Freddy Ayala Plazarte es un poeta y ensayista nacido en Aláquez, Ecuador, en 1983. Es profesor de la Universidad Central del Ecuador y Doctorando en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad Autónoma de Madrid, abarcando un estudio sobre estilos musicales como el black metal y el folk metal, a partir de la corporalidad en los paisajes nórdicos y andinos. Ha publicado en poesía libros como Zaratana (2007), Mi padre en las rieles de Sumpa (2011), Rebeliones al filo de una sinfonía (Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, 2015), Instrumentos para medir el viento (2018) o Anotaciones en la otra esquina del mundo (Bichito Editores, 2020). En ensayo ha publicado Vientos paralelos: acotaciones sobre cultura y literatura latinoamericana (2015) y dos estudios sobre la vanguardia del poeta Hugo Mayo. También realizó la selección y recopilación del libro Premonición a las puertas, Reciente poesía ecuatoriana (2012). Ha participado en simposios y eventos literarios en ciudades como Madrid, Zaragoza, destacando el Encuentro de Jóvenes Escritores de América Latina y el Caribe, La Habana, Cuba (2012, 2013), el Taller de escritura en el Centro Penitenciario J.L. Suarez N. 48, Buenos Aires, Argentina (2014). Ha residido en la Habana y Madrid. Presentamos una selección de textos de su último libro publicado, Un siglo en el vientre de las vasijas (Finalista de II Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro, Valparaíso, 2021), una obra desbordante y torrencial con una escritura que mezcla matemática y naturaleza y en la que, en palabras del escritor Kevin Cuadrado, «el valor reside en lo invisible, en la evocación del ser humano durante sus aprendizajes diarios, en la necesidad de comunicar el tiempo a través de los sonidos; y en la parte que no gobierna lo poético convive la pregunta, un examen al miedo de habitar el mundo. Un preguntar filosófico más allá del texto que el lector aprenderá a sentir. Decir que este libro es el eco que produce el caminante, es afirmar que el sonido ha regresado, pero ¿de dónde? Desde una vasija que significa cuerpo y, al mismo tiempo, mundo.» El autor nos sitúa con sus poemas ante un instrumento casi musical, para entender las resonancias que dejan nuestros pasos en la vida.
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I.
Era tiempo de un presentimiento en las flautas
Era tiempo de borrar las oraciones del paisaje
La hierba
conmovida en la careta
que fingió morder
el pan de pentecostés
¿Cuántas mentes necesitaba el cuerpo antes de viajar al escombro?
Las flautas parecían monólogos
despidiendo apellidos
que hundían la vasija
Mi abuela abría la puerta de arcilla
me tomaba de la mano
y escuchábamos el último sonido del proverbio
apenas imaginaba cómo era su genealogía
vientre atrofiado por los ceros
ferviente templo de los vientos
espejo ciego del profundo barro
Era tiempo de cebadas
y de flautas que sangraban en una estrofa
mi abuela
abrazada de un árbol repetía el mensaje del silencio
una piedra de cangagua amortiguaba sus lentas palabras
me decía: olvida al pájaro que un día dibujé sin alas
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II.
En la historia de un alfabeto tuve una madre que se llamaba vasija
cada invierno cortaba su cabello
para envolver
mariposas que aniquilaban su lenguaje
me había enseñado
a jugar con la época de un pentagrama
se dedicaba a componer canciones
para los caballos estampados en la plastilina
su memoria era una plural conversación
atravesando fonemas en las flautas
pintando caligrafías bajo un caldero
Ella sabía que un alfabeto
nunca pudo resolver el nombre de una vasija
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III.
A espaldas de una armónica me dijeron que tuve una madre muerta; durante su vida había tallado incipientes vasijas que guardaban la leyenda de un cero; traficaba estrellas en la teología del invierno; solía dibujar su reflejo en la médula del vidrio. Ella dialogaba con un resfriado pastor que empujaba oxidados columpios, harta de los maderos que sostenían el cuerpo que pendía de los clavos, arrojaba los mechones de una mazorca al movimiento de un adagio, caminaba sin alfabeto entre la confusión de las cabras.
¿Por qué la longevidad de su trenza se perdía en los amaneceres?
Vuelve otra vez, decían las mujeres que esparcían polvo sobre una mollera; ven a darnos una cuchara de palo para mecer el alimento de la tierra: recuerdas que fuimos un solo corazón escuchando las vibraciones de la hojarasca.
Nadie sabía de matemática en la vieja forma de una mirada, un número y el descanso del niño que leía la sangre perdida. Nunca supe que tuve una madre muerta: alguien me hablaba de los malogrados teoremas que una piedra abortaba en una vasija.
Las flautas se rompían atrás del equilibrio.
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IV.
Un algebrista buscaba una matemática insospechada
en las cerámicas
predecía el parto de una madre
En el agujero de las vasijas
no cabía la demencia de un caníbal
cuántos números sin la víspera del reflejo
y solo un cuaderno
para meditar el color violeta de una canica
las mochilas llevaban
la serena época de una melodía
el sudor de una partera goteaba en la ceniza
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V.
¿Quién sostenía las tablas de la armonía adentro de una vasija?
Una rosa conmovida en la balada de los necios, removía del barro las palabras de una vieja luz, despostillaba los bastones, mientras un tambor acompañaba el ruido de los huesos, geografías de pieles frías.
La vieja luz, en la mente de los necios, ya no cabía en un vientre.
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VI.
En el sexto día
los cantores de una vasija ofrecían carrizo
al pequeño artesano que dormían con las flautas
En el cuarto día
una madre escribía adagios en el mármol
infinito monoteísmo
por dejar la vida en el cero
las madres se alejaban del reflejo
ii.
- Hablar del vértigo cuando el mundo aplaudía la convulsión de un anfiteatro: un pitagórico tachaba en su teoría de las esferas.
- Hablar de un lejano instrumento, que nadie sabía cómo utilizarlo, y acaso empuñar un sordo marcapasos que atizaba lo curvilíneo: errata que fingía tumbar espejos en la vasija de cangaguas.
- Hablar del mundo si el vértigo despintaba la vibración del ojo: era lo que imaginaba una figura, ceniza estéril en la fragancia del jengibre: la tierra de los siglos confesando el anonimato de una mariposa.
- Hablar del equilibrio en el evangelio del agua, un terrible remordimiento que consumía los nervios de la mente.
- Hablar de la definición en el agujero que postulaba el perdón de una estrella: un minuto para cambiar de número a la página.
- Hablar en el taller de una sombra:
¿Cómo sacarle punta a un lápiz sin escuchar a la madera?
Una vez huimos al cajón del monosílabo y nacieron sinfonías.
Una época de pentáculos donde el barro paralizaba a los muertos del adagio.
La forma era como la sangre suspendida en el viaje de un carnero.
[En el sur de una balada, un geodésico guardaba la línea de la rosa: se supo que recogía en una vasija los aromas más antiguos de una flauta]
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VII.
Ayer, un derviche enterraba a un pájaro en lo infinito de su cuerpo, su abuela le había regalado una vasija, inventaba la longevidad de un espejo y tenía una rama de cebada para componer el ritmo de las canicas.
En el origen, las violetas eran quemadas en un círculo. En el final, la piedra asombrada en la sentencia que arrugaba los corintios.
Y las anotaciones del cero morían en la esquina de una boca que no llegaba a una flauta: todos volvían al interior de una lengua enferma, idioma de disfraces, lejanos nudos de un corazón que ayunaba letras.
Aquel derviche buscaba cajas roncas en las rieles, esperaba que una voz se contagie en la historia de su movimiento, destruía las páginas del hospicio, su lenta matemática aún se balbuceaba en las mochilas.
Una huérfana conversación sucedía en la hojarasca, el rumor de un nacimiento enfriaba a las dormidas caracolas: la vida era una sospechosa cacerola sin golpes, las mamas seguían girando su vientre en las cucharas de palo.
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Autor: Freddy Ayala Plazarte. Título: Un siglo en el vientre de las vasijas. Editorial: Valparaíso. Venta: Todostuslibros.com
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