Hace 31 años quedé finalista del premio Nadal. Fue el 6 de enero de 1994. Ese día mi vida cambió para siempre. Meses antes yo lo único que tenía era un manojo de folios encima de la mesa. Me sentía satisfecho y pensaba que aquello podría eventualmente ser mi primera novela. Pero no sabía qué pasos había que dar para acceder a la publicación. Como tenía una amiga de la universidad cuyo padre era escritor profesional, se me ocurrió hacerle llegar el manuscrito. Aquel hombre me recomendó que probara suerte con los premios literarios y me atreví a intentarlo con el Nadal. Lógicamente, según se acercaban las Navidades pensé alguna vez en ello. Pero como nadie me contactaba decidí irme al sur de Francia, a visitar a mi novia. Ahí estaba todavía, cuando me telefoneó mi padre con la voz algo alterada.
—Jose. Estoy viendo una cosa muy rara en televisión. Dicen que has quedado finalista del Premio Nadal. Pero a ti no te ha llamado nadie, ¿verdad?
—A mí no me ha llamado nadie, no.
—Pues entonces debe de ser un error —dijo.
—Pues debe de ser un error, sí —digo.
Estábamos a 7 de enero. El fallo se había hecho público el 6 por la noche en una fiesta en el hotel Palace. A mí nadie me había invitado y andábamos los dos perplejos. Sin embargo, al poco sonó el teléfono en casa de mis padres, el número que aparecía en la plica. Era Andreu Teixidor, dueño de la editorial Destino, quien ya sí comunicó a mi viejo que, en efecto, mi primera novela había quedado finalista del Nadal y le pidió mi número de teléfono en Francia. Momentos después me felicitaba calurosamente y pidió permiso para pasarle mi contacto a la prensa.
A partir de ahí cada vez que sonaba el teléfono me entraba la taquicardia. El primero en llamarme —nunca lo olvidaré— fue Llàtzer Moix, redactor jefe de Cultura de La Vanguardia. Después siguieron ABC, El País, El Mundo… Hoy cuesta entender la repercusión que podía tener el Nadal. Durante medio siglo fue el premio de descubrimiento de referencia en España. Su prestigio era extraordinario.
No estando preparado, improvisé malamente. Dije gilipollez tras gilipollez e igual por eso caí en gracia. Que fuera tan jovencito era una sorpresa para los periodistas, y que ni siquiera estuviera en la gala barcelonesa del Palace me rodeó de cierto halo de misterio, no exento de encanto mediático.
Tras sobreponerme como pude, regresé a Madrid. Viajé a Barcelona. En su oficina me esperaba mi flamante editor. Firmé sin pestañear el contrato que me puso delante. Y así arrancó mi carrera literaria, que iba a resultar tan accidentada como accidental fue mi manera de entrar en el mundo de la edición.
Aquella novela, Historias del Kronen, llegó a las librerías en febrero de ese año y encontró su público de inmediato. Los lectores jóvenes la adoptaron como bandera generacional y en pocas semanas ya llevaba vendidos 40.000 ejemplares. Al año siguiente se estrenó una película homónima que fue la más taquillera del cine español hasta la fecha e impulsó definitivamente las ventas. La novela se convirtió en una suerte de fenómeno sociológico que trascendió el ámbito propiamente literario, con mucho bombo mediático.
Ya entonces Germán Gullón, que era y sigue siendo el crítico más importante de España, me advirtió que yo me moriría y solo quedaría el Kronen. Su predicción me hizo reír, pero al cabo de 30 años y 30 novelas está a punto de cumplirse. Ya os imagináis que el pensamiento que se te pasa por la cabeza es que podrías haberte ahorrado el resto. Y esa fue siempre una de mis grandes tentaciones: hacer como Rimbaud. Dejarlo todo. Salir corriendo a traficar con armas en África. O alcoholizarme en alguna isla del Pacífico.
Sea como fuera, el éxito de esa primera novela me permitió dedicarme exclusivamente a la literatura: un sueño al alcance —soy consciente— de muy pocos. Eso explica por qué, cuando pienso en aquel jovenzuelo a quien se le ocurrió enviar su manuscrito a un premio, procuro estarle agradecido. Si he logrado dedicarme profesionalmente a escribir es gracias a él. Le debo todo lo que soy.
Y ese sentimiento de gratitud, en definitiva, es lo que me ha llevado a escribir Una historia del Kronen (Aguilar), el libro de no ficción que llega a las librerías el 16 de enero, editado por Aguilar. En él cuento cómo logré publicar esa especialísima novela y cómo he vivido los 30 años que siguieron, tres décadas de brega incesante, en un mundo editorial cada vez más convulso.
Con este texto autobiográfico doy un repaso a vuelapluma a un periplo literario que espero deleite e interese a todos los que me habéis apoyado durante estos años. Aprovecho para enviaros un saludo emotivo y para recordaros que nos vemos en breve. ¡Hasta pronto!
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Autor: José Ángel Mañas. Título: Una historia del Kronen. Editorial: Aguilar. Venta: Todostuslibros
Mira que no habrá cosas que leer… Historias del Kronen fue uno de los grandes bodrios literarios de la década de los noventa, pero al menos dio lugar a una buena película de Montxo Armendáriz.