En la foto de cubierta de Tierra de mujeres una niña tiene un cabrito en brazos y aprieta la cara contra su piel. La foto expresa algo muy similar a las sensaciones que se van desprendiendo de la lectura: a la vez nostalgia y cercanía, el deseo de sentir el latido de lo que está vivo y la constatación de una distancia, la necesidad de tocar, de no limitarse a las palabras, sabiendo sin embargo que lo que no se fija (en una imagen, en una voz) se disipa con el tiempo.
María Sánchez es consciente tanto del vínculo como de la pérdida, de lo que no está pero debería estar porque es parte esencial del presente. Por eso examina las fotografías guardadas en los cajones, no las expuestas, no las que congelan el pasado desde sus marcos, sino más bien aquellas a las que no se da importancia, las que se olvidan. Porque les sucede lo mismo que a las mujeres en el mundo rural: siempre estuvieron allí y sin ellas no existiría ese mundo, pero apenas queda constancia de ellas: “Doblemente olvidadas. Primero por su género, pero también por el lugar en el que residen y trabajan”. La propia autora sabe que ella también se dejó engañar por ese olvido: ella veía a los hombres trabajar en el campo, decidir, dirigir, hacer, y “quería ser como ellos. Demostrarles que era tan fuerte y estaba tan dispuesta como ellos.” Su modelo era el masculino, porque “a esa edad las mujeres de mi casa eran una especie de fantasmas…”. Inexistentes, silenciosas, silenciadas. También durante la carrera de veterinaria lo aprende todo de libros escritos por hombres. Y su otra pasión, la literatura, es otro altavoz masculino, son los hombres los que narran la vida en el campo —de otros hombres—, los que explican y examinan el mundo rural, a menudo desde la ciudad.
Así que la tarea que emprende María Sánchez es precisamente la de recuperar la huella de las mujeres en su propia vida, en su aprendizaje, y también en el campo, en los huertos, en las casas, en los afectos. “Hay una belleza incómoda, un dolor, una historia, una genealogía latente, pendiente de que la rescatemos y la hagamos nuestra”. Para eso ha servido el movimiento feminista, para volver la mirada hacia lo que era invisible, para reivindicar también un futuro diferente, un justo protagonismo: “Quizá las hijas nos hemos despertado un poco tarde, pero al fin cuestionamos y reivindicamos, tomamos el relevo con la voz”, trabajo que no debe ser meramente testimonial, no puede limitarse a honrar la labor de la mujer en el campo, sino que debe descender también al terreno de lo práctico, reformulando las políticas agrícolas para que tengan en cuenta el trabajo de las mujeres, también la injusticia manifiesta que supone que a esa mano de obra fundamental en las tareas agrícolas y en la ganadería sólo le corresponda en Europa la titularidad del doce por ciento de las tierras.
María Sánchez escribe sobre el campo desde el campo, sobre las mujeres desde la solidaridad y el agradecimiento, sobre un pasado que no convierte en estampa bucólica aunque reconozca su belleza, de la que no están ausentes el sudor y el esfuerzo. Como toda verdadera reivindicación feminista, no se limita a honrar las voces olvidadas y a lamentarse de ese olvido, más bien pretende la construcción de un presente a partir de esas voces, de esas historias, de esas huellas. Porque el mundo, el mundo real, no es sólo urbano y masculino, una perogrullada, cierto, y sin embargo buena parte de nuestra cultura funciona como si así fuera. El libro de María Sánchez es parte de una lucha para que el campo y las mujeres obtengan el reconocimiento, y el poder, que les corresponde.
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Autor: María Sánchez. Título: Tierra de mujeres. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon
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