Suelo ser bastante metódico con todo el proceso de escritura de mis obras. No es algo que yo crea excepcional. De hecho, pienso que todo aquel que se dedique a ello debería poner todo su empeño en hacerlo lo mejor posible. El caso es que hoy me ha vuelto a pasar. Lo de las hormigas. Hasta ahora no había podido ponerle nombre ni culpar a nadie salvo a mi memoria —que noto cada vez más deteriorada— o mi mal hacer. Qué se yo. No siempre estoy con el mismo ánimo ni con la misma agilidad mental. Hay ocasiones en que los días se me borran casi por ensalmo y no me acuerdo ni de lo que comí ayer. No es la primera vez que me sucede que escribo algo, lo dejo reposar y, cuando vuelvo a esas letras, las encuentro diferentes. Lo achaco, como digo, a una diferencia de mi estado de ánimo, de las circunstancias o de mi simple percepción contaminada por la distancia con respecto al momento en que escribí aquello. Es algo normal, habitual en muchos de mis colegas escritores.
Ya llevaba un tiempo viendo algo que no me cuadraba. No me sonaba lo que veía escrito hacía un par de días ni tampoco las correcciones, que brillaban por su ausencia o, directamente, distaban mucho de ser las que yo había realizado. Me dije «necesitas un descanso». Porque ¿qué otra cosa podía ser? No recordaba nada de lo que leía en la pantalla, como si otro lo hubiera escrito o se hubiera encargado de cambiar mis palabras. Pero me recordé que soy tan metódico como meticuloso, que no soy como alguien que conozco, que pierde cada dos por tres los archivos o no se acuerda de dónde ha guardado la copia de seguridad (si se acuerda de hacerla). Tengo activada la copia automática cada pocos segundos y suelo revisar al día siguiente lo escrito el día anterior. Hago notas al margen si es necesario. Por eso no me cuadraba. Todo apuntaba a que estuviera perdiendo la cabeza, y eso es algo que me aterra. Es uno de mis mayores temores. Tal vez por todos los antecedentes familiares o por aquellos a quienes he visto perderse poco a poco desde demasiado cerca, pero ahí estaba. El miedo a perderme a mí mismo, a no reconocerme ni siquiera en mis escritos. Fue entonces cuando las vi. Malditas hormigas.
Acababa de tomarme un respiro y un ibuprofeno. Los días de gimnasio en que hago hombros se me cargan las cervicales y me da dolor de cabeza. Estuve tentado de prepararme un café bien cargado, por eso de estimular mis neuronas y despabilarme un poco, pero ya no tomo cafeína. No de forma habitual. No como antes. No me di cuenta al instante. Me senté al ordenador y vi una letra bailando, cambiando de párrafo; parecía poseída por el diablo de la tinta. Entonces vi otra, saltando de un lugar a otro, aparentemente de forma aleatoria. Las palabras se reordenaron y colocaron de manera tal que parecía que estuviese alucinando. Me pellizqué el puente de la nariz y cerré fuerte los ojos. Ya estaba claro que debería ir cuanto antes a mi médico. Me recetaría tiempo de relax y algún ansiolítico, como la última vez. Pero la última vez no vi cosas que no existían. Ha sido entonces cuando las he visto. Una fila de hormigas escondidas tras las letras, tan diminutas que casi se confundían con ellas. Las he observado mientras abandonaban de forma ordenada la pantalla de fondo blanco y se escondían entre los números y el cuaderno de notas virtual. Agazapadas como si se tratara de trincheras, hormigueros improvisados. Una vez en el borde, han desaparecido un instante. Segundos después han aparecido, una a una, por el hueco del USB y, sin perder el orden de la fila, han descendido hasta la mesa, luego hasta el suelo por una de las patas y se han perdido por el minúsculo agujero que hay en la esquina inferior de la habitación. Han sido más rápidas de lo esperado. En un par de minutos todo había pasado y me han dejado con esa estela de confusión tan semejante al momento inmediato al despertar, ese en el que el sueño y la vigilia aún están echando un pulso para ver quién gana. Igual terminan cambiando algo de lo que acabo de escribir. Igual mañana el capítulo que escribí ayer me suena diferente. Sea como sea, la culpa no será mía, sino de esas desdichadas hormigas.
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