En una noche cualquiera, que sin embargo Sebreli siempre rememora, aconteció un pequeño pero significativo episodio del género de la picaresca. El legendario autor de Los deseos imaginarios del peronismo acudió a un prestigioso programa de televisión y desplegó allí su colección de fundamentos acerca de cómo el movimiento de Perón, en sus diversas reencarnaciones pero esencialmente durante los últimos treinta años de primacía total, había conducido a la Argentina hacia este pronunciado cañadón de las desdichas. Un politólogo que también se hallaba presente en el estudio televisivo salió a refutarlo como si el pensador estuviera cometiendo una verdadera herejía; en esta nación colonizada por la religión peronista a quienes se atreven a fustigar la cultura dominante se los coloca en el bazar de los delirantes y se les reclama explicaciones. Los adscriptos o los complacientes con el justicialismo y sus nuevas sectas —principales timoneles del Gran Naufragio— están relevados de darlas, y quienes naden contra la corriente pueden incluso ser acusados de “alimentar la grieta”. Al final, le retiraron a Sebreli el micrófono y dejaron que partiera. El politólogo lo alcanzó en la salida, lo tomó del brazo y le susurró: “Juan José, yo coincido con vos. ¡Pero si digo eso en público me quedo sin clientes!”.
La anécdota no intenta impugnar la imprescindible opinión de los encuestadores y cientistas de la política —hay de todo en la viña del Señor—, sino apenas señalar que en ocasiones oímos a supuestos gurúes independientes y apologistas de la antigrieta como si fueran personas sinceras y desinteresadas. Cierto periodismo tampoco es inocente de algunos de estos pecados pecuniarios (dos cajas pagan más que una) y, en algunos casos, hasta confunde equilibrio con decisiones salomónicas: recordemos que el rey Salomón, frente a dos madres que reclamaban un mismo niño, ordenó partirlo con una espada y darle una mitad a cada una. Sugiere la Biblia que era un truco táctico y que la sangre no llegó al río, pero la tosca metodología recuerda a quienes, si le cobran una falta verificable a River, luego le cobran una inexistente a Boca para sobreactuar imparcialidad, y a esto agregan un curioso sentido del pluralismo: en el día de la democracia, le publican una columna a Macron y para equilibrar, otra a Erdogan o a Maduro. Esta batería de hipocresías, negaciones y zonceras va creando una idea de fondo muy funcional a los kirchneristas de paladar negro: todos son igualmente venales e ineptos. Todo es lo mismo.
Algunos dirigentes políticos se pliegan a estos discursos flotantes porque su negocio es la rosca, y entonces difunden que la democracia no está verdaderamente en peligro en la Argentina, camelo que el Gobierno precisa de manera urgente para quitarle la piedra basal a la resistencia de los mansos y a las almas en pena del “país normal”, y para alentar así el despreocupado voto testimonial y su consiguiente dispersión opositora. Que la rosca no tape el drama, compañeros: hace diez días estuvimos a cinco horas de que la monarca de la calle Juncal se quedara con la voluntad de todos los fiscales y digitara desde su casa qué causas judiciales avanzan y cuáles expiran. El dictamen quedó vivito y coleando, y solo falta que la oposición duerma un día la siesta para que florezca el quorum y la ya deteriorada división de poderes vuele definitivamente por el aire.
Los “rosqueros” están incómodos frente a la posibilidad de que se “romantice” la lucha por la democracia representativa, porque esto los dejaría en una posición difícil: ¿con qué autoridad moral se negocia amigablemente con los adalides del partido único, que vienen a degüello y con un irreductible programa feudal por etapas? Es así como los amigos de la rosca son proclives a repudiar la épica y a cedérsela amablemente al populismo argento. Cuántos favores te hacen, Máximo, y cómo deben matarse de risa en el Instituto Patria.
Estos equívocos y picardías criollas no invalidan a los honestos defensores del acuerdo político: su diagnóstico suele ser lúcido y veraz. En efecto, sin un pacto conceptual entre las dos veredas podemos deslizarnos progresiva y rápidamente hacia el abismo o hacia un inminente estallido de consecuencias imprevisibles. El politólogo Marcos Novaro rescata el encuentro de Lula y Cardoso. Frente a los inquietantes bandazos que se registran en la región, con sociedades indignadas y caóticas dispuestas a cualquier cosa con tal de castigar a los oficialismos de la pandemia y la frustración social, los archienemigos de Brasil resolvieron no apuñalarse y se reunieron cara a cara: su preocupación específica es que un autócrata pesque en ese río revuelto, tire del mantel y se cargue todo el sistema. Novaro ve un posible reflejo local en esta situación, y lo traduce de este modo: “Cristina es nuestro Bolsonaro, y necesitamos un acuerdo de moderados”, y se basa a continuación en una verdad desnuda: durante 2019 el peronismo “simuló un giro al centro para permitir el regreso al poder de un proyecto radicalizado”. Su razonamiento alude así a uno de los grandes problemas de los evangelizadores de la antigrieta: caracterizan defectuosamente al kirchnerismo; relativizan su vocación totalitaria y piensan que se trata, a lo sumo, de un mero duhaldismo de malos modales. Es curioso que no le crean ni siquiera a la propia Cristina Kirchner cuando proclama un Nuevo Orden; tampoco cuando actúa todos los días en consecuencia, sin fisuras ni contradicciones y con infinitos hechos concretos y políticas de alto impacto internacional. Tampoco les dan crédito a las declaraciones de La Cámpora, ni a los documentos ni a los reveladores ensayos que surgen de sus usinas intelectuales. Se niegan a aceptar que estamos en presencia de una facción de carácter agonal y propósito hegemónico, para la cual la moderación es una defección patriótica y una ficción novelesca. Un importante grupo antisistema que copó la cabina justicialista y que desde allí pretende —como enseña Laclau— dinamitar los acuerdos, acabar con el parlamentarismo, profundizar la división, generar enemigos simbólicos, coordinar y explotar todos los conflictos, concentrar todos los poderes y prevaler finalmente sobre la “partidocracia”. Quedarse con todo y para siempre. Si todavía no han ido más rápido ni más a fondo, no es porque el inexistente “albertismo” se lo haya impedido, sino porque el desastre sanitario y económico, y las críticas de la sociedad civil los han retrasado. El kirchnerismo miente en todo, menos en su propósito general; son conspiradores con megáfono y avisan siempre el rumbo. No vale aquí el viejo adagio de Néstor: miren lo que hago y no lo que digo. Porque decir y hacer están completamente alineados: en una sola semana, protegieron los crímenes de lesa humanidad de Venezuela y responsabilizaron por los muertos del Covid-19 al periodismo.
Así como existen las dos Españas (Machado dixit), hay claramente dos Argentinas: una es endogámica, prefiere el Estado y tiende a “vivir con lo nuestro”; la otra es cosmopolita, cree en el mercado y pretende integrarse al mundo. Las “dos almas argentinas” deben convivir; no es posible que una someta a la otra, y una república próspera precisa un poco de cada una para equilibrar las cargas, con alternancias y políticas de Estado permanentes. Esos son los deseos reales, esperemos que no imaginarios, del republicanismo. El resto es connivencia disimulada, ingenuidad, negocios de ocasión o actos para la tribuna.
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