Un refugio es un lugar en donde nos sentimos a salvo, protegidos durante un tiempo. Puede ser un espacio en donde aislarnos, pero también en donde reencontrarnos y compartir esa necesidad de protección: una mirada, una sonrisa, un libro o una biblioteca. Para un emigrante, se trata de cualquier lugar en donde se ve arropado por el calor de su lengua materna, en donde le envuelven esos sonidos que le acompañaron durante su infancia y juventud, así como la cultura que representan.
No solo el curso fue todo un descubrimiento, sino la institución en sí. Y es que la labor del Instituto Cervantes, promotor no solo de la lengua, sino de las culturas hispánicas, es encomiable, ofreciendo cursos de español adaptados a cualquier nivel, actividades de difusión cultural (conferencias, debates, clubes de lectura, seminarios…) y una biblioteca bien abastecida. La agenda de la sede de Lyon está bien cargada y el nivel de la oferta cultural es muy alto. Este año han pasado por allí Javier Cercas y Dolores Redondo, por citar dos ejemplos, y las actividades han sido muy variadas.
Una de las cosas que más se agradecen al Instituto Cervantes es poder contar con una buena biblioteca. Todo expatriado conoce la dificultad que supone leer en su propia lengua en un país extranjero, más allá de libros electrónicos, tabletas o móviles. Me refiero al placer de leer en formato impreso. Como en cualquier biblioteca que se precie, aquí encontramos libros de todo tipo, pero también películas y series. Todo lo necesario para ponernos al día con la cultura de nuestro país, con la que parece que desconectamos de algún modo cuando emigramos. Y, lo que aún es más importante: encontramos el acompañamiento que necesitamos en cada etapa de nuestra vida.
Mi hijo, por ejemplo, está empezando a leer y necesita ser acompañado en el largo camino que transforma la descodificación de jeroglíficos escritos en un auténtico placer. Necesita textos con letras grandes, cuentos cortos que acabar sin que el cansancio le desmotive e incluso actividades para comprobar la comprensión de lo leído y aprender algo nuevo con cada lectura. Además, hay que tener en cuenta que el nivel de lectura cambia con sorprendente velocidad. No hace falta comprar todos los libros de una librería, sino apoyarse en una buena biblioteca. Y al fin llega ese mágico momento en que todo el trabajo da sus frutos y los libros leídos cada noche muestran su efecto. Es la indescriptible felicidad de escuchar cómo las palabras, por la adición de los sonidos de cada letra, cobran vida en su dulce voz. La transmisión del conocimiento a través de la palabra escrita se vuelve una realidad y el niño adquiere una fundamental arma para desenvolverse en el mundo hostil en que vivimos.
Así que no me cuesta madrugar cada sábado para subir por la montée des Choulans y entrar en la antigua Villa Weitz, una soberbia mansión de estilo Art Déco que acoge desde 2003 al Instituto Cervantes de Lyon. Y allí, en la colina de Fourvière, con una magnífica vista de toda la ciudad, en uno de esos paradisíacos lugares separados de todo, nos refugiamos, mi hijo y yo, durante una mañana. Para volver cargados con nuevas armas. Listos para afrontar el combate diario de la vida.
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