¿Qué se siente cuando estás a punto de morir porque de pronto te encontraste, por puro azar y sin quererlo, en el momento y el lugar equivocados, tomados al asalto por fanáticos asesinos adictos al oscurantismo, al odio y la ignorancia, a la consigna de un vivir entre tinieblas? Mi última novela, Atentado, surgió precisamente de esta pregunta y de una de mis tantas, tantísimas conmociones sentidas frente a las imágenes del horror a partir del 11S neoyorkino, de nuestro 11M madrileño, de las subsiguientes infamias sufridas en Londres, la redacción de Charlie Hebdo, Niza, Berlín, París, las Ramblas barcelonesas… Mi libro, una novela coral con todo el acento puesto en la intensidad de sus personajes, narra los últimos instantes de una serie de gentes de edades, orígenes y condiciones muy diversos, atrapados por el terror de un atentado yihadista con atropellos iniciales, acuchillamientos al azar y toma posterior de rehenes en un emblemático teatro modernista de Finis, la imaginaria ciudad cantábrica presente en buena parte de mi narrativa. La novela entera me llegó de improviso como una llamarada, obligándome a abandonar otra a medio hacer, e instintivamente supe, porque así sucede casi siempre con lo que de veras “se necesita escribir”, que debía atender su reclamo, la voz de sus protagonistas, habitantes, turistas o visitantes ocasionales de mi inventada localidad. Algunos de ellos, como por ejemplo una niña, un kiosquero sustituto, una jovencísima guía turística con contrato eventual, una policía primeriza, un chico que nunca llegó al despacho de abogados a firmar su divorcio, un gruñón y desubicado dramaturgo holandés, una vital neoyorkina nacida en Egipto de origen copto o un estudiante de arquitectura de Fuenlabrada, llegaron a obsesionarme tanto que sus “rostros” y “biografías” me despertaban por las noches. Y a unos cuantos, incluso, de estos personajes, los he querido, los quiero como a amigos íntimos, que por desgracia alguna vez se apartarán a un lado, cuando otros seres, otras voces y otros ámbitos me induzcan a las nuevas historias por llegar y escribir. Ellos no son de “carne y hueso”, pero son “reales”, mucho más auténticos que tantos otros que caminan a mi vera por las calles. Mientras los pensé, los soñé, los escribí, lo eran, como lo son y lo serán mientras alguien los descubra al leerlos. Al igual que las figuras de sirena e hipocampo del fresco del teatro de Atentado, convertidos en señas de identidad de mi ciudad soñada, hasta el punto de competir en sus ficticios imanes y postales turísticos con la portada gótica de su célebre catedral… Cuando yo misma me creo y me adentro en semejantes locuras, sé que la novela que estoy escribiendo va bien en el sentido de que se ha anclado muy profundamente en mi interior. Y que dicha ficción tiene su propio lenguaje, su personal estructura, su ritmo interno. Durante el proceso de creación se trata de atenderlos y de no traicionarlos. Por eso, este libro, que a pesar de contar una historia trágica le apunta a la diana y las luces de las grandes esperanzas, necesitaba de una escritura sencilla, sin preciosismos ni alharacas de ningún tipo, de un ritmo ágil y de una técnica como la del estilo libre indirecto que permite el vaivén, las idas y venidas entre el adentro y el afuera de lo narrado, la conciencia, la psique de los diversos personajes. Aquí coexisten víctimas y verdugos, pero si rehuí, al cabo de un somero primer borrador inicial, la primera persona narrativa, es porque no me dio la gana meterme del todo en la voz y la piel de un yihadista, actual heredero de los peores y más sombríos legados, incluido el nazi (recuerden, por favor, el entusiasmo de cierto gran muftí a favor de la creación de la división SS Kandahar). He querido simplemente contar una historia, muchas historias, a las que el odio más estúpido y abyecto les puso punto final antes del tiempo de su tiempo. Las de personajes, personas de papel, de toda índole y origen (la primera víctima es una mujer marroquí llena de proyectos e ilusiones) que una fatídica mañana de agosto llegaron, parafraseando a Balzac, hasta el final de su destino. El peor de los destinos. Y, sin embargo, quise, y espero que el lector así llegue a advertirlo, que esta novela, que acoge vivencias, sueños y pesadillas de seres hijos del XX y del joven, pero ya terrible XXI, con sus traumas, cargas y regalos a cuestas, se acerque al antes de ese destino. Porque en estos últimos minutos de vida de los personajes están sus vidas, la fuerza de los recuerdos y experiencias, el amor al mundo y a sus alegrías y placeres. Y es que, en el fondo, Atentado es también y sobre todo una declaración de amor a la belleza y la diversidad, encarnadas por la pintada pasión entre una sirena y un hipocampo, y a la vida que no admite voladuras ni tachones por parte de quienes abominan de ilustraciones, dignidades y dichas.
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Autora: Juana Salabert. Título: Atentado. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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