¿Qué se puede decir de nuevo sobre Miguel de Cervantes, del más grande de nuestros escritores en el siglo XXI? ¿Tiene sentido escribir hoy en día una nueva biografía de Cervantes cuando han sido miles las páginas que se le han dedicado desde 1738, cuando Gregorio Mayans y Siscar firmó el primero de sus acercamientos biográficos? Después de cinco años de trabajo, de bucear en archivos, bibliotecas y, sobre todo, en investigaciones de mil disciplinas, y de haber escrito más de mil páginas, mi respuesta es otra pregunta: ¿Cómo es posible que no se hubiera hecho una biografía del hombre Cervantes hasta el siglo XXI?
Esta bien puede ser mi conclusión después de publicar una nueva biografía cervantina en tres tomos: La juventud de Cervantes (una vida en construcción), La madurez de Cervantes (una vida en la Corte) y La plenitud de Cervantes (una vida en papel). Y esta es mi conclusión y este es mi aporte a esa montaña bibliográfica que todo estudio cervantino tiene la obligación de escalar: la de haber rescatado para el lector del siglo XXI al Miguel de Cervantes hombre, al que vivió en una época fascinante, como fueron los Siglos de Oro, y lo hizo en el centro del poder, en el centro del mundo occidental, en el corazón de la Monarquía Hispánica, ya estuviera en Madrid, Sevilla o Valladolid. Pero además, ese hombre Miguel de Cervantes escribió y publicó y estrenó toda su obra en un momento especialmente relevante para nuestra cultura: las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII verá aparecer y consolidarse un cambio de paradigma de la escritura y de la vida, un cambio de paradigma que viene de la mano de la consolidación de las primeras industrias culturales —el corral de comedias y la imprenta del best seller—, que permitirá a los autores vivir de los beneficios económicos de su escritura. Es el comienzo, tan solo el comienzo. Pero ahí estará Cervantes, en medio de este centro de la Monarquía literaria del momento.
Pero este ha sido el punto de llegada: la reflexión que puedo hacer después de cinco años. Y en este tiempo, sin duda, he estado tan perdido como el resto de mis compañeros biógrafos en los años y siglos anteriores. ¿Cómo empezó esta aventura, este viaje apasionante que ahora llega a su buen puerto con la publicación de La plenitud de Cervantes? Todo comenzó —como así le pasara a Mayans y Siscar en 1738— con un encargo editorial. Hace cinco años la editorial EDAF se puso en contacto conmigo para contratarme una biografía cervantina que tenía que publicarse en el año 2016, para conmemorar los cuatrocientos años de la muerte de Cervantes. La ocasión la pintaban calva y nadie quería quedarse al margen de lo que estaba llamado a ser uno de los acontecimientos del siglo. Así todos lo creíamos en el 2014, aunque nunca pudimos pensar en la mediocridad y falta de visión de Estado de nuestros políticos. Pero esa es otra historia, que todos hemos (y seguiremos) sufriendo. Y como suele suceder, el encargo editorial se ha convertido en uno de los proyectos personales de los que me siento más orgulloso y satisfecho.
Hace cinco años, cuando comencé a dar forma a la biografía cervantina, tenía una idea clara, que el tiempo ha venido a matizar: mi proyecto biográfico no podía repetir lo que otros habían hecho antes con mi estilo y con mis inquietudes, filias y fobias. No tenía sentido aumentar el perímetro de la montaña bibliográfica de y sobre Cervantes. Ni él lo merecía, ni los lectores ni los árboles de medio mundo. De ahí, que me planteé un reto: si el resto de las biografías —desde la de Mayans y Siscar hasta la publicada en el mismo año de 2016— se habían dedicado a seguir de cerca de Cervantes, a partir de los pocos documentos que se han conservado y de las muchas citas extraídas de sus obras literarias, mi biografía debía abrir el foco de atención y situar a Cervantes en su época, en su tiempo, en ese fascinante Siglo de Oro que tenemos que seguir reivindicando, y del que todos nos tenemos que sentir orgullosos.
Pero, sin quererlo, este abrir el foco me obligó a tener en cuenta una pregunta, “¿por qué?”, como medio para explicar cada una de las acciones de Cervantes en su tiempo, en su época. No se trataba de conocer y de comprender sus acciones sino de entenderlas en su contexto: el de la Corte, el de una familia con apellido pero sin influencia ni rentas, el de los tercios, el del cautiverio, etc., etc. Y ese “¿por qué?” obsesivo ha sido el motor que me ha llevado a los mayores aciertos, a los “pequeños” descubrimientos que, al sumarse uno y otro, se han convertido en la gran aportación de mi biografía, en la imagen tan distinta de Cervantes que el lector va a tener de lo que estamos acostumbrado y de lo que nos han enseñado. Con mi biografía se le han quitado las máscaras del personaje Miguel de Cervantes, pero también el mármol y el cobre del mito Miguel de Cervantes. El hombre, el gran hombre, el genial hombre que fue Miguel de Cervantes ahora por fin respira, se mueve tranquilamente, ha recuperado su espacio y su ritmo.
Unos ejemplos de la revolución del “¿por qué?”. Unos pocos ejemplos de las respuestas a las que me llevó la investigación, que no digo que sean las respuestas correctas o únicas. Son las mías, son mis propuestas.
¿Por qué estudió Miguel de Cervantes en la escuela privada de López de Hoyos? Para completar su formación con rudimentos de latín con el propósito de aspirar a ser secretario de una de las casas nobiliarias o reales asentadas en la Corte.
¿Por qué volvió Miguel de Cervantes de Nápoles a España en 1575, después de una brillante carrera militar que comenzó como soldado bisoño en la Batalla de Lepanto en 1571? Para conseguir una patente de capitán, que le permitiera avanzar y consolidar su carrera militar.
¿Por qué intentó escapar de Argel en diferentes ocasiones siempre acompañado de hombres nobles o de Iglesia, y a los que salvó dando él siempre la cara? Para poder conseguir el dinero suficiente como passeur, como facilitador de huidas para así pagar su rescate, que le había permitido estar con los “hombres graves” en los baños de Argel.
Y así podríamos llegar hasta el final, hasta ese final apoteósico de la vida de Miguel de Cervantes, una vida de casi 69 años —una edad nada despreciable para la época—, que ha quedado ensombrecida por los tres últimos años, esos años en los que publica la mayor parte de su obra, desde las Novelas ejemplares de 1613 al póstumo Persiles, que se publica en 1617.
Y en estos cinco años de bucear en las biografías anteriores, en buscar en el curso de los estudios de siglos el origen de un determinado dato o cómo se ha creado un mito y así poder desmontarlo —uno de los aspectos en los que más me he divertido, pues era como ponerse la gabardina del investigador privado—, y de rendirles homenaje a la mayoría de los que antes habían realizado este mismo trabajo, me di cuenta de un aspecto esencial que les unía a todos ellos: el “pecado original” que creó sin saberlo Mayans y Siscar en 1738, y que se ha mantenido a lo largo de los siglos. En el Madrid afrancesado de 1738, con las facciones inglesas en decadencia después de la victoria de Felipe V en la guerra de sucesión, el ilustrado valenciano se vio en la obligación de dedicar la mayor parte de su biografía cervantina a realizar un “análisis de Quijote” para demostrar la supremacía de la obra cervantina por encima de la del Quijote de Avellaneda, que era el defendido por las triunfantes hordas de los afrancesados, atrincherados en la Real Biblioteca y la Real Academia Española. El hombre Miguel de Cervantes desaparecía ante el avance de la creación y de la consolidación del mito Miguel de Cervantes, que se impone en el siglo XIX como el “príncipe de los ingenios”. La vida de Cervantes se convierte, por este pecado original, en un recorrido para intentar mostrar la grandeza y la riqueza del Quijote, su gran hallazgo y la obra genial que es. Todas las acciones de Cervantes tienen una única finalidad: desembocar en la genialidad del Quijote, intentar explicarla.
Sin quererlo, sin saberlo, sin pretenderlo al final de estos cinco años de trabajo, de escritura, de descubrimientos y de ensoñaciones, he conseguido liberarme de este pecado original y de una imagen romántica que se impone desde el siglo XVIII: el incomprendido Cervantes de su época termina por triunfar pasados los siglos. Más bien es todo lo contrario: Cervantes estuvo en el centro del mundo literario de Madrid en el momento en que esa Corte era el centro del mundo occidental. Escribió, estrenó, publicó, asistió a Academias, ganó certámenes, le contrataron para escribir versos, etc…, formó parte de ese particular universo literario y en él triunfaron al final de sus días las obras en las que él cifraba el éxito de su público: las Novelas ejemplares y el Persiles. El Quijote, sobre todo la segunda parte, fue un fracaso editorial: no fue valorado ni entendido por su lectores. Pero ahí está el genio, ahí está el tiempo. Una de las obras más marginales, menos valoradas por Cervantes y por su época, ha terminado por ser piedra angular de la narrativa moderna.
Cinco años de trabajo, más de mil páginas escritas y ahora publicadas en la trilogía de la biografía cervantina por EDAF. ¿Qué es lo que más valoro de todo este trabajo, de este esfuerzo, de esta aventura? Pues que tengo la sensación que en estos cinco años he hecho un amigo, un gran amigo que se llama Miguel de Cervantes. Y espero compartir con él nuevas aventuras, nuevos desafíos en los próximos años.
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Autor: José Manuel Lucía Megías. Títulos: La juventud de Cervantes: Una vida en construcción (2016), La madurez de Cervantes: Una vida en la Corte (2016), y La plenitud de Cervantes: Una vida en papel (2019). Editorial: EDAF. Venta: Amazon
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