Alfred Hitchcok le definió lapidariamente el cine a Truffaut como el arte de crear emociones, y la misión del cineasta es mantenerlas. Para Hitchcock no había más vida que pensar, escribir y dirigir películas. Todo lo sacrificaba a vivir en ese mundo. Truffaut escapó de una infancia desarraigada y una adolescencia turbulenta un voyou de Pigalle, merced a la pasión que le producía ver y comentar películas junto con la tutela benevolente y paternal de André Bazin. Tuve la suerte, merced a la intermediación amistosa de Miguel Rubio, de conocer y tratar a François Truffaut, cuya calidez humana iba a pareja a cierta reserva inicial por esa idea suya de que una nueva amistad le obligaba a descartar otra. Truffaut recordaba, vivía el cine, su curiosidad, sin géneros ni edades ni países, le hacía ir de Sacha Guitry a Hitch, de Cocteau a Rossellini, de Bergman a Lubitsch, sin más reglas que aquella emoción por las imágenes de las que le habló Sir Alfred. Desde que conocí a José Luis Garci, siempre, y así lo he escrito, lo he relacionado con el modelo Truffaut: pasión por el cine y por la literatura, apostolado por hablar y que se hable de películas, profunda herida autobiográfica en sus películas y escritos, extraordinaria generosidad sin tasa para disfrutar de la vida, reconocer talentos y cultivar amistades. Posiblemente antes que después alguien se empeñe en que Garci escriba su autobiografía; vano intento, porque cualquiera que rastree el humus de sus películas y lea sus libros tendrá una visión estrictamente Garci, esto es, emocional y evocadora de los pilares de su vida.
Películas malas e infravalorados, un título provocativo donde los haya y marca de la casa, es en mi opinión uno de sus mejores libros, junto con Insert Coin, su volumen de relatos (Reino de Cordelia) y Beber de cine (Nickleodeon. Notorious Ediciones) su inolvidable excursión por el mapa, muy personal, de cócteles y películas. Como casi todos los libros de Garci, es una milagrosa mezcla de autobiografía trufada de emocionales recuerdos de todo tipo y una estimulante panoplia de películas, actores, actrices… que a su juicio han sido subestimadas, pero en las que el escritor desentraña las claves; a veces la fugacidad de un recuerdo o la compañía con la que vio la película, a veces el director, un plano, una secuencia o un injusto castigo al género cinematográfico, como por ejemplo los peplums, a cuya reivindicación dedica un sentido capítulo, La conquista de la Atlántida, dedicado ad honorem a Luis Alberto de Cuenca, otro conspicuo defensor del género, con cita de Píndaro incluida, repleta de reflexiones, evocaciones y lista de películas cuyos títulos retrotraerán a muchos lectores a tardes de programas dobles y sueños de todo tipo. En esas páginas, entre otros, aparece Vittorio Cottafavi, un nombre que ahora mismo a pocos dirá algo pero que, junto con recuerdos de encuentros con el cineasta, Garci esboza un retrato inteligente y reivindicativo para con un cineasta muy personal y creativo, como si se animan a mirar los fotogramas de La conquista de la Atlántida, y sobre todo Los cien caballeros, podrán comprobar la brújula emocional y elegante con la que navega nuestro escritor.
Lo que provoca esta cascada de títulos y personajes es la imperiosa necesidad de ver esas películas y conocer mejor a esos personajes dibujados por Garci, a veces de manera impresionista, a veces de manera anecdótica, pero siempre con un tirón de intriga ciertamente irresistible. El libro, tras un prólogo de lo más sabroso, se abre con un capítulo dedicado a Pánico infinito. Ya veo, incluso en mis lectores más cinéfilos, un rictus de inevitable extrañeza. “La vi el día que cumplía 19 años. El 20 de enero de 1963. En el cine Fantasio, recién estrenada”. De esta manera precisa, clara, directa al grano de los recuerdos, proustiana como todo el libro, comienza esa recensión. Compartió esa película con M: “era morena, delgada y simpática. Se parecía a Natalie Wood. Tenía ojos rápidos, verdosos, que casi se cerraban al reírse, como en los dibujos animados: dos rayitas. Solía ponerse pañuelos en el cuello que olían a menta”. A M el cine no le iba mucho y prefería ir a tomar algo a la Bolera Stadium, en los bajos del cine Benlliure. Pero volviendo a Pánico infinito, a Garci le interesa, al hilo de sus tardes con M, hablar de Ray Milland, un buen actor y un director al que Garci conoció durante un rodaje en Madrid, tan interesante como desconocido, con un western, que Garci destaca, Un hombre solo, sobrio, seco, muy antimaccarthy. ¡Ah!, por cierto, al hilo de su Oscar, Garci recibió una postal desde Australia en la que M le decía tras enviarle un beso: “¿Sabes? Ya no soy guapa ni de noche ni de día”.
¿Conocen o recuerdan a Jan Sterling, la chica de Kirk en El gran carnaval, la que no se arrodillaba en la iglesia por no estropear sus medias? ¿Saben qué fue de Suzy Parker, que arrasaba la vida de Gary Cooper en 10, Calle Frederick? O de Fortunio Bonanova, un actor español que aparece en mil repartos de Hollywood y que cuando volvió a España nadie quiso contratarle. Más de uno de mis lectores coincidirá con Garci, y conmigo, que Cary Grant, que jamás ganó un Oscar y solo fue nominado en una ocasión, es uno de los más grandes, como Edward G. Robinson, Joel McCrea, Margaret Sullavan, que volvía locos a los hombres y a estrellas como Jim Stewart y Hank Fonda, o Myrna Loy, tan elegante como sensual. O pueden descubrir a Gordon, Gordy para los muy amigos, Douglas, un director de primera, sobre todo en noirs y westerns como El detective o Chuka o una película con el menospreciado Alan Ladd dentro, Los insaciables, mutilada en su estreno español. La lista de hallazgos y reivindicaciones de este primer segmento del libro, titulado con sarcasmo «Bad Movies», las dejo para el lector que se aventure en sus páginas.
El segmento segundo, titulado «Río sin retorno», viene precedido de un sabroso y maravilloso aviso o warning para navegantes, y luego una sucesión enciclopédica y deliberadamente desordenada de películas, directores, actores, actrices con el exigido pedigrí de menospreciados/as, olvidados/as o denigradas. Desde ese genio que fue Harry D’Abbadie D’Arrast, bien apreciado por Chaplin y que trabajó en España, hasta Amazonas negras, Harry Carey, Último tren a Katanga, que le fascina, Salto a la gloria, del maestro León Klimowsky, o el misterio que ha envuelto siempre por qué Wilder permitió que masacraran esa obra maestra que es La vida privada de Sherlock Holmes. A Cast of Thousand, como Anita Loos tituló uno de sus libros de memorias. Aventurarse por ese carrusel frenético y sin prejuicios que es este río sin retorno diseñado como al albur, pero con una estrella polar que es la pasión por el cine, es un viaje fascinante y sin peajes ni prejuicios.
Y last but not least, el libro se cierra con una predilección muy Garci, y que a algunos de sus amigos nos desespera cuando nos las encarga, por las injusticias y sacrificios sin fin que causan, y que son las listas. Disfrutarán y discreparán con sus diez películas favoritas de sus directores favoritos y luego de una amplia miscelánea de objetos clasificatorios, Films d’auteur, Muy especiales, musicales, de boxeo, ciencia ficción, juicios, peplum, con mejor final y… en fin… algunas novias (formales) que se echó y sus amores tardíos, que no desvelo porque soy muy respetuoso de la intimidad de mis amigos, así que lo cuenten ellos.
P.D. Quizás crean que aquí se acaba el libro. Craso error. Como muy bien saben sus editores, Guillermo Balmori y Enrique Alegrete, enhorabuena, amigos por esta nueva edición garciana, al director de El abuelo le encanta subtitular las fotografías de sus libros, y les recomiendo que lean y disfruten con la contraportada y cómo José Luis Garci une una foto tomada en su colegio, un sábado de marzo de 1954, con las películas que vio ese día en el cine San Miguel. Vida, imágenes, cine, recuerdos. Un libro o una película de Garci es eso y siempre, imprevistamente, algo más. Vale.
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Autor: Jose Luis Garci. Título: Películas malas e infravalorados. Editorial: Notorius. Venta: Todostuslibros y Amazon
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