Corría el mes de junio, en unos días en los que por el Mediterráneo el calor empezaba a machacar ya las mascarillas, cuando recibí una llamada de José Ángel Zapatero, desde la editorial Menoscuarto, avisándome de que me había concertado una cita con Sonia Ruiz, como paso previo para ver si ella aceptaba en convertirme en el biógrafo, o testigo, de su nueva aventura.
Una vez algo calmado, tuve que subir a Madrid, lo que me vino bien porque tenía un poco abandonada a mi tierra. Sonia fue un poco lacónica cuando hablamos, y me citó en Cascorro, relativamente cerca de su agencia de la calle Tribulete. Entendí que no quería llevarme a su despacho pero que prefería seguir jugando en casa.
Reconozco que yo tenía mil ideas que proponerle, pero al verla allí, en la puerta de una moderna taberna andaluza, se me esfumaron todas. Le pregunté qué quería tomar y me dijo que lo mismo que yo, desterré el café y ambos bebimos cerveza (la verdad es que habría bebido hasta cicuta si me lo hubiera propuesto). No dejaba de mirarme con ojos inquisitivos, pero no se arrancaba a hablar, así que tuve que echar el resto.
Le sugerí algunas ideas, una trama principal, intensa y veloz, algunas sombras que ir dejando por el camino, y ella asentía, hasta que torció un poco el gesto cuando le hablé de los planes que tenía para Pau, su Pau. Yo sabía que me la estaba jugando, pero también que en su anterior caso se habían visto poco, y que andaba algo resentida, aunque nunca se me ocurriría decírselo.
El caso es que, tal vez porque la mención de Pau la dejara un poco nostálgica (juro que hubo un momento en que se soltó la coleta y vi a otra Sonia, aún más dura, pero también más dolorida), no puso demasiadas objeciones al resto de mis planes, y eso que alguno de ellos amenazaba de forma directa la línea de flotación de su conciencia.
Quizá fuera la segunda cerveza, quizá su mirada, algo menos rígida que al llegar, pero me fui viniendo arriba, advirtiéndole de qué personajes la acompañarían, de si la presencia de la ley sería de su agrado, o acerca de qué otros personajes ya conocidos podríamos recuperar, y ella mientras tanto valoraba mis propuestas con un nuevo silencio.
Pero lo que en verdad hacía era buscar la manera de bajarme a la tierra, y lo hizo preguntándome qué buscaba yo al contar esta historia, a lo que no supe bien qué contestar. No iba a decirle que me atraía desde que la leí por vez primera, o que la noté un poco castigada en sus últimos casos. Disimulé mi silencio con una nueva cerveza y, cuando creí haber reunido fuerzas y voluntad para responderle, apareció su amiga Esther, todo estilo y sofisticación, y se la llevó. Antes de salir se volvió y me lanzó su despedida.
—Mira bien lo que haces, escritor, y a ver cómo me tratas, no quiero más sacrificios inútiles, que una tiene sus límites.
Y allí me quedé, masticando su advertencia, fascinado todavía por lo que había visto, y preocupado a la vez por encajar todo ello con las ideas que bullían en mi cabeza, y que ahora ustedes podrán leer en la novela. El resto ya es historia.
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Autor: Antonio Parra Sanz. Título: Entre amigos. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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