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Un sépalo, un pétalo y una espina

Un sépalo, un pétalo y una espina

Emily Dickinson hacía brotar sus poemas con mano hábil y mirada precisa, desde ese espacio natural y edénico que fue para ella su casa en Amherst, ciudad de Massachusetts, EE. UU., en la que nació en 1830 y murió el 15 de mayo de 1886, donde rodeada de los bosques y prados recolectaba las hojas y flores que aprendió a clasificar siendo muy pequeña, durante su estancia en la Amherst Academy.

Los poemas de Dickinson recorren los bosques en mitad de la noche, trepan a los árboles, encuentran pájaros dormidos y recolectan flores y hojas a diario para convertirse en un registro del entorno, una radiografía de lo que observa su mirada y acaricia con la yema de los dedos.
El cuidado y mimo con el que está configurado el herbario con más de cuatrocientas especies clasificadas, nos da una idea de la pasión que Dickinson tenía por la naturaleza y su compromiso por recolectar, estudiar y preservar las flores locales; las etiquetas de papel que identifican cada especie están escritas con su elegante caligrafía.
Ahora tenemos la suerte de acercarnos a sus hojas y flores, acompañadas de sus propios versos. Por eso los poemas seleccionados tratan directamente el área de la botánica. Hemos rastreado sus poemas en busca de flores silvestres o de invernadero, de plantas y árboles y hasta de briznas de hierba.
Una búsqueda muy fructífera y de enorme belleza que, además, os ofrecemos junto a un índice de las plantas mencionadas en los poemas y su ubicación en las páginas del herbario para poder acceder a una experiencia completa de este inusual y hermoso libro.
Los poemas de esta antología se han numerado según la edición más reciente de la obra completa (R.W. Franklin, 1998, The Belkmap Press of Harvard University). Los poemas en inglés corresponden a la edición de Martha D. Bianchi (1924).

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Un sépalo, un pétalo y una espina

Sobre una común mañana de verano —

Un frasco de Rocío — una Abeja o dos —

Una Brisa — un brinco en los árboles —

¡Y ya soy una Rosa!

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No repararíamos en una flor tan pequeña —

salvo porque en silencio trae

el pequeño jardín que perdimos

de regreso al Césped.

Tan fragantes asienten sus Claveles —

Tan ebrias dan vueltas sus Abejas —

Tan plateadas arrancan un centenar de flautas

de un centenar de árboles —

Aquel que ve esta pequeña flor

por fe pueda observar claramente

los Charlatanes alrededor del trono

y los dorados Dientes de león.

205

¡Ven despacio — Edén!

Labios no acostumbrados a ti —

tímidos — liban tus Jazmines —

como la desmayada Abeja —

llega tarde a su flor,

zumba alrededor de su cámara —

cuenta sus néctares —

entra — y se pierde en Bálsamos.

755

¡Cambiar! Cuando lo hagan las Colinas —

¡Vacilar! Cuando el Sol

se cuestione si Su Gloria

es la Más Perfecta.

¡Saciarme! Cuando el Narciso

lo haga de Rocío

Como ella — Señor

Yo lo haré — de Ti.

1779

Para hacer una Pradera es necesario un trébol y una abeja

Un trébol, y una abeja.

Y un ensueño.

Bastará solo con el ensueño,

si abejas hay pocas.

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Autor: Emily Dickinson. Título: Herbario & Antología botánica. Editorial: Ya lo dijo Casimiro Parker. Venta: Todostulibros

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