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Un simple golpe de címbalos

Un simple golpe de címbalos

“Cómo un simple golpe de címbalos sacudió la vida de una familia americana”.

Con esa frase sobreimpresionada en la imagen del percusionista de una orquesta que entrechoca dos grandes platillos, Hitchcock abre su película El hombre que sabía demasiado. Cualquier acontecer, a priori simple y sin más recorrido que el propio instante, puede zarandear una vida. Me sucedió con una fotografía ensamblada en un panel en el Museo de Auschwitz-Birkenau. El tablero contenía los retratos de medio centenar de miembros de las SS, todos varones, uniformados con sus chaquetas militares. Esa homogeneidad verdosa se rompía con un golpe de luz que resultó ser una camisa blanca. La vestía una mujer, Maria Mandel, la única fémina en el tablón del horror nazi que gobernó el campo de exterminio más conocido de la historia. Me acerqué para contemplarla mejor. “No sabía que hubiese existido una mujer con poder en Auschwitz”. Mi comentario no lo recogió mi acompañante, sino otro visitante. “Poco se sabe de ella para lo que debería saberse. Pero no lo encontrará en una fotografía, sino en el suelo del campo. El día que escarben en él, descubriremos muchas historias”.

Una simple fotografía y el escueto comentario de un desconocido fueron el germen de Postales del Este.

"Así entra en la historia Ella, la prisionera que desde su llegada a Auschwitz se convierte en la mascota judía de Mandel"

Son escasas las historias ambientadas en el Holocausto donde las mujeres ostenten un rol distinto al de víctimas, prisioneras, miembros de la resistencia o esposas de oficiales nazis. Y sin embargo, existieron mujeres de las SS que mostraron incluso más crueldad que los hombres: cerca de 4.000 jóvenes fueron formadas en el campo de Ravensbrück, el mayor campo de concentración femenino del Tercer Reich, hasta que Auschwitz-Birkenau le arrebató ese macabro honor con Maria Mandel al mando. La Bestia, como la apodaban los prisioneros, la mujer más sanguinaria que pisó Auschwitz, la bella joven austriaca, hija de un zapatero, funcionaria de Correos en Münzkirchen y con un pretendiente polaco contrario a Hitler, encontró en aquel enjambre de barracones su lugar en el mundo como jefa de campo de Auschwitz-Birkenau, tan solo por debajo del comandante del campo, Rudolf Höss. Enarbolando con el mismo orgullo su obediencia al Führer y la fusta de cuero que empleaba durante las selecciones en la temida die Rampe —colocándola bajo los pechos de las presas para comprobar, una vez retirada, si se mantenían firmes o caían, para determinar si enviarlas al crematorio o al barracón de trabajo—, disfrutaba matando a prisioneros por mirarla a los ojos, soltando los perros contra los presos para que destrozaran sus cuerpos o estrellando a los recién nacidos contra las paredes de los barracones. Mandel era capaz de emocionarse hasta las lágrimas con el aria “Che tua madre dovrà” de Madama Butterfly, interpretada por la Orquesta de Mujeres que ella misma creó en Birkenau, cuyos conciertos dominicales entretenían a las SS, y, al mismo tiempo, sentir placer —incluso sexual— al contemplar los experimentos realizados por el doctor Mengele sobre el cuerpo de las prisioneras en el Bloque 10. SS-Lagerführerin. Mandel fue responsable del asesinato de medio millón de mujeres y niños en Auschwitz.

Tenía mi primer címbalo; necesitaba el segundo para poder entrechocarlos y que la historia sonara. La idea de escarbar la tierra como sugirió el desconocido tomó forma en mi cabeza con voz hernandiana: “Escarbar la tierra con los dientes, apartar la tierra parte a parte”. El suelo de Auschwitz se levantó décadas después de la liberación del campo, encontrándose numerosos documentos, informes, fotografías, postales y cartas que los prisioneros escribieron y enterraron ante el temor de que el mundo nunca supiera lo que allí pasó. Así entra en la historia Ella, la prisionera que desde su llegada a Auschwitz se convierte en la “mascota judía” de Mandel. Su particular resistencia será escribir, en el reverso de las postales y fotografías que encuentra en los equipajes de los deportados, los nombres de las personas que estaban siendo asesinadas para, al menos, salvaguardar su memoria. ”Si escribo sus nombres, los mantengo con vida”. La normalización del mal caligrafiada negro sobre blanco.

Así nació Postales del Este, una historia sobre el poder liberador de las palabras y cómo éstas pueden cambiar y salvar vidas. Como un golpe de címbalos.

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Autora: Reyes Monforte. Título: Postales del Este. Editorial: Plaza & Janés. Venta: Todos tus libros, AmazonFnac y Casa del Libro.

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