En las primeras páginas de este libro hay una frase que lo define con exactitud. “La cocina me interesa para hablar de la vida y de los afectos”, escribe el autor. También se dice ahí que hay libros difíciles de explicar pero muy gratos de leer. Y éste es uno de esos libros. Su estructura de dietario marca un recorrido cronológico, siguiendo el calendario desde enero a diciembre. Esa forma permite organizar de una manera ordenada los más de sesenta artículos breves que componen el libro, centrados en la comida y en experiencias vinculadas a ella, que sin embargo son intercambiables temporalmente en los meses en los que están incorporados.
Comimos y bebimos: Notas de cocina y vida es un paseo por tabernas de Madrid, por restaurantes londinenses, por los claustros barrocos donde los ascetas practicaban menús de ayuno severo. Es un recuerdo de escapadas a Toledo, a Aranjuez, incluso a París. Porque “hay que honrar la memoria de los lugares donde fuimos felices” (pág. 154). Y es una degustación lectora de quesos, naranjas de invierno, perdices y zorzales, mazapanes y vinos bien elaborados que nos enseñan hoy, en medio de las prisas, que “para las mejores cosas de la vida a veces hay que esperar”.
Es un libro que se asienta en la memoria. Ofrece un recorrido por los desvanes del gusto de nuestra vida, en los que guardamos recuerdos de momentos en los que sentimos el roce fugaz de algo parecido a la dicha. Evoca días de fiesta alrededor de una comida, la alegría luminosa de la playa, el primer cigarro adolescente, el vino blanco de una cena como preludio del amor.
Hay más de un homenaje a la nostalgia en estas páginas. En un capítulo recuerda la imagen de la barra del primer bar y el brillo de las miradas púberes de las chicas del colegio, “cuando temblábamos como álamos”, dice con la delicadeza de Hardy. “La nostalgia es un engaño”, reconoce, “pero es que quizás no hubo primaveras como aquellas” (pág. 53).
Ignacio Peyró, que dirige el Instituto Cervantes de Londres, muestra un certero conocimiento de los hábitos ingleses, de los coffee rooms, de los clubs selectos y restringidos. Pero escribe con igual sagacidad sobre los restaurantes italianos. Y sobre la arraigada cocina española: el pescado del Cantábrico, las carnes asadas castellanas, las aves de la caza en otoño, los dulces de las tentaciones monacales.
Comimos y bebimos es el libro de un lector que se ha sumergido en los libros de otros y que aquí los cita con la emoción que produce recordar experiencias gozosas. Revela lecturas abundantes y promiscuas. Desde Séneca a Kafka; de Aristóteles a Montaigne; de Dante a Azorín; de Virgilio a Alejandro Dumas, pasando por Shakespeare, Lampedusa y otros cien más, que de un modo u otro escribieron alguna vez sobre cocina.
El libro está escrito con un estilo elegante y sugerente. Con humor. Con ternura. Con ironía. Capítulos como “Vida de hotel”, “El primer bar”, “La dieta de clubland”, “París a los veinte” son un ejemplo de cómo la literatura se nutre de detalles. Las metáforas surgen con espontaneidad en esta prosa de un poeta amante de la buena mesa y de la vida, que escribe: “La cocina es una de las mejores maneras que los hombres hemos encontrado para cortejar la felicidad y —por eso mismo— la cocina es también una de las mejores maneras de bendecir la vida y celebrar el acto gratuito de existir”.
Un campo semántico predomina en estas páginas: el de la dicha, el disfrute, el goce de la conversación, de la lectura y de una mesa abastecida con alimentos naturales bien cocinados. De todo eso da cuenta este libro, que es una lectura deliciosa, para paladear, como la buena cocina. Los textos que lo componen manifiestan una actitud benigna e indulgente con la realidad, que propicia esta reflexión: “Si el mundo puede ser ingrato, en la cocina siempre hay algo bueno que esperar”.
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Autor: Ignacio Peyró. Título: Comimos y bebimos. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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