Escribe Rafael Courtoisie: “Todas las cosas / tienen nombre. / Las que no existen / callan”. Y yo me pregunto si también la biografía es tal porque se nombra, se comunica, se recuerda. ¿Qué sería de nosotros sin decirnos? Quizá solo una sombra similar a una piedra, al manto de rocío apenas perceptible que enfría el césped de los parques de esta ciudad por las mañanas, incluso en verano.
La palabra de Courtoisie no busca definir; indaga en una pregunta: ¿hasta qué punto somos si no nos escribimos, si no nos nombramos, si no salimos de la propia piel para decirnos desde fuera? Lo escribe en un libro, el libro transparente de las cosas que existen y de las que no existen, editado por Los Libros del Mississippi este mismo año.
Se trata de un viaje en el que el poeta uruguayo trata de dibujar la vida, consciente de una doble realidad: resulta tan necesario como imposible tratar de describir y dar contorno a lo que “no tiene sonido para decirse ni letra para ser escrito”.
Pese a ello, abandona su tierra de corazón a cachos y posa los pies en Portugal. Desde este país que pone suelo al poemario, Courtoisie asume el perfil del desterrado para, desde ese sí fuera de sí, encontrarse.
ARTE RUPESTRE
Doy de beber a unas flores, en un cantero, es de mañana
el agua se parece a mí: es clara, ligera y está llena de palabras
mudas, invisibles. El agua entra en la tierra y va hasta las raíces.
Llega el fin de febrero y mientras riego el dolor y la alegría
de los tallos pasa una hormiga, vuelan las abejas, muere el tiempo
y vuelve a nacer su voz en medio de la hierba, así es la vida:
un nudo desatado, la sombra del misterio, el peso puro
humano del sonido.
Ya no estoy en mí: soy lo que lees.
el libro transparente de las cosas que existen y de las que no existen es tan leve e imposible como su propio nombre y su intención. No se cae de las manos: desaparece mientras los poemas tornan a algo corpóreo, evidente, casi cruel. Los poemas de Courtoisie resultan como chispas de luciérnaga. Son cantos que apenas se oyen, pero poseen la fuerza del interrogante más humano: ¿soy tangible, importante, apenas algo?
Ser pan, sed, manos, agua
Observo el vaso que espera a escasos centímetros de mi mano derecha. Pienso que lo que contiene es agua desde que le dimos ese nombre. Que quizás es buena tan solo por la forma sencilla en que la pronunciamos. A G U A: y fluye sin destino por nuestro mismo centro o le dibuja arterias a los valles.
Se da, en el libro transparente de las cosas que existen y de las que no existen, un extrañamiento entre lo que el autor quiere decir y el cómo lo dice. Lo cotidiano, la experiencia, sirven a Courtoisie para hundirse como canto en el río y abordar lo importante: la imposibilidad de la palabra para crear el mundo. Así, el paseo por el río, las recetas de las madres viejas o una camisa derrotada por el sudor del día se configuran como enigmas en los que desentrañarse.
Porque tal vez sea en ese vaso donde resida la respuesta al misterio. Entonces, al beber el agua, definida, asumida, existente, también se dibuja el cuerpo que la traga. Y surgen manos que amasan, que hacen pan en el horno primigenio y agotan la incertidumbre.
INVENCIÓN DE LA BONDAD
Se vuelca una montaña de harina sobre el mármol de la cocina si no hay mármol, sobre una tabla de madera limpia, pulida por las manos del tiempo, se agrega levadura fresca, un poco de azúcar, aceite de oliva, un chorro, es mejor que la grasa pero si no hay aceite de oliva un poco de grasa salida del silencio que queda después que los chicharrones se secan, que han dado todo su jugo, su verdad en la pradera caliente de la sartén.
Una cucharadita de sal.
La sal recuerda el viento que sacudió las afueras de Sodoma, la piel desnuda de Gomorra, la mujer de Lot.
Un crisantemo erótico.
Todo siempre lleva una pizca de sexo aunque no lo queramos.
Un poco de agua tibia, el agua es una letra que forma parte del nombre secreto de Dios.
Esta receta de pan es una oración: se amasa, se deja leudar en reposo, se la cubre con un velo de misa, con un paño natural de algodón, con una tela rústica, bien limpia.
Se descubre, se la amasa de nuevo, se divide en trozo y a cada trozo se le da forma de esfera: cada luna se deja en la asadera untada, una cerca de la otra, y van al horno.
Treinta minutos después se mira la masa crecida sin abrir el averno, adivinándola, y un poco más tarde ya está: cada bollo dorado es un pedazo de bondad.
Puede comerse con mermelada de higos o una tajada de luz sobre la lengua de la palabra ‘pan’.
Eso es a gusto.
Un breviario con sabor a incienso
Este libro se convierte en oración. Así lo desea Rafael Courtoisie, que plaga los textos de personas orantes, de salmos y Santos… de misterio: también la existencia se configura desde esas rodillas clavadas en el suelo de una Iglesia, en el talismán barato que de repente lo protege todo, en una piedra puesta ahí por Dios para comprender que se hunde irremediablemente en el lago como el hombre se hunde en la muerte desde su alumbramiento.
Courtoisie dedica la segunda parte de su libro a los aforismos del desterrado. Oraciones breves que circundan, de nuevo, la misma idea: el desterrado no lo es de un entorno físico, sino de la propia idea de ser.
Allí busca el poeta, en un esfuerzo último y desarmado de todo, una herramienta final para delimitarse. Y tal vez lo logra:
Salgo de mí para llegar a donde soy.
Salgo de mí porque no hay lugar para mí.
Salgo de mí para llegar donde preciso ayuda.
Donde no estoy, hago falta.
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Autor: Rafael Courtoisie. Título: el libro transparente de las cosas que existen y de las que no existen. Editorial: Los Libros del Mississippi. Venta: Todostuslibros
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