Bienaventuradas las ocasiones en las que van de la mano los verbos “leer”, “aprender” y “gozar”. Bienaventurados los libros que funcionan como raves salvajes, de las que uno sale ciego perdío de conocimiento después de habérselo pasado como un cochino en el barro. Libros como la Historia de Roma contada para escépticos (Planeta, 2024) de Juan Eslava Galán, el décimo volumen de su excelsa, divertidísima y exitosa serie de ensayos. Un tomo que vio la luz en los estertores de octubre y que se presentó en un restaurante italiano por Olavide en el que, por fortuna, según el autor, los asistentes nos ahorramos una engorrosa indigestión al no degustar los platos típicos de cuando Marco Aurelio compuso su célebre tratado Meditaciones —en griego, Cosas para mí mismo—, sino diferentes tipos de pasta y pizzas.
Eslava recordaba, citando a Gibbon, que “en la historia de Roma podemos ver el orto y el ocaso de una civilización, desde la semilla a la leña ya troceada, lista para el fuego”. Aquellos antiguos que ocuparon todo el mundo conocido, “desde el Sáhara al Rin y desde las islas británicas al Éufrates”, protagonizaron una larga historia de superación rebosante de épica, gloria, sangre y mugre que Eslava comprime, en poco más de 400 páginas, enganchando, entreteniendo y enseñando. Quien se sumerja en Historia de Roma contada para escépticos aprenderá, por ejemplo, que cliente (cliens) deriva del verbo cluere, que significa “obedecer”, o que a la masa obrera ni siquiera se consideraba clase, sino infra classem o proletarii (“Que solo poseen a su prole”). Que la annona, un trasunto de seguridad social, “contribuyó al crecimiento de una numerosa clase social parasitaria y embrutecida que vivía del Estado”. Que la administración era un nido de corrupción y que, citando a Cicerón, “el primer año en la provincia sirve para robar lo suficiente para las deudas; el segundo año, el gobernador se hace rico, y el tercer año acumula lo suficiente para sobornar a los jueces y las autoridades antes de que lo denuncien por ladrón”. Que había diferentes tipos de prostitutas y gigolós a los que se les llamaba onobelos (“pene de asno”). Que el mejor emperador nació en la actual Santiponce y que, tras su muerte, al nuevo princeps se le deseaba que fuera “más feliz que Augusto y mejor que Trajano” (felicior Augusto, melior Trajano). Que, de los sesenta y nueve gobernantes que tuvo el Imperio entre los años 14 y 395, cuarenta y tres murieron asesinados o en combate. Etcétera, etcétera.
En La utilidad de lo inútil, Ordine alertaba: “Si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”. Sucede que Historia de Roma contada para escépticos funciona también a la perfección como espejo retrovisor: la decadencia de nuestros antepasados se parece mucho, muchísimo, a la nuestra. Como subrayó Eslava en la comida de presentación, seguimos siendo romanos, hemos heredado su ley y su lengua, algunas de sus virtudes y no pocos de sus vicios. En agosto de 410, cayó Roma y los godos, liderados por Alarico, la saquearon. Cuando el eunuco de cabecera le comunicó la noticia al emperador Honorio, que residía en Rávena, a éste se le pusieron de corbata. “¡Imposible! –exclamó–. Si le he dado de comer hace un momento”. El tío creía que el eunuco se refería a su gallina favorita, su animal de compañía, que se llamaba así. “Considere el lector la mudanza de los tiempos —escribe Eslava—. El águila imperial, poderoso símbolo de Roma, había cedido su puesto a la asustadiza gallina faraona, de pintado plumaje”. Pues eso.
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PS: Otro jienense ilustre, Joaquín Sabina, quien acaba de anunciar su gira de despedida y de publicar el, según parece, epílogo de su cancionero (“Un último vals”), firmó hace cosa de treinta y cinco años una canción estupenda, “Una de romanos”, incluida en el magnífico El hombre del traje gris, disco que también contiene joyas como “Eva tomando el sol”, “Cuando aprieta el frío” o la archiconocida “¿Quién me ha robado el mes de abril?”. En la pieza, el de Úbeda rememoraba aquellas sesiones de cine en las que, mientras “Dalila cortaba el pelo al cero a Sansón” o “en el circo un león se merendaba a un cristiano”, la muchachada aprendía “juegos de manos”. “Hoy que todos andan con vídeos / porno americanos”, concluye la rola, “para ver contigo me alquilo / una de romanos”. Si gustan, ya saben.
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Autor: Juan Eslava Galán. Título: Historia de Roma contada para escépticos. Editorial: Planeta. Venta: Todostuslibros
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