Sostiene Pereira… Perdón, sostiene Constantino Bértolo, el autor de esta selección de ensayos, conferencias y entrevistas, que la ironía, esa forma de decir no-diciendo, de decir otra cosa de lo que en apariencia se dice, encuentra su origen y razón de ser y por tanto su legitimidad ética y estética en un cuestionamiento de ese poder que los muchos sufren. Con la sutil ironía, los escritores de otro tiempo desautorizaban a los poderosos, les infligían un daño real y concreto. Eso oculto y prohibido que en realidad estaban diciendo, esa denuncia solapada de la iniquidad del poder lo entendían mejor los débiles que los poderosos. En consecuencia, de la lectura de una obra literaria irónica los débiles salían fortalecidos y los fuertes debilitados, lo que a su vez redundaba en beneficio de eso que el autor denomina “la salud semántica de la comunidad”. Con la ironía, en definitiva, se decía aquello que no se podía decir, única forma de esquivar la censura.
Sostiene el autor de La cena de los notables que hoy los escritores esgrimen la ironía como simple marca de distinción, como guiño para que su presunto lector inteligente pueda discriminar con facilidad la buena de la mala literatura. Esta ironía de nuestro tiempo no amenaza a nadie, no resta poder a nadie, no incomoda a nadie, no modifica en nada el estado de las cosas y no sirve para burlar ninguna censura… porque hoy, como todo el mundo sabe, no existe la censura. Prueba de que no hay censura, de que la censura está censurada, es que yo estoy elogiando aquí sin ningún problema un libro que incita a escritores y críticos literarios, en esta mansueta República de las Letras, a denunciar de algún modo las estrategias lucrativas de esos propietarios privadísimos a la par que globalizados de la industria editorial que se infiltran con su exigencia de beneficios a corto plazo no sólo en las estructuras empresariales y la planificación del trabajo editorial sino también en la psique del editor, del crítico, del lector, del escritor y, lo que es más grave, del narrador. Podríamos acaso inferir de esta mercantilización abusiva del arte literario que la censura de la censura lleva unos cuantos decenios convertida en estrategia de combate del insaciable capital. El poder económico se ha quedado al fin solo y sin enemigos. Nos ha encerrado en su mortal pero entretenido laberinto con un enjambre de cámaras vigilando nuestros movimientos. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo escapar si el minotauro ha cerrado por fuera con llave la única puerta de entrada y salida?
Sostiene quien fuera director literario de Debate y Caballo de Troya que la literatura ha muerto, pero que no cabe preocuparse porque nos queda su cadáver. Más aún, que ese cadáver exquisito goza de buena salud. Los escritores de nuestros días tienen miedo de meter la pata, miedo de decir algo inconveniente, miedo de equivocarse en su posicionamiento ideológico, miedo de no contar en las filas de los “nuevos buenos”. Los críticos en los medios impresos y digitales no cumplen con su deber primordial. No hacen verdadera crítica literaria sino publicidad más o menos encubierta, cada uno protegiendo su parcela de poder en defensa de sus intereses. Les falta audacia porque carecen de una profunda libertad interior, impedida, como siempre, por las relaciones de subordinación de unos a otros en cuya cúspide reina ese monstruo tiránico llamado propiedad privada de los medios de producción, una propiedad que en el capitalismo tardío fabrica y elabora no sólo productos y servicios básicos y superfluos sino también las necesidades de los consumidores; en el caso que nos ocupa, la necesidad de los lectores potenciales de leer unos libros y no otros, un tipo de literatura y no otro o simplemente una cosa parecida a la literatura. Por último los lectores, excitados por el intensivo y ubicuo marketing editorial, prefieren las novelas con misterio a las novelas con conflicto (¡Puf, qué denso!). Tras una larga jornada laboral la mente quiere algo fácil y ligero. Con la de complicaciones que tiene ya la vida como para complicársela todavía más con argumentos problemáticos y personajes incómodos.
¿Cómo escapar entonces del laberinto? Ah, se me olvidaba. Para eso se inventó la ironía. Pinche usted aquí abajo en el link de Amazon, como todo el mundo sabe, una fundación sin ánimo de lucro, y compre el libro de Constantino Bértolo, un troyano en el reino de las letras.
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Autor: Constantino Bértolo. Título: Una poética editorial. Editorial: Trama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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