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Un paseo por la obra de Francisco Brines

Un paseo por la obra de Francisco Brines

Francisco Brines ganó el Premio Cervantes en 2021, un reconocimiento a una larga trayectoria que culmina todo un esfuerzo por encontrar la luz en la poesía. Su obra tiene como influencias la belleza del mundo de Cernuda pero también de Juan Gil-Albert. En Brines, el pasado y la infancia se convierten en un edén al que no podemos volver pero que añoramos siempre. En mayo falleció después de que los reyes le entregaran el premio en su casa de Oliva.

Desde Las brasas, publicado en 1960, hasta La última costa, publicado en 1995, la obra de Brines se cimenta en el tiempo, en su búsqueda, en la existencia y su devenir, crea a través de otro yo a un ser que mira al niño que fue para volver al ayer y recobrar la luz que el tiempo ha destruido. Ese afán ha sido siempre una constancia, sin prisas, porque el poeta valenciano siempre ha escrito una obra reposada, que ha ido macerando lentamente el verso para que cobre así mayor altura y su eco viva en el tiempo.

De Las brasas cito el comienzo de este poema dedicado a Abelardo Linares cuando dice:

“Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido /la inclinación del sol, las luces rojas / que en el cristal cambian el huerto, y alguien / que es un bulto de sombra está sentado”.

Ese alguien es siempre el poeta que se refleja en un espejo, donde ve pasar el tiempo, ese fulgor que se ha ido perdiendo, ya es un mero “bulto”, ha despersonalizado al ser que yace sentado. La idea del “huerto” expresa también esa invocación a la Naturaleza en su esplendor, el exterior sigue gozando del tiempo, pero el hombre ya no, está en un interior donde solo queda esperar la muerte.

De Palabras a la oscuridad, libro publicado en 1966, queda el niño que gozaba con los juegos, idea que ya se veía en “El barranco de los pájaros”, final de Las brasas, ese niño que no conoce el dolor adulto, envuelto en su inocencia:

“Al terminar los juegos / nos quedábamos todos tan cansados / que se olvidaban de mi corto nombre. / Me retiraba entonces de la casa / al secreto lugar”.

Ese “secreto lugar” es el espacio no mancillado por la vida, donde la infancia se debe guardar para que no la empañe el mundo adulto. El poema se titula “Después de la infancia” y ya expresa ese descubrimiento que supone la vida de los hombres y mujeres donde el sufrimiento entra ya en la conciencia y afecta a los actos cotidianos.

Vuelve a esa idea en libros posteriores como, por ejemplo, en Insistencias en Luzbel, publicado en 1977, donde el poeta sabe que la dicha perdida queda en algún rincón, aún queda el eco de algo que fue felicidad, como expresa en unos versos del poema “Respiración hacia la noche”:

“No pude soportar el clamor de la dicha. / Y un generoso dios / me quebrantó el oído. / Mas esta la memoria, sabe / que hubo el ofrecimiento: / la vida pudo ser. / Por ello la amo tanto”.

El poeta sabe que la vida “pudo ser”, en definitiva, todo es fracaso, la tentativa de vivir la vida sin dolor es imposible y renuncia a esa felicidad fácil del que no sufre. Ya está presente el dolor, el niño ha desaparecido para siempre y queda el eco de la celebración, pero nada se ha completado, nada ha llegado a su culminación.

Otro libro esencial en su trayectoria es El otoño de las rosas, publicado en 1986, que fue premio Nacional de Poesía en 1987, en este libro Francisco Brines ya sabe que solo queda el amanecer del mundo, el esplendor de la Naturaleza que ha de perdurar ante el avance inexorable del tiempo y de la muerte. En el poema del mismo título expresa esa recapitulación que es sentencia:

“Vives ya en la estación del tiempo rezagado: / lo has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete. Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio del mundo”.

La labor de la contemplación, en la senda de Juan Gil-Albert, ese ocio contemplativo que nos enseña el sentido de la vida, queda aquí presente, ese “silencio del mundo” nos habla ya del eco que deja el tiempo y su inexorable transcurrir. La rosa como metáfora de la existencia expresa la brevedad de todo, nuestro camino hacia la nada final.

Termina su labor creativa con La última costa, libro publicado en 1995, donde sigue la idea del tiempo que huye. Ahora se ha publicado, ya póstumamente, en la editorial Tusquets, Donde muere la muerte, que recoge sus poemas escritos desde 1995 hasta poco antes de su muerte. Francisco Brines ha creado una obra meditativa y existencial, de gran calado humano, que ahora se reconoce con el máximo galardón de nuestras letras. El poeta que mira al Mediterráneo desde su Oliva natal ya pudiera estar dichoso en ese otoño de su vida.

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