Esto es lo que uno es, esto lo que no pensabas ser, esto es lo que vas a ser después del reajuste y el reensamble, esto es lo que uno es tras la reconstrucción. Y lo que surge al mundo ya no es un yo, sino un nosotros. Lo importante es la comunidad, mi semejante, mi hermano. En cinco breve pasos, el artista indómito Nick Cave (Warracknabeal, 1957) forja una autobiografía que es el preámbulo a un libro-objeto que reverencia la figura del músico australiano y su explosión de genio desde la infancia más vulnerable hasta la madurez de la supervivencia. Páginas que son documentos, algunos expresamente íntimos, donde se revela la verdad de quien ha hecho de su vida una performance inesperada —pero no improvisada— en la que cabe desde el proceso creativo hasta el luto más doloroso. He aquí un valiente que ha entendido que no existen atajos para mostrar la existencia con dignidad. Como le escribiera en 1980 en una desalmada carta en rojo sangre a Anita Lane, “te quiero y eso es todo”.
Cuando Nick Cave rondaba los diez años, su padre lo puso frente a él y le leyó el primer párrafo de Lolita, de Nabokov (“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas…”). Si es así como ha de sumergirse uno en la escritura y en el potente acto de la lectura consciente, pues se hace, pensamos que imaginó su padre. “Me di cuenta, por la manera en que aquello lo empoderaba, de que se sentía que estaba transmitiendo un conocimiento prohibido”. Fue la instrucción del hecho narrativo convertido en revelación y en contacto íntimo con la mente de su progenitor, Colin Cave. De ahí a la escuela de arte de Melbourne había un paso, y lo dio. Lo demás es historia, como dice, pero labrada en letras repletas de giros bíblicos, confesiones y grandes dosis de literatura de alta graduación, la de sus fuentes —con Faulkner en los altares— y la suya propia, a medio camino entre la épica y la onírica.
Los cuadernos en los que escribe sus canciones (perdió el último, el de Ghosteen) son colecciones de ideas fallidas, una prueba de la vida vivida y viviéndose. Cuadernos que se convierten en objetos de devoción donde todo cabe. Darcey Stenkey dice que, como Faulkner, Nick Cave “te puede hechizar como un chamán prehistórico que engancha al lector con símbolos numinosos y un horror sagrado”. Y es que para la mente del compositor de Let Love In (1994), el infierno le parece más probable que el cielo. La voz de dios hecha maldición ha bramado a través de él en muchas ocasiones, lo que lo emparenta con el lamento punk de los destruidos, pero al final nace de esa semilla compuesta por una genética heterodoxa y por la epigenética acumulada en sus sesenta y cinco años una idea de la trascendencia que no lo convierte en gurú, pero que no estaría de más escuchar de vez en cuando, sólo por recordar que hay quien viajó al infierno y regresó con la condena a cuestas, casi como mártir, para que sean otros los salvados. Hay un Apocalipsis en su quehacer, pero también una suerte de salvación si se tiene fe en el poder de la música, en la energía del salmo, en la necesidad del relato. Como un predicador a punto de ser condenado, Cave se inmola porque ha aprendido, finalmente, a perdonarse a sí mismo al tiempo que perdonaba al mundo.
Más extraño que la bondad. Y sin embargo, tan presente. ¿De qué habla Nick Cave con esta exposición itinerante que ha montado a partir de este libro? Habla de algo tan humano como la empatía o el amor. Habla de eso que acaba siendo “más extraño que la bondad”. Habla, claro, del Mal. Para que no lo olvidemos. Pese a todo, el protagonista de este hermoso libro sabe, como Rusty Cohle, el protagonista de True Detective, que la luz va ganando a la oscuridad. Que así sea.
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Autor: Nick Cave. Título: Más extraño que la bondad. Editorial: Sexto Piso. Traducción: Mariano Peyrou. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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