrema izquierda o un supremacista de Wisconsin. Lo más aterrador es saber que ya 2 de cada 3 norteamericanos consumen toda su información en redes sociales. ¿Cuántas de esas noticias son fake news?
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Genocidio blanco = teoría de la conspiración popularizada por el supremacista David Lane, según la cual la población blanca está siendo reemplazada mediante la emigración, la integración, el aborto y la violencia contra las personas de raza blanca (p. 298).
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Ebner estructura su ensayo siguiendo a las pastillas rojas: primero viene el reclutamiento, luego es momento de la socialización, la comunicación y las redes. La movilización viene después, el momento previo a la gran catarsis final: «el ataque«. Como el que realizó Brenton Tarrant en Christchurch (Nueva Zelanda) en el cual asesinó a 51 personas en una mezquita. Aunque si hablamos de cifras, más miedo que el número de víctimas da el del número de reproducciones del vídeo de la matanza en Facebook: un millón y medio de vídeos fueron subidos a la red social en solo 24 horas, una cantidad bochornosa de personas viendo un acto criminal como si fuese un videojuego, una partida de Fortnite, de Call of Duty.
El mismo día que terminó la última línea de La vida secreta de los extremistas —todavía revuelto por algo que ya conocía, pero que no me imaginaba tan real, tan cercano—, pongo en Netflix Hater, una película polaca que describe como las fake news y la manipulación en las redes sociales provoca un odio que puede acabar transformándose en muertes. Las analogías entre la película y el libro son inevitables. Qué sencillo es destruir la imagen pública de una persona, qué fácil es manipular a alguien para que se coma la pastilla roja y apriete el gatillo. Hater traspasó la ficción cuando tres semanas después del rodaje ocurrió un acto criminal similar al que cuenta este film.
Una de las cosas que más llamará la atención del lector es comprobar cómo los extremos se tocan: «Las dinámicas sociales dentro del grupo de las novias yihadistas recuerdan a las de los espacios exclusivos para mujeres de la Alt-Right». Steve Bannon y los líderes del Califato Cibernético Unido, los chalecos amarillos y Marine Le Pen, Saul David Alinsky y Andrew Auernheimer «Weew»: extremos que se rozan, se mezclan y combustionan juntos. En el prólogo Ebner hacer referencia a nuestro país, citando a la formación de Santiago Abascal, Vox, y contando la manera en que han usado tácticas como el doxxing —difusión de información privada y personal como forma de acoso e intimidación— para desacreditar a activistas. En esas páginas la autora no menciona a otro partido político que también usa técnicas similares —bots, uso de influencers, creación de sus propios medios de comunicación— para quemar los trending topics de sus rivales —hashtag stuffing— y vender sus propias pastillas moradas.
¿Cómo podemos frenar esto? Puede que Sócrates tenga la clave. Sumerjámonos en la Caverna de Platón. ¿Por qué funcionan los movimientos negacionistas? Porque seguimos su juego de oponernos de forma drástica a sus planteamientos, no solo desmintiendo sino ridiculizando —un gran ejemplo fue la manifestación de Madrid de los revisionistas de la COVID-19 y las reacciones que suscitó en las redes sociales—. Les convertimos en víctimas, validamos sus teorías de la conspiración y sumamos más adeptos a su causa sin saberlo, ¿sin quererlo? En lugar de actuar como un astuto Sócrates contra los sofistas nos ponemos a su altura y peleamos con ellos en el barro. Ahí es donde está el poder de movimientos tan peligrosos como QAnon, que han explotado el concepto de mentalidad conspirativa hasta convertirse en una fuerza social influyente, y que gana seguidores de forma exponencial.
No sé si ya es demasiado tarde para cortar el cable rojo y desactivar la bomba del odio, pero da la sensación de que ellos corren y corren, ganando kilómetro tras kilómetro, mientras nosotros, en el mejor de los casos, les miramos atónitos. La gran diferencia que hay entre ellos y nosotros —su gran ventaja— es que enseguida comprendieron y asimilaron las reglas del juego cibernético. No tienen grandes patrocinadores, sus ingresos son legales, vienen de la publicidad online; no necesitan ser muchos, funcionan mejor como células independientes, como lobos solitarios; no están obligados a buscar su hueco en los medios de comunicación, con Gab —su red social favorita, por su laxitud— y el dark social les basta y les sobra. ¿Vamos a seguir ignorándoles? Esto ya no es apofenia, esto es la guerra, y ellos están ganando.
Quizás la mayor aportación de Ebner —y eso que ofrece muchas durante la lectura de su libro— es que el mal existe, y evitarlo, mirar a otro lado, es el triunfo del yihadismo, de la ultraderecha, del negacionismo. Esa idílica Equiterra que tanto miedo me da —cómo me recuerda a ese demoledor comienzo de la Lego Película, con toda una sociedad alienada entonando el «Todo es fabuloso»—, esa utopía Mr. Wonderful que cierta parte de la política y de la sociedad quiere que nos merendemos —ese mundo sin violencia, lleno de besos y abrazos, ese obviar la existencia de la violencia, de la maldad— es la gran pastilla roja que puede terminar por matarnos, la espoleta del odio de todos estos grupos radicales. Julia Ebner ha escrito una libro indispensable para poder descifrar y desenmascarar los fanatismos del Siglo XXI, saber identificarlos y cómo combatirlos. Si en el 2007 Naomi Klein nos sacudió con su «Doctrina del Shock», en 2020 Ebner nos da un bofetón con la mano abierta con su obra.
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Autor: Julia Ebner. Título: La vida secreta de los extremistas. Editorial: Planeta (Temas de Hoy). Venta: Todostuslibros y Amazon
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