Te quiero porque me das de comer fue publicada por la Editorial Alrevés en 2014 y en 2015 ganó el Premio Silverio Cañada a la mejor primera novela negra de la Semana Negra de Gijón. Al año siguiente, David ganaría el Premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra con Madrid:frontera. Ganó el Premio Francisco Umbral en 1988 a la mejor novela corta con su primera novela Kira. También ganó el Premio Ramón J. Sender de narrativa en 2000 por su novela El bufón.
La génesis de la novela es un cuento. Por aquel entonces, David vivía en Praga. Su amiga y traductora Denisa Skodová le invitó a que escribiera un relato corto para la revista Prostor porque ese número iba a ir dedicado a España. Aceptó. Al día siguiente tenía muy claro que la historia iba a estar enmarcada en el Carabanchel de su juventud, aproximadamente en los primeros años 90. Encontró una cafetería con la repostería y el café más malo del mundo, pero con las mejores mesas: ancladas al suelo, rectangulares y para seis personas y, por tanto, con el espacio suficiente para ir disponiendo sobre ella la pila de papeles que contenían los recuerdos que iba anotando. El cuento fue publicado, pero no sin polémica, ya que el editor creía que la historia contenía mucha violencia gratuita, según su criterio. David le dijo que no lo publicara si creía que a sus lectores les iba a molestar y además porque a él ya le daba igual el relato. Lo que quería era escribir y publicar una novela que se escribió durante dos años en aquella cafetería y que, curiosamente, cerró a la semana siguiente de terminar de escribirla, como si el establecimiento hubiera abierto solo para que él escribiera el texto. Yo estoy seguro de que fue David el que creó aquella cafetería que hoy forma parte de la historia de la literatura. Y también estoy seguro de que los clientes eran personajes que el escritor iba creando día tras día. De estas fibras está hecha la poética.
La novela está protagonizada por Max Luminaria, un asesino en serie, personaje que David recupera en su novela Europa y que volverá a salir en futuras historias porque es un personaje fetiche. Él ha logrado que los lectores lo recordemos, que haya quedado grabado de forma indeleble en nuestras cabezas. Max fue un niño que sufrió acoso escolar y al que paulatinamente le aparece su personalidad psicópata y su instinto asesino. Estudia medicina con las mejores notas posibles, lo que demuestra su inteligencia, y el escritor lo hace cirujano porque el único lugar donde se puede abril en canal a una persona sin consecuencias penales es en un quirófano. Esto es una demostración muy plausible de cómo se caracteriza a un personaje y de por qué vive con los lectores para el resto de sus vidas. Todo un acierto también llamarlo Max Luminaria y que yo creía que era un guiño al Max Estrella de Valle Inclán, aunque el autor dice que no lo hizo de forma consciente. ¿Quizá fue el inconsciente?
La novela tiene tantas cosas destacables que es imposible escribir una crítica sin que quede incompleta. Hay muchos personajes y lugares que son ya arquetípicos en el inconsciente colectivo de nuestra generación. Como el bar de Pepi, al que David acudía con su amigo Fernando a tomar algo o a echar un futbolín con cucarachas a las que yo en el bar Joavic, en Canillejas, que era como el bar de Pepi en Carabanchel, calificaba por ganaderías. O el viejo marica que había tenido que vivir la mayoría de su vida con su sexualidad reprimida y era objeto de burlas y a veces de agresiones merced a la crueldad humana, siempre ahí, latente, esperando su momento en la vida, como también lo espera en la novela, claro. Para mí una novela negra, no al estilo clásico, pero sí en espíritu, y que me recuerda también mucho a esos cómics negros que se publican ahora y que llaman novelas gráficas. Porque hoy en día las novelas ya no beben solo de otras novelas o películas, sino de cómics, series o videojuegos.
Como toda novela negra que se precie, esta tiene mucho de realismo social con tintes naturalistas, obviamente. En la novela es una constante la aparición de mendigos, niños gitanos desnudos por la calle, y cómo no, los dramáticos protagonistas una de las plagas del siglo XX, los yonquis. Víctimas de un sistema que introdujo la heroína en las calles de los barrios obreros y vampirizó a los jóvenes, que tenían que delinquir sí o sí para conseguir su dosis. Sí, ya se que también murió gente entre las clases pudientes, pero ellos no tenían que lavar las jeringuillas usadas en los charcos de la calle. No es comparable. El yonqui rico iba a clínicas y se desenganchaba con atención médica. El yonqui pobre se desenganchaba a pelo y se hacía alcohólico. Era lo que había. La mayoría murieron y fueron entregados a sus padres, no en papel de regalo, sino en ataúdes con los cuerpos estragados de tanto caballo y otras sustancias con las que lo cortaban. La heroína no la vendían en El Corte Inglés con todas sus garantías «y si no le gusta le devolvemos el dinero», no. Se vendía en poblados chabolistas plagados de ratas y perros callejeros, muy lejos, lejísimos, de un control de calidad o de las mínimas condiciones higiénicas. Yo no me lo creería si no lo hubiese visto, pero fue real, y las generaciones nuevas deben saber lo que les ocurrió a sus abuelos. Y David lo cuenta como nadie en esta novela poliédrica tan semejante a muñecas matrioskas de una ejecución narrativa técnica descomunal.
Y como un barrio tiene sus leyendas, en Te quiero porque me das de comer David pone una de ellas, la del taxista rockero que conducía con su chupa de cuero, con los Iron Maiden en el loro, guantes negros y murciélagos decorando el techo. Él nunca lo vio, pero había gente que decía que sí. Las versiones variaban en función de la latitud (Carabanchel es un distrito muy grande) y la imaginación del populacho. En la novela sale otra leyenda, esta muy real, Rosendo Mercado, que también es de Carabanchel, como el autor y al que David vio un día en garito y le llamó la atención su poca estatura. Este cameo pone de manifiesto la eclosión cultural y musical de entonces en el que muchos chavales nos lanzamos a cantar, tocar la guitarra, el bajo o la batería. Concretamente el cantante de La habitación de Margot espera a Rosendo a la salida de un concierto para pedirle consejo.
Como parte de la caracterización de la marginalidad del barrio en aquellos tiempos David también crea personajes, secundarios, que son profesores del instituto de bachillerato Sebastián Oller (nombre y apellido del abuelo del autor). Y los hace mezquinos, depravados, mala gente, en definitiva, en un intento de hacer ver que en esta santa profesión a los que los dos pertenecemos cuya misión es formar y enseñar no están los mejores precisamente.
Entre las diversas historias hay estructuras narrativas que ocurren simultáneamente a las historias como noticias de cine, listas de películas con sus directores, listas de libros con sus autores, recetas de cocina, listas de patologías mentales, listas de medicamentos para patologías mentales, etc. Parecen cosas sin sentido a primera vista que no tienen nada que ver con la novela. Pero a nada que se piense, te están contando la historia de un asesino en serie, un psicópata que como todos ellos carece de empatía, de emociones. Por tanto, David crea textos, estas listas, que se leen sin ninguna emoción, textos fríos, tal y como debe sentir un psicópata. También hay listas de partes «sucias» de un cuerpo, como ano, ombligo, pus, etc., como parte de la caracterización del personaje, porque en criminología es bien sabido que un asesino en serio siente asco por el cuerpo humano.
Hay crítica social en cada página. Se habla de la cárcel de Carabanchel, de un poblado chabolista y de casas prefabricadas que es un centro neurálgico de Madrid en el que se pasa droga a gran escala, La Jauja, que existió y que se situaba en la Vía Carpetana. Yo recuerdo otros como las Barranquillas, en Vallecas, o los Focos en San Blas y algún otro como el que había en el barrio de San Fermín. Yo pasaba en mi coche por allí todas las mañanas temprano, para ir a trabajar, y tenías que tener cuidado, sobre todo en invierno, que estaba más oscuro, para no atropellar a los yonquis.
Recientemente ha aparecido un grafiti de «Muelle» en un antiguo muro de la cárcel de mujeres de Yeserías, un edificio de estilo neomudéjar situado en el centro de Madrid que fue construido en los años 20 del siglo pasado y que en la actualidad sigue acogiendo reclusos tras reconvertirse en el Centro de Inserción Social (CIS) Victoria Kent. Hay un claro homenaje en la novela a Juan Carlos Argüello Garzo, un tipo de Campamento, alias «Muelle». La famosa pintada de «Muelle» está en la portada y «Muelle» es la última palabra de la novela. Hay, por tanto, admiración a este precursor grafitero al que sin embargo un cáncer se lo llevó por delante muy joven, por la influencia de este artista entre los jóvenes de la época, preocupados por dónde aparecía un nuevo grafiti para ir a verlo. Por cierto, en la traducción al checo la palabra «Muelle» se tradujo como una de las cualidades de los muelles, que es «Blando». David tuvo que explicarle bien lo que era aquello y finalmente se cambió. Aunque dejaron como estaba la traducción de la partida de mus, porque para qué. Por cierto, la portada es un puzle en clara alusión a la estructura narrativa de la novela y está sobrepuesto el último grafiti de «Muelle» en Madrid, en la calle Montera, con el logotipo de Phillips que había encima.
El libro que escribió David Llorente es una novela. Negrísima. Pero también es una mega estructura que funciona como un mecanismo de relojería que explota en el pecho del lector. Una obra maestra que en cada lectura te aporta más y más. Una obra de arte que lejos de envejecer por el tiempo transcurrido se actualiza en sí misma con un mecanismo que yo todavía no he descubierto. Lo seguiré intentando.
Porque les voy a decir una cosa: tenemos mucha suerte de que se haya reeditado con prólogo del propio autor.
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Autor: David Llorente. Título: Te quiero porque me das de comer (Edición 10º aniversario). Editorial: Alrevés. Venta: Todostuslibros.
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