Celebra este año el Ayuntamiento de Utrera el 250 aniversario del nacimiento de uno de sus hijos preclaros, José Marchena y Ruiz de Cueto, que pasó a la historia política y literaria con el sobrenombre de “Abate Marchena”. En un alarde de justicia, conocimiento y valor que le engrandece, el notable investigador, abogado y académico utrerano Pedro Sánchez Núñez dignifica la figura de su paisano, el heterodoxo Abate Marchena, personaje que, a sus indudables méritos literarios y políticos, unía unas ideas que están de plena actualidad… Un personaje a quien hoy día se le podría calificar como “politólogo”.
El Abate Marchena está de moda. Siempre lo estuvo en vida y tras su muerte más aún, y de otra manera. Mucho le deben el recuerdo de Marchena y el libro de Pedro Sánchez a Marcelino Menéndez y Pelayo, Fernando Díaz Plaja, Ortiz Armengol y sobre todo a Juan Francisco Fuentes, su biógrafo más concienzudo, que ha aportado al conocimiento de Marchena mucha información valiosa que ha vuelto a incidir en la rabiosa actualidad del personaje. Así, sin ir más lejos, la Universidad de Cádiz le dedicó recientemente toda su atención en el Seminario titulado “Vanguardia, modernidad y exilio: Heterodoxos, liberales, románticos y republicanos” bajo el sugestivo título “Sin fe, sin patria y casi sin lengua: El Abate Marchena”, en el que han analizado la figura y la obra del Abate profesores especializados en su época, que consideran injusto su retrato de “retador de las Cortes, de la nación, del género humano pasado, presente y venidero”. Este retrato es debido a don Marcelino Menéndez y Pelayo, su primer biógrafo de la mano del prócer utrerano don Enrique de la Cuadra, en el libro titulado José Marchena. Obras Literarias. Tomo I, salido de la imprenta sevillana de Enrique Rasco, y de cuya edición se ha cumplido el 125º Aniversario, que ha celebrado la Biblioteca Menéndez Pelayo, de Santander.
Estamos en la época de la Ilustración, ese intento fallido que hubiera hecho avanzar a España muchos siglos. Ilustrados y reformadores eran los afrancesados, tan denostados por los partidarios del inmovilismo que casi siempre triunfan en este país, tal vez por la incultura rampante que nos caracterizaba. El odio popular contra los afrancesados, a quienes se les consideraba responsables de la presencia del usurpador y del ejército francés alcanzó cotas de revancha sin límites. Jovellanos, Olavide y otros muchos ilustrados sufrieron persecución y destierro. Pero no todos los afrancesados distinguidos tuvieron la «suerte» de que su castigo fuera la exclusión social e incluso la cárcel. Algunos pagaron con su vida su fama de tales. Pongo solo dos terribles botones de muestra: en Cádiz, el caso del marqués del Socorro, don Francisco de Solano, Capitán General, que fue linchado por las turbas, acusándosele de colaboracionista con los franceses, o en Sevilla, el triste y análogo final de don Juan Ignacio de Espinosa y Tello, conde del Águila.
Como bien se relata en este libro, José Marchena nació en Utrera (Sevilla) el 18 de noviembre de 1768, siendo bautizado en la gótica y barroca iglesia de Santa María de la Mesa. Marchena pertenecía a una familia acomodada de abogados, lo que le permitió gozar de una muy buena educación, hasta el punto de que a lo largo de su vida llegó a dominar el latín, el griego, el hebreo, el francés, el inglés y el alemán y a traducirlos con manifiesta autoridad. A los dieciséis años el autor lo sitúa en la Universidad de Salamanca —que ya cumple 800 años de su fundación—, y en donde se graduó en Cánones y Leyes con máximas calificaciones. También destaca el libro que ya por esa época demostró su aversión al clero, de manera que uno de sus profesores, que le enseñaba Sagradas Escrituras, había calificado sus pensamientos de “perversos y opuestos al espíritu del Evangelio”.
En sus años salmantinos inicia su actividad periodística y de crítica de la corrupción política y del oscurantismo del clero, actividad que ya no abandonará jamás. Perseguido por la Inquisición, huyó a Francia a través de Gibraltar en 1792. Y allí hizo intensa vida política y literaria, fundando periódicos y lanzando pasquines, continuamente, desde los que proclamaba sus ideales revolucionarios, su animadversión por la monarquía y el clero y sus ideas sobre el gobierno y la necesaria separación de poderes, expuestas ante la Convención Republicana y publicadas en un opúsculo, que el libro reproduce y que tiene actualmente plena vigencia.
Inicialmente, el Abate colaboró con Marat y los jacobinos, y más tarde destaca como un aventajado girondino, brazo derecho de Brissot de Warville, cuya amistad le llevó muchas veces a la cárcel, a enfrentarse con Robespierre y, en más de una ocasión, le colocó al borde de la guillotina. Resalta, asimismo, Pedro Sánchez, su biógrafo, que, frente a su declarado ateísmo, en un alarde de su contradictoria personalidad, siempre confesó que su libro de cabecera era la Guía de pecadores, de Fray Luis de Granada y, además, escribió la elevada Oda a Cristo crucificado, en la mejor línea de Fernando de Herrera, y de la que don Marcelino Menéndez y Pelayo, su primer biógrafo, dijo que “parece ironía de la Providencia que la nombradía literaria de aquel desalmado jacobino, que en París abrió cátedra de ateísmo, ande vinculada principalmente a una oda de asunto religioso…”, oda que comienza: “Canto el Verbo divino: […] / Ya de la edad presente el coto estrecho / traspaso, y veo volar la serie triste / de los males del tiempo venidero, / y las culpas futuras; / mas tu gracia, Señor, omnipotente / desciende en fin, y tórnase / inocente…”.
En París frecuentó los salones de Madame de Staël, defensora del romanticismo alemán, y que le tuvo gran simpatía. Chateaubriand, que lo conocía bien, a pesar de admirarle calificándole como “sabio”, sin embargo añade que le considera “inmundo y aborto espiritual”. Seguramente le envidiaban muchos intelectuales y políticos franceses víctimas de sus afilados comentarios, que no verían con agrado que un extranjero, un andaluz, le marcara el rumbo a su país, como expresamente reconocen algunos de ellos.
Se recoge en el libro, con acierto, la importancia de su labor periodística y de su activismo político en Francia y, sobre todo, el mérito de sus trabajos como traductor. Gracias a Marchena llegaron a España obras de autores franceses: Molière, Voltaire y, en general, de los autores más en consonancia con su pensamiento revolucionario. Gran repercusión tuvo en España su traducción de El contrato social, del anárquico y liberal J. J. Rousseau, la primera traducción de esta obra al castellano, editada en 1799, que fue el cuaderno de bitácora de los autores de la Constitución de 1812. De hecho, todavía se siguen reeditando muchas obras indicando que el autor de su traducción es José Marchena, como El contrato social (Entaur Editions, 2013) o El Emilio (Madrid, 1985), que se dice ”traducido por José Marchena, llamado Abate Marchena”.
Se reseña también en este apasionante estudio cómo asesoró al Abate Sieyès sobre asuntos españoles y cómo Napoleón le nombra Inspector de Contribuciones de los países conquistados, agregándosele al Estado Mayor del Mariscal Victor y, tras administrar cuantiosos caudales, vuelve a su casa tan pobre cono salió, lo cual fue una constante en su vida, certeramente reflejada en esta obra.
De su vasto conocimiento de las lenguas clásicas destaca el autor del libro el hecho de que, haciendo gala de su perfecto dominio del latín, se le ocurrió inventar la parte que le faltaba al Satiricón, de Petronio, con tal perfección que logró engañar a los más conspicuos y expertos latinistas de las Universidades alemanas. No tuvo tanta suerte con los 39 hexámetros latinos que se atribuyó al sensual Catulo, en el famoso Fragmentum Catulli (1806).
De 1808 a 1813 estuvo en España al servicio de José I Bonaparte, que lo nombró Director de la Gaceta de Madrid, el BOE de aquel tiempo. Vuelto a Francia en 1813 con otros afrancesados como Moratín, atraviesa un largo periodo de penalidades y vicisitudes, en gran parte motivadas por su carácter difícil y pendenciero y, sobre todo, por su “larga lengua” que no distinguía entre amigos ni enemigos, cuando manifestaban ideas que Marchena no compartía.
Pero, fracasados los principios esenciales de la Revolución en Francia, y acaecido en España el “Pronunciamiento” del general Riego en 1820, Marchena regresó a su país esperanzado en ayudar al triunfo de las ideas liberales, cuyos paladines lo recibieron, como le sucedía siempre a Marchena, con el máximo recelo. En Sevilla tuvo enconados enfrentamientos incluso con el Capitán General y con miembros de la sociedad a la que pertenecía y de la que fue expulsado, porque aborrecían sus ideas avanzadas y sus críticas a los curas.
En enero de 1821, estando como siempre en la más estricta pobreza, le acogió en su casa madrileña su amigo Mac Crohon en la calle Concepción Jerónima núm. 23. Y allí murió, tan pobre como había vivido, el 31 de enero de 1821 “habiendo recibido los Santos Sacramentos”. En la fachada de la casa madrileña donde murió, muy cerca de la Puerta del Sol y del Ministerio de Asuntos Exteriores, el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa con esta inscripción: “En esta casa falleció en 1821 el escritor JOSÉ MARCHENA, conocido como ABATE MARCHENA”.
De los 52 años que vivió, en Utrera sólo pasó los diez primeros años de su vida, y en otros lugares de España otros veinte años en diversas épocas. Los restantes 22 años de su existencia los pasó en Francia.
Describe pues, acertadamente, el libro la accidentada y novelesca vida de este hombre excepcional, en la que con criterio historicista nos introduce Pedro Sánchez, ofreciéndonos sus aventuras y desventuras, su crítica social y su estoicismo, su energía y su voluntad, siempre fiel a sí mismo, a sus ideales revolucionarios y humanistas. Sánchez Núñez, que tan finamente conoce la sicología de su Ciudad, ha sabido adentrarse en este ser idealista y sabio, noble de sentimientos y de conducta rígida, intachable, defensor de la libertad y de la verdad, como demostró en todas sus obras, especialmente en sus Reflexiones sobre los emigrados franceses publicada en 1795, o generando la polémica en su Ensayo de Teología, al que contestó el doctor Heckel.
Marchena fue un disidente de la Escuela Poética Sevillana, como muestra en su citada Oda a Cristo Crucificado, de profunda devoción y perfección admirable, mostrando sus preferencias por la poesía de José de Espronceda, en su elevado Himno al Sol.
Juan Francisco Fuentes, en su magnífica biografía de Marchena, dice que “hay que reconocer que el uso subversivo que hace Marchena de la historia constituye también uno de los aspectos más modernos y sugestivos de su obra”.
El gran erudito y polígrafo santanderino Marcelino Menéndez Pelayo en su apasionada biografía destaca su mérito como crítico de su propia heterodoxia, afirmando de él: “Había en su alma cualidades nobles y generosas… Cuantos trataron a Marchena, fuesen favorables o adversos a sus ideas… vieron en aquel buscarruidos intelectual algo que no era vulgar, y que le hacía parecer de la raza de los grandes emprendedores y de los grandes polígrafos”.
Este acabado libro es una publicación ejemplar de Ediciones Mirte, en su colección El Carro de la Nieve, que toma nombre de una Asociación Sevillana sabiamente organizada y dirigida por el ilustre poeta y novelista Emilio Durán. Encabezan la obra sendas aportaciones críticas de José Jiménez Lozano, Premio Cervantes de las Letras en 2002 y de Manuel Moreno Alonso, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla. En sus 347 páginas, recoge una apretada y muy bien documentada biografía de Marchena y de su familia utrerana, con 28 apéndices, muchos de ellos documentos facsímiles, que ocupan casi cien páginas de este apasionante libro.
Y se incluyen también retratos de personas y lugares, destacando, en la sobrecubierta de la portada, la recreación del aspecto físico del Abate de la mano de Ricardo González de la Peña, basada en las descripciones detalladas de su aspecto físico, ya que no quedan retratos suyos fidedignos, así como grabados de gran calidad del artista utrerano Rafael Rodríguez Román. Y si importante es el caudal de información y documentación, hay que destacar los detallados índices bibliográficos de las obras publicadas de y sobre Marchena, de las ediciones de sus propias obras y de las traducciones de autores franceses e ingleses, que el Abate realizó y que aún siguen editándose y luciendo su nombre, en algunos casos con error, como esa edición de Las ruinas de Palmira, en la que figura como traductor “El Abad Marchena”, condición eclesiástica que jamás tuvo.
El recordado novelista y periodista sevillano Manuel Barrios, al analizar la primera edición del libro afirmaba que Pedro Sánchez “nos ofrece en cada capítulo un cuadro a todo color, en el que destacan su espléndida manera de contar, su exquisito respeto a la verdad histórica y una inevitable ternura hacia el jacobino (después girondino) que, en su vida casi todo lo hizo al revés: sus explosiones retóricas –dice el autor– eran no pocas veces puro fuego de artificio, juegos intelectuales de un hombre extremadamente sabio, de un asceta que ponía por encima de todo los valores a los que se entregó en cuerpo y alma: la Verdad –‘su Verdad’– y la Libertad… Un libro imprescindible para conocer bien a un fervoroso de la Revolución Francesa, que le encerró en sus cárceles”.
Y otro ilustre periodista sevillano, José María Gómez, dijo que “recrear una biografía del Abate, con la enumeración puntual y amena de tantos rasgos y aconteceres, necesitaba no solo un historiador experto en el personaje, sino un avezado narrador. Y esto lo consigue con creces el autor”.
El notable profesor Moreno Alonso, una de las máximas autoridades en la historiografía de la época del Abate, subraya “la gran aportación investigadora que el autor de este libro hace sobre el famoso utrerano… Sus investigaciones en los Archivos de Protocolos de Utrera y Sevilla, especialmente, le han llevado a documentar datos importantes sobre el personaje y su entorno familiar y social que explican muchas cosas”.
En definitiva, se trata de un libro apasionado y apasionante, entre la exacta erudición y la grata amenidad, que ha escrito, con vocación y conocimiento, Pedro Sánchez Núñez, siendo digno del mayor elogio, como bien lo defiende, en su acabado prólogo, el poeta y periodista abulense José Jiménez Lozano.
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