Un peón en pelotas

Peón de ajedrez. Imagen de Агзам Гайсин en Pixabay.

«Hay otras vidas, pero están en ti», dicen que dijo el poeta Paul Éluard. En mí está, entre otras vidas, la de Leo Pérez, el Joputa, que pasa por Zenda, con otros convivientes, los miércoles.

El ajedrez no existe para mí. No juego ni toco una pieza desde hace lustros. Sin embargo, desde que sé que la cría de la vecina jugaba con mi padre, el ajedrez se ha colado en mis sueños.

Voy con el primero:

"Soy un peón de mierda, pequeño y puteado, que no pasa de la apertura, que jamás será reina, que jamás matará al rey, que nunca ganará una partida."

Estoy muerto. Sin que me den jaque. Sin que me lo digan a la cara, no hace falta, soy un puto peón negro y cuando me matan ni lo celebran: me matan y punto, las demás piezas siguen a lo suyo, matando y muriendo. Soy un peón de mierda, pequeño y puteado, que no pasa de la apertura, que jamás será reina, que jamás matará al rey, que nunca ganará una partida. Un peón borracho y perdido que cae al vacío sin parar, que cae y cae hasta que despierto. Pero al abrir los ojos añoro la pesadilla. La resaca es peor, ser un peón tenía su punto.

Y esto es el segundo:

Estoy en pelotas. Con botas de tacos y guantes, y nada más, en una portería de fútbol. En un estadio descomunal y repleto de gente. Y el balón, me fijo primero en el balón, está en el punto de penalti. Y unos metros más atrás, fuera del área, un tipo enorme va a fusilarme de un balonazo. El tipo mira al árbitro, pero no suena todavía el pitido. El estadio ruge, las cámaras me apuntan, hay fotógrafos detrás de mí, detrás de mi culo, hay toda una grada con banderas y bengalas detrás de mi culo. Y suena por fin el pitido y el tipo corre hacia el balón, y yo abro los brazos, no me cubro, yo quiero parar el penalti aunque esté en bolas, y el tipo pega un patadón y, como tantas otras puñeteras veces, me despierto. Cuando abro los ojos quiero creer que me lanzo hacia un poste y lo paro. Eso quiero creer, pero no tengo ni pajolera idea y además no he jugado de portero en mi puta vida.

*

Cuando jugaba al fútbol, era defensa. De los malos. Leñero. De chaval en el patio del cole y poco más. Jugando al ajedrez, en cambio, se me daba mejor atacar que defender. Lo digo en pasado porque ya nada se me da bien.

En cambio, mi padre era un ajedrecista amarrategui, cagón, defensivo, que sólo golpeaba en los contragolpes, más pendiente de los errores del contrario que de los aciertos propios.

Mi padre me cortaba las alas, no me dejaba desplegar mi juego, me forzaba a contenerme, a protegerme.

Y ahora el que se protege soy yo. Desde hace lustros, malvivo alejado del ajedrez. No me queda otra. No puedo volver a jugar, me destrozaría. Pero no puedo controlar mis sueños.

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Entregas anteriores de Leo:

· La mascarilla

· El club de la nada

· Jaque al peón

· Las cenizas de la noche

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