Para S.
La luz se va y regresa inmediatamente, pero no la normalidad ni las leyes que gobiernan el edificio: me he quedado atrapada en el ascensor. Calma. No pasa nada. Pulso el botón de emergencia, conectado al servicio técnico. Al cabo de unos segundos, una voz de mujer me informa de que en breve enviarán a alguien para liberarme. Me siento en el suelo, junto a la bolsa llena de fruta que sostenía. Pienso en el elevado precio de la fruta: como siga subiendo, en breve tendré que prostituirme para comerme una manzana; o me pondré a concebir hijos de otros, para saborear unas fresas. Pero qué barbaridades pienso cuando me siento atrapada en lugares donde no hay cobertura. Me como un plátano. Calma. No pasa nada. Hay cosas peores que quedarse encerrada en un ascensor. Abrir el buzón, por ejemplo, y descubrir que has sido elegida para ser presidenta de mesa el día de las elecciones. O que inviten a tu hija de seis años a un cumpleaños y se requiera la ineludible presencia de los padres. Sí. Eso sería mucho peor. Me siento algo mejor. Peor, mejor: en un espacio tan reducido lo peor y lo mejor siempre se encuentran (soy el punto de unión de dos circunferencias tangentes). Estoy desvariando. Mejor será que pele una mandarina y deshoje sus gajos. ¿Saldré? ¿No saldré? ¿Saldré? ¡No saldré! Yo solo sé que llevo aquí media hora, sentada en uno de los suelos más insalubres del mundo, aunque esta mañana vino la chica de la limpieza y se afanó con él, como si conociera mi destino. Pulso el botón de emergencia. La voz de mujer o de quien sea se disculpa: «Parece que el técnico está atrapado en otro ascensor. El apagón ha afectado a toda la ciudad». Vaya. Extraigo La Metamorfosis del bolso. Siempre hay que tener a Kafka a mano, por lo que pueda pasar (y una bolsa llena de fruta). Me como una pera. Realmente no se está tan mal aquí. Me pregunto si la vida es esto: esperar a que alguien nos libere de algo; aguardar a que un desconocido con referencias (de una amiga, de un servicio técnico) atraviese la alambrada de espino de nuestras frustraciones y rutinas, y nos saque de ahí. No, yo no quiero mesías, amantes, ni mucho menos técnicos de ascensores, atrapados o no. Debo salir de aquí por mí misma, y si eso no es posible, hacer de este lugar un rincón formidable.
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