Antes que novelista, Charles Dickens fue periodista. Desde que se inició como reportero parlamentario en la adolescencia hasta el final de los días, se mantuvo activo en la profesión, llegando a escribir más de 400 artículos, muchos de los cuales seguían inéditos hasta la publicación del presente volumen.
En este making of, Dolores Payás, responsable de la edición, desvela la historia oculta tras Pasiones públicas, emociones privadas. Escritos periodísticos (Gatopardo), de Charles Dickens.
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Este proyecto nació de una feliz casualidad acontecida hace más de 20 años. Por aquel entonces, y como a tantos lectores, no se me había pasado por la cabeza que Charles Dickens pudiera haber escrito otra cosa que novelas. Dickens era un gran escritor de ficciones, punto final. Me equivocaba. Lo descubrí hurgando en una librería de segunda mano de Londres, cuando me cayó en las manos un volumen de considerable tamaño —y peso— en el que se recopilaban más de un centenar de textos periodísticos del gran autor británico. Me lo llevé a casa.
Pasaron los años, me convertí en escritora y traductora, y un buen día me asaltó la idea de hacer algo con aquel viejo libro. Exhumar algunos de sus artículos, traducirlos al español, armar una antología destinada a un público hispanoparlante.
Empecé a tirar del hilo. Descubrí que mi volumen no era hijo único, sino que tenía tres hermanos tan gordos y lustrosos como él mismo. Y descubrí que en Inglaterra existía un equipo de trabajo, encabezado por el catedrático John Drew, dedicado pura y exclusivamente a investigar la faceta periodística de Dickens, casi tan desconocida allí como en España y América latina. Me puse en contacto con el profesor Drew, resultó ser un caballero estupendo y más que receptivo. Le expliqué mi idea. Dado que su misión en la vida era, y es, divulgar la buena nueva de Dickens como reportero, la acogió con entusiasmo. A partir de ahí obtuve té y simpatía a destajo. No estaba sola en el empeño, qué alegría.
El proyecto había nacido de una pasión personal. Nadie me lo había encargado, ningún editor lo estaba esperando. Y entre tanto había que vivir: seguir escribiendo novelas, traduciendo otros autores. Así las cosas, los avances fueron lentos, lentísimos. Hubo momentos exasperantes, desde luego, pero ahora, ya con la distancia que da el tiempo, creo que tamaña lentitud benefició el resultado final del libro. Creció de modo totalmente orgánico. Tuve tiempo de reflexionar, de profundizar, de tomar decisiones muy meditadas.
Destiné los primeros meses a leer todos los textos periodísticos, había unos quinientos, nada menos. Quedé arrebatada, como penetrar en una cueva de Alí Babá repleta de refulgentes joyas literarias. Un volumen ingente de artículos, reportajes y ensayos o relatos breves que abordaban infinidad de materias: administraciones incompetentes, leyes, política, laberintos burocráticos pobreza, exclusión social, salud pública, insularidad, temas culturas, asuntos humanos. También los tonos y géneros eran diversos, había sátira y farsa, pequeños melodramas, estampas costumbristas, artículos de opinión, exabruptos acusadores. Un coro de voces fabulosas, a veces conmovedoras, a veces violentas y acusadoras, otras, descacharrantes por lo cómicas. Una obra colosal.
¿Cómo darle forma a tanta magnitud? ¿Qué criterios utilizar? ¿Cuál iba a ser el enfoque? Mi aspiración era construir una antología que funcionara como un mínimo muestrario del gigantesco genio periodístico de Dickens: su imaginario, fértil y suculento, su rara capacidad para dominar todos los registros dramáticos.
¿Por dónde empezar?
Los títulos de los libros suelen ser un gran quebradero de cabeza, al menos para mí, pero con este proyecto ocurrió el milagro. Se me ocurrió uno que me facilitó el andamiaje básico del libro, su primera espina dorsal. Pasiones públicas, emociones privadas. Pasiones públicas: Dickens, el ciudadano que escribía fogosamente sobre asuntos públicos. Emociones privadas: Dickens, el hombre que reflexionaba y se conmovía en la intimidad del hogar. Ya tenía una primera estructura básica.
El siguiente paso fue seleccionar los textos, tarea nada fácil, desde luego, había mucho dónde elegir. La elección debía ser coherente con los objetivos del libro y éstos apuntaban a la divulgación, no al academicismo. Yo quería, sigo queriendo, que este libro sea legible y atractivo para cualquier lector actual, independientemente de su edad o nivel educativo. Por lo tanto, no se trataba de arrojar al mercado una sucesión de textos de Dickens al azar, sino de elegir unos cuantos que tuvieran significado para el lector actual, que apelaran a su experiencia y a su inteligencia, a su percepción, a sus tripas. Nada de arqueología literaria, sino todo lo contrario: lo que yo buscaba era subrayar la vigencia del periodismo dickensiano.
Para Pasiones públicas seleccioné artículos que tuvieran vinculación con nuestra realidad actual: exclusión social, corrupción política, justicia, ética de la vida pública. Encontré muchos más de lo que esperaba (un shock casi anafiláctico). Cierto que ya no tenemos instituciones como la Workhouse pero en nuestras ciudades abundan los ciudadanos en situación de pobreza y marginación. Tampoco nos faltan políticos mediocres y vendidos, ni personajes expertos en acumular riqueza y exhibir un lujo obsceno. Y, desde luego, andamos sobrados de tonterías y frivolidades, de monigotes que ejercen gran influencia aun sin poseer un solo talento o mérito personal. En este contexto, las piezas periodísticas de Dickens adquirían una extraña patente de modernidad.
En Emociones privadas opté por artículos que hablaban de los paisajes interiores de Dickens, de sus fantasías y obsesiones solitarias. Son peripecias subjetivas a menudo extravagantes, casi todas con toques delirantes, pero siempre narradas con lírica y humor, entretenidas, salpicadas de reflexiones inteligentes, originales. Como recompensa añadida, en algunos de estos escritos íntimos descubrí una voz literaria extraordinaria, proto vanguardista, profética por su modernidad.
Asumidas estas primeras decisiones, llegó el momento de la verdad: arremangarse y atacar los textos. La traducción, ah, la traducción…
¿Qué puedo decir que el lector avispado no haya sospechado ya? Si articular la forma del proyecto fue tarea compleja, lo que vino después —traducir los artículos elegidos— supuso una carrera de obstáculos sin fin (también de diversiones sin fin).
El encaje del inglés y el español es difícil incluso en las traducciones de autores que tienden a la sobriedad. En un clásico como Dickens, cuya descomunal capacidad para la metáfora y la imagen casi desborda a los mismos angloparlantes, las dificultades se magnifican. A esto debemos añadir que me enfrentaba a su obra periodística, no a la obra de ficción. Aunque pueda parecer paradójico, ello complicaba más el quehacer. En la ficción la exuberancia del autor se ve naturalmente refrenada porque está al servicio de una estructura dramática superior: personajes, argumento, diálogos. Su voz periodística, en cambio, sale a borbotones proyectándose en todas direcciones. Cuando Dickens escribía para la prensa hacía, y es literal, lo que le daba la real gana.
Frente a la maraña de problemas, dudas, reservas y opciones, mi estrategia fue la del funambulista que mide cada paso al milímetro. Sabía que me la jugaba en cada movimiento, así que antes de avanzar, vacilé, trastabillé, volví a vacilar… En suma, ponderé todos y cada uno de los pasos que di.
Equilibrio y honestidad, fueron las palabras claves que elegí y deposité —en letras mayúsculas— sobre mi mesa de trabajo. Respeto por el texto original, consideración hacia el lector. Durante los casi tres años que tardé en finalizar el trabajo siempre traté de hallar este difícil equilibrio (Santo Grial de los traductores, por supuesto). Y de ser escrupulosamente honesta, con el autor, con el lector, conmigo misma. En aras de este empeño, es importante dejar bien sentado que este libro contiene mi versión española de unos artículos cuya selección también ha sido personal, muy personal.
La ambición última de todo escritor es compartir sus propias emociones y pasiones con el lector, y el traductor no es ajeno a esta flaqueza. He procurado que mi recopilación cubra un amplio espectro de registros, no sé si lo habré conseguido. Este libro nació como un experimento muy personal, es inevitable que esté contaminado con mis propios gustos y carácter. Habrá multitud de errores, seguro, pero confío en que el vigor y la belleza de Dickens conseguirán atrapar al lector haciéndole olvidar cualquier tendenciosidad y tropiezo por mi parte.
Mi deseo es que estos textos consigan conmoverle —en un sentido u otro— tanto como me han conmovido a mí durante los años en que he convivido con ellos.
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Autor: Charles Dickens. Título: Pasiones públicas, emociones privadas. Escritos periodísticos. Traducción: Dolores Payás. Editorial: Gatopardo. Venta: Todos tus libros.
«La traducción, ah, la traducción…»: como doña Dolores haya pepertrado una de la catadura de «su» Moonfleet, mejor que la deje en la biblioteca del cuarto de baño, biblioteca imagino que habilitada por la ilustre traductora para leer mientras hace sus necesidades. Por cierto que el Sketches by Boz con escritos periodísticos de Dickens y las ilustraciones originales de George Cruikshank, se puede conseguir desde hace años en cualquier librería de viejo por cuatro euros.