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Una aproximación a Meterra

Una aproximación a Meterra

Medio siglo después de su «milagrosa» publicación (Planeta, 1974) al año de la muerte del autor, la editorial asturiana Pez de Plata recupera, con encomiable valor, la gran novela de Manuel Derqui Martos titulada Meterra, con prólogo de Isabel Carabantes. Toda una proeza, dicha reedición, digna del más desatado elogio.

Referirse a este autor, aunque nacido en La Habana (1921) zaragozano en toda regla y vecindad, y a su novela es una arriesgada aventura llamada a rebelarse contra el silencio, porque tanto el escritor como su excelente obra han sido injustamente omitidos desde el principio, debido, creo yo, a ese remilgo carpetovetónico que durante tantos años nos hizo despreciar cualquier intento de modernidad y ruptura literarias (tampoco nos confundamos, hoy lo moderno en este país es más viejo y zafio que las arañas); o sea, el prejuicio de denigrar todo aquello que conllevase riesgo, innovación, caprichos léxicos, aventura lingüística e introspectiva y, en definitiva, toda clase de juego de palabras, en contraste con el oficial y cansino realismo que todo lo abarcaba —y lo sigue haciendo— en las prosas nacionales. Como si una superioridad innombrable y timorata nos advirtiera de que con las palabras, ojo, no se juega, so pena de ingresar en el almacén de los olvidos.

"Y es que, como sucede con su coetánea Rayuela, en la novela de Derqui Martos se apuesta claramente por el desorden como clave del orden argumental"

Pues bien, entre esos «otros» respiraba, alumbrando manuscritos inéditos e intrascendentes artículos para los periódicos, el zaragozano Manuel Derqui Martos, y a fe que no era el único, pero al igual que sus compinches (a bote pronto pienso en Aliocha Coll) él también pagó con el menosprecio su osada e insobornable apuesta. Excepción hecha, valga decirlo, de Luis Martín Santos y años después de Julián Ríos.

Meterra «podría ser un magnífico cuento o una buena novela si alguien supiera escribirlos», se nos dice; pero lo que es seguro es que se trata de un desafío, un territorio inabarcable merced a su condición onírico-inexpugnable fuera de todo mapa y toda lógica, un ámbito que bebe de la praxis kafkiana, proustiana, joyceana, faulkneriana, beckettiana… y conecta directamente con las vanguardias de los años 60, así el Nouveau roman, desde donde se propugnaba (Natalie Sarreaut) eliminar de la novela a los personajes, tal vez en un intento ridículamente heroico por reivindicar aquella desfachatez de los surrealistas, quienes entendían la novela como un ejercicio peligrosamente burgués (salvo Nadja, de André Breton, única novela del movimiento). Y es que, como sucede con su coetánea Rayuela, en la novela de Derqui Martos (escrita entre 1955 y 1963) se apuesta claramente por el desorden como clave del orden argumental.

"En la novela de Derqui Martos todo comienza con un re sostenido que se obstina en sonar natural en el clave que maneja una niña"

Si en Ulises, de Joyce, cada uno de sus 18 capítulos está narrado con una técnica diferente, en Meterra la narración —aquí no hablamos de capítulos— evoluciona en base a reconocibles estructuras narrativas que, efectivamente, nos permiten recordar no solo a Joyce sino, también, a Faulkner con sus interminables oraciones, a Proust por el detallismo impresionista que lo caracteriza y finalmente a Beckett, de quien recibimos la siguiente mención expresa en la novela: «traducción del Godot a quien esperan». Y siempre con el sustento del aparentemente desapercibido flujo de conciencia.

En definitiva, me estoy refiriendo a una narrativa que pretende romper con las inalterables unidades del tiempo y el espacio y a la vez reconoce sin tapujos sus influencias.

En la novela de Derqui Martos todo comienza con un re sostenido que se obstina en sonar natural en el clave que maneja una niña. A partir de ahí, él, Juan —es así como invariablemente se refiere el autor a su héroe—, primero como niño y después como adulto (bildungsroman), nos permite comprobar lo estrechamente unidos que están la realidad y la ensoñación, como sucede cuando el niño, él, Juan, se encuentra a los pies de una farola encendida en la noche que deja en el suelo un cerco de luz —una «isla» en la imaginación del pequeño—, con lo que se traspone la realidad y se pasa sin más a experimentar sensaciones de sobrecogedora irrealidad. Ahí se encuentra con el Caballero N. Dicho encuentro, sin que aún no tengamos conciencia de ello, inicia el contacto con el ámbito ensoñado de Meterra, al que nos asomaremos a través de distintos «planos de la realidad».

"Preso del desánimo, regresa a su gris realidad española y, lo digo sin rodeos, muere. Se nos cuenta su final en unas líneas que por sí solas serían suficientes para consagrar al autor"

De entrada, se nos dice que Meterra es el «Paraíso de Dios», así de fértil y «alegre de azafrán». Solo se llega a ese mundo a través de la imaginación y el sentimiento, pues en la novela late una permanente, y más o menos solapada, ambición de acudir a tan acomodaticio e imprevisible espacio. Es lo que le sucede a él, Juan, y más adelante a Bela, y aparentemente a todo quisqui, y al final incluso a nosotros, los lectores, sobre todo a quienes, como aquellos, conocemos la experiencia.

Él, Juan, es un pintor llamado al fracaso tras sus fallidas expectativas en París, a donde se fue buscando un éxito desmesurado y legendario animado por el crítico de arte Norman Nicholas Nein (NNN).

Preso del desánimo, regresa a su gris realidad española y, lo digo sin rodeos, muere. Se nos cuenta su final en unas líneas que por sí solas serían suficientes para consagrar al autor.

Él, Juan, muere ante nuestros ojos.

Oh, Dios, qué gran novela.

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Autor: Manuel Derqui Martos. Título: Meterra. Editorial: Pez de plata. Venta: Todos tus libros.

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