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Una historia de estos barrios, de estos tiempos

Una historia de estos barrios, de estos tiempos

Vivir en un barrio le ronca los cojones. El barrio te hace a su manera. El barrio te machuca, te empuja a donde le da la gana, te arrastra por el suelo, te estruja… Te jode.

El barrio te hace a su imagen y semejanza. Y puedes ser en el barrio una buena o una mala cabeza. Lo que pasa es que el barrio es especialista en cabezas trocadas y algunas veces intenta poner las buenas en el lugar de las malas y viceversa. Es que el barrio, y en eso tiene mucha razón, siempre ha sabido que las cabezas no son buenas ni malas. Son sólo cabezas. Piezas que él mueve basándose en el algoritmo de una dramaturgia ancestral. La vida del barrio es una infinita pieza teatral que se escribió antes de que el barrio fuese barrio; o sea, mucho antes de que el mundo fuese mundo.

Seguramente junto con la primera derrota.

De derrotas está hecho el barrio. De gente perdedora y de familias llevadas a la decadencia. Y aun sabiendo eso los que en él habitamos nos empeñamos en seguir adelante, montados en formas trágicas del amor, en versiones ridículas del estoicismo. En grotescas, pero siempre sinceras, expresiones de la amistad.

"Hay quien es capaz hasta de trabajar honradamente, y otros que se especializan en una gama de pintorescos delitos destinados a la subsistencia"

Lo anterior es algo que yo sabía. Lo había vivido desde mi infancia, cuando le pedía a los Reyes Magos un lindo cochecito negro, de pilas, descapotable, tripulado por una pareja que cuando el cochecito se detenía sacaba él una cámara fotográfica y hacía una foto. De luna de miel la foto pues los dos iban vestidos de boda. Yo le pedía aquel regalo a los Reyes Mayos y ellos me dejaban junto a la cama un camioncito de madera salido de las manos del cojo René Vargas, artífice de la mágica realidad del barrio. Así aprendí temprano que en el barrio los desengaños son lecciones de vida. Verdad que luego, en mi juventud, me confirmara aquel bolerón: “Después que uno vive veinte desengaños qué importa uno más”.

Por eso es que en el barrio hay mil formas de buscarse la vida. Hay quien es capaz hasta de trabajar honradamente, y otros que se especializan en una gama de pintorescos delitos destinados a la subsistencia.

La sobrevida, el escape, la enajenación…

Gente como Zip, que logran llegar a la Universidad, hacer una carrera, formarse una profesión y luego descojonarse la vida en el papel de buen samaritano. O como el Roberto, un abogado sin techo y sin sentido de la vida.

Maderos como ese jefe de policía, un tal Leo Martín al que conozco desde que le hacíamos juntos cartas a los Reyes Magos allá en la década del 60, quien sólo resuelve los casos que le llegan al corazón.

Flipaos como el Nico, El Tiri y el Polaco. Tarados y yonquis los tíos. Delincuentes sin oficio y sin esperanzas de beneficio. Asaltadores de bancos.

Gente buena y trabajadora como mi socio El Puchy. Hombre entre los hombres y amigo de los amigos. O Antonio y María, los dueños del bar Soria y su hija la Pily, capaces de escapar de la mayoría de las miserias materiales y espirituales del gueto aferrados a su coraza de familia sobreviviente.

"Putas peseteras como Blanquita. Putas que se dicen finas, pero que definitivamente son también putas"

Gente que pasa más de media vida en el talego, como El Chule, que si pudo engendrar a su hijo el Nico fue en vis a vis con la Magra enhorquetada encima suyo y a la vista de unos guardias mirones. O como mi hermano de leche, Salvador, para quien la cana era su zona de confort, donde siempre tenía garantizada la cama —o algo que se le parecía—, la comida —o algo que se le parecía— y algunos colegas —o algo que se le parecía—.

Hijueputas como Peláez, Rodríguez o Chago el Buey… de los que no valen descripciones adicionales más allá del adjetivo que les define.

Putas enamoradas para siempre, y para siempre enganchadas al caballo como la Magra, capaz de vengar a puñaladas la muerte de su amiga.

Putas de buen corazón como la Cary, que, si es capaz de mentir, engañar o robar lo hace con la única y soberana justificación de un chute.

Putas peseteras como Blanquita. Putas que se dicen finas, pero que definitivamente son también putas, como la Cuqui.

Y todo eso dispuesto por una condición congénita por la ancestral dramaturgia del barrio.

Con gente así y con tal escenario de bares, casas de cita, calles oscuras, basureros en los que puede aparecer lo mismo un cadáver que una niña recién nacida y pasillos concebidos para los ilícitos intercambios de cualquier cosa, quizás se pueda pensar en escribir una novela.

Pero pensar una idea artística es un paraíso, el infierno es concretarla.

"Después de la derrota es la alquimia conseguida con la utilización consecuente de todos los elementos que arriba enumeré y una acertada técnica narrativa"

Uno, por mucho que se sumerja en los fondos del barrio, es incapaz de vivir todas sus experiencias. Sí es posible entender su moral y sus razones. Y las de sus personajes. Sí es posible —diría que inevitable— apropiarse de su lenguaje, de sus gestos y sus costumbres. De sus sueños y amarguras.

Pero escribir una novela es algo más serio. Hace falta documentación. Mirar la vida desde el barrio hacia afuera y entender cómo las fuerzas externas, los grandes decisores, desde su altura, manejan los hilos de la miseria de los de abajo. Y definen el destino de las gentes.

“Llevo documentándome toda la vida, pero no lo sabía hasta que empecé a escribir” ha confesado mi amigo Paco Gómez Escribano en nota publicada tras la página final de Después de la derrota, última novela de su saga publicada por Ediciones Alrevés.

Después de la derrota es la alquimia conseguida con la utilización consecuente de todos los elementos que arriba enumeré y una acertada técnica narrativa. Pero no se trata solamente de mezclar cosas para conseguir una novela así.

Hay que sangrar por la herida de sus personajes. Y Paco lo hace.

Sufrir como propias las historias que ellos protagonizan, porque en última instancia es tu propia historia. Y Paco las ha vivido en carne y hueso.

Porque el barrio, ese monstruo que muchos conocemos, es un hijoeputa que goza trocando las cabezas de las personas.

"Después de la derrota nos queda el escarnio, la muerte del amigo, la soledad… Y luego la vida"

Y Paco pudo ser Zip, o Roberto, igual que Lorenzo pudo ser Leo Martín. Es más, El Chule pudiera ser Cundo y La Marga, Blanquita, porque el barrio no tiene fronteras y nos puede alcanzar a todos. Y, como los perros de pelea, cuando muerde no suelta porque se empeña en darnos lecciones hasta el último momento. Como la novela de Paco, que se empecina, después de un aparente final y unas cuantas páginas antes del punto definitivo, en restregarnos en el rostro la gran verdad de que después de la derrota hay cien pueblos más.

Después de la derrota nos queda el escarnio, la muerte del amigo, la soledad… Y luego la vida. Para seguir luchando, aun cuando sepamos que el fracaso nos espera, como la Cary, con la sonrisa tramposa después del chute, las piernas abiertas y la amenaza de no dejarnos ni siquiera después de la derrota.

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Autor: Paco Gómez Escribano. TítuloDespués de la derrotaEditorial: Alrevés. VentaTodostuslibros

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