Firmamento despliega propuestas de lectura que nunca se remontan más allá de finales del siglo XVIII, pues es en ese periodo donde observamos el cortocircuito que trastoca a las claras lo que había sido hasta entonces la subjetividad del autor, y donde irrumpe al cabo la pregunta irónica acerca el «yo», fundamental no sólo para cuestionar la identidad de los pueblos sino también la de las personas. Por descontado que la noción de ironía es muy anterior: aparece ya en los diálogos socráticos y en la retórica latina, pero el romanticismo amplifica su alcance desde un punto de vista procedimental, convirtiéndola en un principio de composición literaria que acabará por trasladarse a todos los géneros. Resurge así una óptica, una manera de mirar el mundo que, por adhesión o por oposición, se extiende hasta nuestros días. Es justo en ese marco donde fijamos nuestros intereses, y también nuestros límites a la hora de conformar el catálogo. Existen varias razones. Primero, porque la ironía romántica instaura una especie de desconfianza con respecto a las nociones de verdad e historia que expande sus sospechas sobre el relato hegemónico del pasado, y por tanto sobre la idea misma de canon literario: esa conciencia irónica interrumpe constantemente la «ilusión narrativa» y permite que la obra, siempre inacabada, se cree y se destruya a sí misma en el espacio de unas pocas páginas, multiplicando sus posibilidades y favoreciendo la libertad de juicio con que nuestros títulos pretenden contribuir a la reflexión y el debate críticos sobre nuestro tiempo, sin que ello implique en modo alguno esquivar o parodiar los grandes temas universales ni afrontar la escritura como un simple ejercicio de resabio autocomplaciente. En segundo lugar, porque anticipa ya el papel activo que el romanticismo concede al lector en la construcción del significado: desde esa época y hasta el ingreso en la modernidad líquida o tardía, la estructura semántica del texto irá perdiendo cada vez más consistencia hasta alejar de sí toda certeza y, afortunadamente, dejará de inhibir o cercenar por defecto posibles interpretaciones complementarias. En la medida de lo posible, Firmamento pretende restaurar ese trato de respeto con el lector ofreciéndole textos exigentes y que estén a su altura. Pensamos en nuestros libros como eslabones o segmentos de una misma cadena, según la imagen que empleó Calasso para definir esa progresión serpenteante de títulos que conforma el catálogo de una editorial. En ese sentido, nuestro proyecto adopta un claro compromiso con la literatura como herramienta de diálogo o mediación cultural, y quiere involucrar activamente a esa creciente comunidad de lectores que sabe valorar el equilibrio entre propuestas de cariz más complejo y lecturas que tienden a acercarse al «interés general». Nos seducen los libros innovadores que ofrecen perspectivas no ortodoxas para inquirir la realidad desde un enfoque más amplio o abarcador, pero eso no significa en ningún caso que busquemos textos extravagantes ni pretendidamente originales. Para nosotros, no existe frontera alguna entre lo clásico y lo contemporáneo, como tampoco existen límites precisos entre tradición y experimentación; se trata de una falsa dicotomía que no conviene aceptar sin más. No en vano, Firmamento formula sus propuestas haciendo dialogar transversalmente en una sola colección unitaria dos líneas de interés: la recuperación de obras y autores españoles e hispanoamericanos de indisputable talento cuya tarea creadora pudo verse opacada por coyunturas extraliterarias, privilegiando con ello textos desatendidos o ignorados con anterioridad, y la publicación de nuevas voces y libros singulares del panorama contemporáneo internacional, en ediciones de cuidada factura dirigidas al público de ámbito hispanohablante.
Javier Vela es fundador del sello editorial Firmamento.
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