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Un paseo por el lado salvaje de la mente

¿Es necesario morir para que se liberen los múltiples espíritus que nos anidan? El budismo afirma que cada una de las acciones o inacciones acumuladas en vida fuerzan el brotar de una existencia nueva cuando nuestra carne deja de latir. Una especie de renacimiento, pero doloroso y nunca pleno. La plenitud, al fin, queda reservada a los elegidos. Ni tú ni yo. De ahí que tengan claro que la reencarnación es algo a lo que todos estamos abocados. Toda religión, al fin, aboca al dolor, la culpa y el arrepentimiento. Menos la del divino Marqués, quizá. Claro, que los budistas nunca se han preguntado a qué vida reencarnarán nuestros múltiples habitantes. Porque, como afirmaba Walt Whitman, cualquier persona sensible asimila, con el paso de los años, estar habitada por multitudes.

Realmente, hablar de budismo al citar estas cuestiones del ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación, es harto simplista. Igualmente lo consideran dogma de fe los jainitas, los sijs y los hindúes, entre otros. Y lo creyeron a pies juntillas los gnósticos, los rosacruces y algunos seguidores de Platón. Hasta aquí, parte de lo medianamente documentado. Pero podemos suponer que África, tierra de percusiones animistas, tampoco saldrá indemne de dichas cuestiones metafísicas. Por ello, no es difícil imaginar al niño Pessoa, educado en Sudáfrica, adquiriendo conocimiento de las diferentes opciones de reencarnación que la fe pone a disposición del humano para mejor recomponerle su paso consciente por la vida.

El niño Pessoa cuando adulto y Fernando cayó en la tentación de esoterismos de más alto voltaje. Está documentada su relación con Aleister Crowley, la Gran Bestia, el hombre más depravado del mundo, a decir de no pocos de sus coetáneos. Crowley jugó durante toda su existencia a congregar los espíritus más retorcidos con el único afán de erigirse en Mesías consciente de un nuevo hedonismo basado en la máxima «haz tu voluntad». Hablábamos, antes, de Sade. Pues algo así como su reencarnación budista soñó ser Crowley. O algo así como una puesta al día del Gilles de Rais que narró Joris-Karl Huysmans en À rebours (aquí traducida como A contrapelo, aunque bien hubiese podido llamarse A lo hondo sin importar la poca fidelidad al título original). Y tal vez Fernando Pessoa, gracias a la correspondencia que mantuvo con Crowley, soñó con narrar las múltiples e inquietantes facetas del bizarro ocultista. No lo hizo, pero de alguna manera logró desguazarlo y repartir pedacitos de él entre los más de 70 heterónimos que llegó a utilizar en vida.

"Diversos estudios aseguran que el poeta portugués por antonomasia sufría trastorno de disociación de la personalidad (TDP)"

Alberto Caeiro, el heterónimo de Pessoa que este consideraba maestro de todos los demás, e incluso de sí mismo, se rebelaba, justamente, contra el ocultismo y todo tipo de metafísica reivindicando la simplicidad y nitidez del mundo circundante. Una manera de exorcizar los demonios que habitaban a Crowley y que él sentía tan cercanos.

El 8 de marzo de 1914, Fernando Pessoa, llevado por un ímpetu irrefrenable, tomó un puñado de papeles entre sus manos y enhiesto, enfervorecido, sin tomar asiento e incendiado de un éxtasis cuya naturaleza no era capaz de definir, escribió más de 30 poemas que comprendió habían sido compuestos por una persona ajena. Este primer heterónimo recibió el nombre de Alberto Caeiro. Pessoa, posteriormente, le creó una historia y personalidad propias. Aquellos poemas compondrían El guardador de rebaños, y el poeta luso aseguró que había nacido, de él mismo, su maestro, que acto seguido le guió hasta escribir los seis poemas de Lluvia oblicua. El frenesí no calmó el cerebro de Pessoa. Recién finalizados los versos que le había dictado Caeiro se sentó, esta vez sí, frente a la máquina de escribir y aporreó el teclado violentado por el pulso lírico de Álvaro de Campos, el segundo de sus heterónimos, opuesto exacto en actitud e intenciones al primero. De esta manera tan anómala irían naciéndole nuevos seres de entre los dedos. Seres que él comprendía como independientes de sí mismo y buscadores, cada uno a su modo, de la expresión del ánima a través de la poesía.

Diversos estudios aseguran que el poeta portugués por antonomasia sufría trastorno de disociación de la personalidad (TDP). Las personas aquejadas de TDP asisten atónitas al desgarro de su personalidad en varias entidades, aunque lo normal es que únicamente se manifiesten de manera clara de tres a seis de ellas, siendo el resto relegadas a apariciones esporádicas. A las entidades Alberto Caeiro y Álvaro de Campos, Pessoa sumaría otra igualmente prolífica: Ricardo Reis, un médico de formación clásica, adquirida en instituciones jesuitas, obsesionado por la fidelidad a la métrica de los antiguos poetas latinos. El resto, hasta superar la cifra de 70, dejarían una obra menos extensa, algunos incluso meramente circunstancial.

"Esquivo, desorientado, encantador, salvaje, autoparódico, seductor, provocador, enamorado, adicto, espiritual e innumerables adjetivos, de lo más contradictorios"

Muchos años después, en 1959, los norteamericanos Toby y Sidney, con nombre de perro y ciudad respectivamente, se sienten alarmados por los comportamientos extremos de su vástago, Lou, intensificados hasta la cicatriz gracias al consumo desmedido de alcohol y todo tipo de drogas. Solución: poner al adolescente de 17 años de edad en manos de un psiquiatra para comprender qué le ocurría a su mente. El caso es que el joven Lou Reed andaba deambulando la mente por verdades diferentes, divergentes y diversas. Andaba intentando recolocar en su interior las varias personalidades que le habitaban. «Quizá sea esquizofrenia», aseguró el psiquiatra tras confirmar que Lou sufría «delirios y alucinaciones». Solución: terapia de choque: electroshock. Las consecuencias de dicho tratamiento acompañarían el resto de su vida al bardo neoyorquino que, alcanzada la edad adulta, eviscerado definitivamente de sus padres, escribiría la hiriente «Kill Your Sons» intentando exorcizar el averno en que se vio inmerso durante su tratamiento psiquiátrico. A pesar de ello, en varias ocasiones confirmó sufrir bipolaridad, llegando a confesar al periodista Jim Sullivan que lo controlaba intentando contemplar los extremos altibajos como si fueran las manecillas de un reloj en que aunque el minutero marque el 6 volverá inevitablemente al 12.

Esquivo, desorientado, encantador, salvaje, autoparódico, seductor, provocador, enamorado, adicto, espiritual e innumerables adjetivos, de lo más contradictorios, aún reverberan en la conciencia popular para definir la personalidad de un artista que, ya emancipado, entregó sus arterias al picotazo brutal de la lírica y el sonido para mejor expresar sus turbulencias internas. Y cómo lo hizo. Como nadie antes. Como nadie después. Fue la prueba insoslayable de que los tormentos emocionales tan caros a la poesía también pueden volcarse en la música popular. Al modo Pessoa, sus canciones son largos relatos líricos en que la primera persona le permite narrar las vicisitudes de individuos muy disímiles.

"Edgar Allan Poe fue padre del gótico moderno y también (sí, tal vez producto de su bipolaridad) del desdoblamiento de personalidad como tema literario"

Por si no resultase suficiente tal modo de expresar las múltiples personas que podían anidar en el poeta eléctrico, este se empeñó, durante años, en modificar y registrar las mutaciones de uno de sus temas más majestuosos, ese «Sweet Jane» que inauguró con la Velvet y cuyo título el mismo Reed jugó a que pudiese ser el nombre de una oficinista o el de la dulce Mary Jane con que los norteamericanos nombraban por aquel entonces a la marihuana. La poesía y otras hierbas navegaban sus venas, y él confeccionaba indolentes veleros sobre cuya cubierta pudiese surcar la realidad. Entre sus lecturas predilectas figuraba la de su compatriota Edgar Allan Poe, cuyas letras Fernando Pessoa, tal vez llevado por su personalidad más esotérica, devoró y llegó a traducir al portugués. Allan Poe también fue bipolar. Obviamente, su alcoholismo tuvo mucho que ver. El exceso, sin camino a lo Blake. El mismo exceso que abrazó Lou Reed. También Pessoa, que desde joven tuvo tendencia al consumo exacerbado de alcohol, según sus propias palabras y las de quienes le conocieron, a muchos de los cuales también confesó sufrir desarreglos psíquicos. Sustancias que alteran la mente para mejor liberarla o mejor acordonarla en un ring en que los golpes no siempre llegan por donde se los espera.

Edgar Allan Poe, padre del gótico moderno y también (sí, tal vez producto de su bipolaridad) del desdoblamiento de personalidad como tema literario. Nadie como él, hasta entonces, había penetrado tan sutil y ferozmente en los vaivenes mentales de quien sufre por saberse duplicado a pesar de negárselo a diario desde ambos bandos. No son pocos los críticos que han referido el manido tema del doppelgänger como corazón del relato con que Poe fue más allá de lo ya expresado en numerosas ocasiones en la literatura europea. Si nos preguntan por el tema del doble personal, en literatura, referiremos de inmediato al Doctor Jekyll de Stevenson, el Dorian Gray de Oscar Wilde, el Orlando de Virginia Woolf e incluso el Gollum de Tolkien. Pero nadie como Poe, en su relato William Wilson, desveló los recovecos emocionales de quien sufre un cuadro severo de bipolaridad con esa particular urdidumbre de lírica, truculencia y análisis semifilosófico tan admirada por Pessoa. Tan admirada por Reed.

A Poe, además, junto a un inimitable cuentista, le habitaba un poeta. Igualmente torturado y oscuro, cierto, pero no un poeta romántico al uso. Y la cumbre de su obra lírica es, sin duda, el poema El cuervo.

"Las leves variaciones que Reed hace del poema original lo empujan hacia un terreno aún más escabroso en que el amor se confunde con el odio"

A finales de 1999, el célebre director escénico Robert Wilson imploró a Lou Reed, con quien ya había colaborado anteriormente y continuaría colaborando después, que compusiese algún tema musical basado en el endemoniado universo de Edgar Allan Poe para utilizarlo como argamasa de su nuevo montaje teatral, POEtry, en que pretendía revivir, como él hiciese con Annabel Lee, al torturado escritor norteamericano. Necrofilia y exceso. Amor. Sin embargo, lo que el músico regaló al espectáculo de Wilson fueron trece temas en que tomaba personajes de las narraciones de Poe para reescribir su imaginario con la tortuosa y eficaz lírica de que hacía gala en cada una de sus canciones. En uno de esos temas, como enfrentándose a un espejo que le vomita la imagen morbosa de un Poe desquiciado, aúlla preguntándose una y otra vez «¿quién soy?» hasta que su imagen y la de Poe cambian de lugar y este le plantea la solución desde el otro lado del vidrio: «Perdamos la cabeza y seamos libres». Por supuesto, Reed, siempre ajeno a la ortodoxia y a todo corsé que no sea de cuero y utilizado por propia decisión, se atrevió a reescribir El cuervo, uno de los poemas más populares en lengua inglesa, y el que situó definitivamente a Poe en el panorama literario de la época.

Las leves variaciones que Reed hace del poema original lo empujan hacia un terreno aún más escabroso, en que el amor se confunde con el odio y diversas drogas hacen acto de presencia para afilar lo asfixiante de la atmósfera de lacerante soledad masoquista que envuelve al protagonista. ¿Es necesario morir para que se liberen los múltiples espíritus que nos anidan?, parece que se pregunta (como nosotros al inicio de este texto) un nuevo trasunto de Reed en el poema que tan quirúrgicamente ha despiezado. La respuesta se la proporciona el cuervo, regio protagonista de los versos: «¡jamás!». El cantante, al igual que el poeta luso, sabía que no era preciso ni deseable cumplimentar el ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación. Los múltiples heterónimos que serpenteaban a ambos debían encontrar su propio camino durante el tiempo vivido.

A Pessoa le brotó de entre los dedos, aún joven, el heterónimo Horace James Faber: ensayista, cuentista y teórico del misterio. Sin duda, aquel desdoblamiento fue provocado por la pasión que el portugués sentía por las letras y la mente de Edgar Allan Poe. Tanto, que más tarde intentó emularlo con un nuevo heterónimo: Alexander Search, en cuyo apellido se evidencia el gusto de Pessoa por los relatos detectivescos y policíacos que tan magistralmente escribiese el norteamericano. Concretamente con el relato A Very Original Dinner, en que Search desmenuza un caso de canibalismo. Insistimos: el dipsómano norteamericano no era un romántico al uso. Tan conocida era la pasión del portugués por Poe que cuando falleció no pocos de sus conocidos se entregaron en cuerpo y alma a difundir que su muerte fue producto del alcoholismo, para así emparentarlo con su idolatrado autor.

"¿Bipolaridad, trastorno de disociación de la personalidad o simplemente Poesía?"

Aparte elucubraciones, aún en vida, Pessoa dejó patente su gusto por la literatura de Poe cuando empleó toda su capacidad lingüística para traducir El cuervo al portugués respetando minuciosamente el ritmo y la métrica originales. Cierto que él, al contrario que Lou Reed, sí fue fiel al poema de Poe, y simplemente se desvivió para lograr la mejor traducción posible a su idioma natal. Pero esa es otra forma de desdoblamiento. Pregúntenle a cualquier traductor de los que logran el milagro de traer a nuestro paladar, henchidas de veneno y ambrosía, palabras que sin su ayuda jamás sabríamos pronunciar.

El espectáculo POEtry de Robert Wilson fue un éxito, pero Lou Reed ya había caído en las truculentas redes de Poe y decidió emprender una aventura aún mayor utilizando las trece canciones ya grabadas como armazón para un doble álbum en que homenajeaba la figura del literato.

Por su parte, Wilson, pasados los años, se embarcó en otro de sus sofisticados, deliciosos y delirantes espectáculos escénicos. Uno en que, para dar voz a los diferentes personajes, suenan voces en inglés, italiano, francés y portugués. Diferentes personajes que habitan a una única persona, la homenajeada que, en este caso, no es otra que Fernando Pessoa.

¿Bipolaridad, trastorno de disociación de la personalidad o simplemente Poesía? No olvidemos que, hace ya demasiado, Arthur Rimbaud aprendió a expresarse (y de qué manera) cuando comprendió que «Yo es Otro».

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