Escribir es precisar el pensamiento.
(Adolfo Bioy Casares)
A Tomás González
La primera vez que tuve relación con la palabra identifaz, que nuestro Diccionario de la Real Academia Española no reconoce ni trata, fue a través de un personaje de la novela La advertencia del ciudadano Norton [1] que entendía el término como una identidad cubierta por un antifaz, oculta, camuflada. Pensé que el narrador y sus relacionados de dicha novela habían tenido una ocurrencia original pero en estos días he leído por la red que un señor de apellido Tejo, entiende la expresión digitalmente como: “Rasgo o imagen con que una persona se presenta, o quiere ser reconocido, en las redes sociales” [2] A mayor abundamiento, la policía peruana llama identifaz a los retratos hablados de los criminales. Un diario es un identifaz porque normalmente asume el fenómeno de espejo: la persona se refleja y además se oculta en él. Borges señalaba que le aterrorizaban los espejos porque multiplicaban a los hombres. No sé que habría pensado de los diarios. Bioy por el contrario apuntaba que a través de los espejos entendió mejor lo fantástico. Adolfo Bioy Casares llevó un diario de su amistad y relación con Borges. También compuso sus propios asomos personales que dieran cuenta de lo que no se atrevía a decir abiertamente. Bioy elaboró su identifaz en los diarios íntimos que llevó. Al igual que su Borges [3], también previó la publicación de Descanso de caminantes [4] para después de su muerte. Daniel Martino, su asistente, fue el encargado de cumplir su voluntad. La edición de ambos textos estuvo a su cuidado.
Los diarios íntimos son identifaces porque elaboran el retrato escrito de la persona. Nunca será la versión definitiva ya que toda escritura es una elaboración interesada pero al menos con el diario se comete un pacto de honestidad que no es otro que la declaración de sinceridad de la persona en medio de sí misma. Bioy en su Borges consignó al Jorge Luis Borges de la confianza que no tenía que cuidarse sino de sí mismo. La lectura de ese diario de amistad es reveladora y permite aproximarse al otro Borges. Cuando veíamos a Borges entrevistado por Joaquín Soler Serrano ufanando la humildad, no se trataba del mismo del recuento de Bioy que despotrica sin piedad de (casi) todos cuantos conocía. El día que Jorge Luis Borges vino a Caracas interrumpió una conferencia de Ernesto Mayz Vallenilla sobre las mónadas de Leibniz. A los asistentes les pareció aquello muy natural porque la estrella del evento era Borges y los demás eran teloneros. Pero se trató de una descortesía y estoy seguro de que fue intencional. Luego de la lectura del Borges de Bioy, se podría llegar a esta desoladora conclusión. No cabe duda de que lo que nos concierne de un autor es su obra. ¿A quién le importa en resumidas cuentas que Dostoievski fuese un pésimo marido o que a Pablo Picasso terminaran por importarle un bledo sus hijos? En la tendencia actual del mundo, con la progresía y su brújula desmagnetizada, existe una marcada tendencia a que la obra vaya aparejada a la conducta del autor, lo que desnaturaliza la independencia de la obra. Más que nunca la tiranía de la opinión pública exige hombres y mujeres virtuosos desde un mundo que nunca lo ha sido. Se cancelan conciertos porque un tenor vio con lujuria a una cantante. Se sentencia que un film sea retirado de la programación porque los criados eran de color. Se condena a un libro por la militancia política de su autor. ¿Sería posible para un Nabokov de nuestros días escribir una Lolita en los tiempos que corren? Hay un silente comité de salud pública guiado por aquellos que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. En el secretismo de un diario, en el cómodo escondite de la confesión no es posible erigir reputaciones ni derribar sospechas: la personalidad está allí sin otra mirada que la de su mismidad seguidora. Adolfo Bioy Casares tuvo esa honestidad y dejó claro lo que lo acompañaba. Al lado del escritor y el intelectual que fue tuvo una obsesión de una visible importancia en su vida a juzgar por su propio diario: las mujeres.
Bioy provenía de una familia aristocrática argentina de estancieros e industriales. Tuvo una vida y un estilo de vida beneficiado por la holgura económica. Nunca trabajó para ganarse la vida aunque pedía siempre que se justipreciara el trabajo del escritor desde el punto de vista dinerario; laboró incansablemente desde la literatura y su colaboración con Borges comenzó cuando trabajaron juntos en la redacción de un folleto publicitario para una de las empresas de la familia de Bioy dando inicio a una inmensa amistad [5]. Su primer libro, Prólogo, como fue también el caso del padre de Borges respecto a Fervor de Buenos Aires, fue financiado por Adolfo Bioy [6], padre. Tuvo algunas posiciones honorarias en la Sociedad de Escritores Argentinos y como miembro de la junta directiva del exclusivo Jockey Club de Buenos Aires. Adolfito, como era conocido por sus cercanos, se casó con una mujer once años mayor que él: la escritora y dibujante Silvina Ocampo, hermana de Victoria Ocampo. Silvina y Bioy no tuvieron hijos. Bioy trajo una hija y un hijo al matrimonio fruto de sus aventuras extramaritales, a los que Silvina crió y quiso como si fueran propios. Victoria y Silvina Ocampo eran las herederas de una cuantiosa fortuna lo que le permitió a Victoria ser una mecenas del arte y de los escritores, fundar la Revista Sur que también publicaba libros, y la Editorial Sudamericana. Tanto Bioy como Borges tenían grandes diferencias con Victoria que lindaban con un secreto desprecio. Borges se refiere despectivamente a ella en el Borges de Bioy Casares y Bioy lo hace en su propio diario [7] con la salvedad de que siempre presenta los dos puntos de vista. En ese sentido, apelaba a la ecuanimidad, cosa que Borges no hacía aunque debemos entender que las confesiones de Borges se las hizo el maestro a Bioy sin saber nunca que las publicaría. Bioy nunca deja de ser ponderado y tenía mayor capacidad de no malquerer a sus contemporáneos como en efecto lo hace Borges.
Según el historiador y diplomático, Pacho O’ Donnell, la vocación fundamental de Bioy era ser un gran deportista pero el talento intelectual lo sobrepasó [8] y el intelectual y creador se impuso a cualquier cosa. En su relación con las mujeres privaba de alguna forma esa necesidad de acumular trofeos. Su diario no delata los nombres de sus amantes salvo los de Helena Garro [9], la esposa de Octavio Paz, y Beatriz Guido. Se le escapan estos nombres pero la tónica de sus páginas no es desvelar identidades pero sí propósitos. Nuestro autor es vanidoso y pretencioso con el tema: llega a ufanarse de que por cortesía no mira a otras mujeres mientras está con ellas [10]. Del matrimonio piensa que se trata de una prisión y que los únicos que quieren casarse son las mujeres, los curas y los homosexuales [11]. Colecciona mujeres sin detenerse, lo importante es tenerlas, son como yeguas que se repiten [12], tiene las fijas o indiferentemente “la de turno”, a veces cultiva más de una a la vez [13], con las que construye una relación de años, y termina aburriéndose porque todas aspiran a casarse. Esto lo recalca a lo largo del diario: “el hombre no se va con ellas por horror al matrimonio [14]: una vez, ingenuo; dos, vicioso” [15]. Su máxima aspiración es tener sus amantes sin compromisos [16]. La alegría lo “impulsa al amor físico” [17]. Reproduce en el libro un diálogo que tuvo con Silvina Bullrich [ 18], de carácter desenfadado quien le recuerda a Bioy las prioridades que tuvieron en la juventud: “Es que para vos y yo –dijo– lo más importante de la vida ha sido encamarnos. Lo demás venía después” [19]. En su juicio a las mujeres puede ser hasta cruel: “Las mujeres son como las venéreas de antes: por un corto placer, una larga mortificación” [20]. La búsqueda del placer en la mujer y señalarla como objeto de satisfacción lo deja señalado en esta cita referida a la mujer del prójimo que, huelga decir, Bioy tampoco respeta: “La mujer del prójimo. Por algo prohibieron la mujer del prójimo. Ninguna hallarás de goce tan apasible. Desde luego, si quiere todavía a su hombre, te fastidiará con lamentaciones de pecadora arrepentida, y si ya no lo quiere, con apremios para que te hagas cargo de ella [21]”. En su invocación de su idea de la felicidad, Bioy jerarquiza en importancia al sexo antes de que a la literatura [22]. Sus diarios son igualmente un recorrido que incorpora las voces de la calle y como Buenos Aires tiene unos taxistas peculiares (supongo que como toda ciudad, pero los taxistas porteños son unas autoridades en todo. Diría que insuperables) pone a hablarlos en sus páginas: “Comentario de un taxista, señalando a una muchacha: Se cree que porque son lindas no las vamos a pisar. Las pisamos igual” [23]. No cabe duda de que su vida personal y su relación con las mujeres distan de ser virtuosas. Podría verse como un sátiro que además no le otorga consideración ni paridad a la mujer: la ve de camino al placer. Pero esta concepción ha podido dejarla guardada bajo la alfombra pero tuvo la sinceridad de preservarse para que no quedara duda sobre quién era y cómo pensaba, valentía que aunque sea acusada de póstuma sigue siendo valentía. Era tan jactancioso en ese particular que hasta deja registrado el piropo que le hizo un hombre [24]. Silvina Ocampo estaba al tanto de las correrías de Adolfito, de su prontuario sentimental y solía decir que la única prueba de que su amor por ella era el único, era que nunca dejó de llegar a su casa desde que contrajeron nupcias [25]. No pretendía Bioy ser íntegro y al intentarlo falla cuando por ejemplo critica el supuesto alcoholismo de Jean-Paul Sartre, y le contrapone su propio modo frugal de alimentación como un referente moral: “verduras y legumbres al vapor, carne asada, agua pura, nada de alcohol ni de tabaco ni de calmantes ni de estimulantes [26].”
El diario tiene una estructura recurrente. Hay muchas cosas que incluye en su “cajón de sastre”: referencias, anécdotas, pensamientos, ocurrencias, opiniones. Tiene en su listado personal la necesidad de referir sus sueños, prestarle atención al santoral[27], o dilucidar cuestiones idiomáticas que encuentra curiosas. Relata sus sueños de muchas épocas y da la impresión de que los hubiese dejado como un testimonio para los psicoanalistas. Bioy no creía en el psicoanálisis aunque alguno vez yació en el diván de uno de ellos: tenía sus prevenciones irónicas contra esa práctica tan argentina que hacía que “una persona psicoanalizada es indestructible: no conoce los dolores ni la enfermedad. La conclusión es evidente. Una persona que se psicoanaliza, si lo hace bien, no puede morir” [28]. Más allá de dejar servidas las piezas a los especialistas, Bioy (al igual que Sabato, por cierto) se vale de los sueños como fuente literaria. Lo dice con claridad especialmente para la primera etapa de su escritura: “Mis primeros cuentos (de 17 disparos, Caos, La estatua casera, Luis Greve, muerto) eran sueños contados. A la noche soñaba, a la mañana escribía. No me faltaban asuntos; creía en ellos, porque los sueños nos persuaden de su importancia, de su encanto, de su promesa de misterio.” [29].
La curiosidad de Bioy por los giros idiomáticos es propia de todo escritor culto y entregado a las resonancia de una lengua que nace, vive y crece en él. Bioy no invoca las palabras domiciliadas en los diccionarios de la tapa encuerada ni en el alfombrado despacho de los académicos. Patea la calle para tener encontrones con la palabra que se ha adueñado de ella. Va tras la frase altanera que pasa de boca en boca apartando a las demás. Tiene una fijación con todo lo novedoso y comprende que de esa talla están hechos los idiomas. Declara como un credo que se ha pasado la vida pensando en las palabras. Cuando Borges y Bioy se encerraban a componer los cuentos que escribieron a cuatro manos, los podía consternar y divertir la sola aparición de una expresión en las cuales pensó Bioy toda su vida literaria. María Esther Vázquez cuenta que a Silvina Ocampo la desconcertaba tanta carcajada estentórea que se escuchaba desde el despacho donde le apostaban a sus párrafos. Para el lector venezolano es muy curioso que alguna jerga que Bioy va desentrañando esté compuesta de modismos que también se usan en Caracas. Hay una familiaridad entre el habla de estas dos ciudades lejanas que intriga porque no son voces que validen el mismo parentesco lingüístico con otras ciudades hispanohablantes. Traigo a colación algunas de esas expresiones comunes que cita Bioy: cualquier cosa (cualquier cosa, me llamas); es sí o sí; o sea; agarré y me fui; Tun-tun; no se sulfure; mandar a la porra; Caray; miti-miti; mejorando lo presente; tener un buen lejos; no hay tu tía; nada que ver; reverendo (es un reverendo sinvergüenza); estar en ascuas; garúa.
Bioy utiliza el diario para hablar de sus contemporáneos. Se lamenta de no haber sido más amigo de Julio Cortázar a quien admira a pesar de sus diferentes universos políticos. Sostiene haber tenido una hermandad con Cortázar, “como hombre y como escritor. Sentí afecto por la persona. Además estaba seguro de que para él y para mí este oficio de escribir era el mismo y lo principal de nuestras vidas. [30]” Con Ernesto Sabato hay coincidencias y sobre todo, discrepancias pero tiene una inteligencia activa [31] e inventiva que molestaba mucho a Borges. Borges lo odiaba como a tantos otros. No creo que Sabato le correspondiera en el odio. De Ezequiel Martínez Estrada comenta que su “ignorancia era enciclopédica”. Silvina Bullrich inventaba que Borges le había dictado a Bioy La invención de Morel. A Borges lo menciona de pasada unas cinco veces (no en balde, le había dedicado un diario especial de 1663 páginas) pero en la página 398 cañonea que “vivió y murió entre gente con la que no se entendía” [32]. Pero insiste en que luego de la muerte de Borges el mundo ya no sería el mismo. De Enrique Anderson Imbert señala que es un profesor que no escribe movido por la admiración ni siquiera por la destrucción sino por el hecho muy democrático de que toda la literatura “tiene igual derecho a ser analizada [33]”. Quizá, su amigo más querido fue Enrique Drago Mitre, de la familia Mitre de presidentes y políticos y los dueños del diario La Nación, periódico que Drago presidió hasta su muerte a los 93 años. Drago fue junto a Borges el testigo de la boda de Bioy con Silvina Ocampo y solía bromear de cómo se había hecho amigo de Bioy desde niño: “…nuestras niñeras, Visi y Pilar, congeniaron y se divertían conversando juntas.” [34].
El género autobiográfico lo comenzó Bioy al publicar sus Memorias que aparecieron con Tusquets en 1994. El escritor y periodista venezolano Edmundo Bracho lo entrevistó en Nueva York en 1995, el año anterior a su muerte. En esa entrevista, Bioy se disculpa de no comentar su vida con Silvina Ocampo y abiertamente aceptar que tuvo muchas otras mujeres. Con respecto a su amigo Borges que lo había convertido en personaje de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, un discreto Bioy le confesará a Bracho que “el regalo que Borges me hizo no supe corresponderlo de igual manera [35].” Si Borges logró imaginar todo el universo contenido en un punto de una escalera de la calle Garay, a Bioy se le acusa de adelantarse a la realidad virtual. Su literatura está tremendamente conectada a lo fantástico y en La invención de Morel, el personaje ha descubierto una realidad alterna (virtual) a la suya. La tragedia es que quiere vivir en su descubrimiento. Curiosamente, el protagonista de esa novela publicada en 1940 es venezolano y Bioy que no en balde le han enrrostrado alguna capacidad de adelantarse al futuro, nombra al final de sus páginas la autopista a La Guayra y sus túneles que serían construidos años después [36]. Bioy trató de acercarse desde lo real al “borde ilusorio de la metafísica” que podría ser lo fantástico, frase de Plan de evasión, otra de sus magníficas novelas y que sitúa en la Guayana Francesa. Paradójicamente, un hombre de tanta lucidez, proyecto y seguridad fue un gran tímido. Le aterraba hablar en público. No en balde cuando es premiado con el Cervantes, da un breve discurso que no llega a los diez minutos. En rigor, siempre he pensado que los escritores hablan y más que suficientemente a través de sus libros por lo que exigir que sean oradores es manifiestamente incompatible con su función.
El diario es una inteligente desembocadura de tantas cosas que llamaron la atención de Bioy. Hay aforismos, viejos y nuevos versos, viajes, rostros, conversaciones callejeras, diálogos en La Biela, el famoso bar que siempre lo tuvo de habitual, paradojas, cuentos breves y extraordinarios [37], el recuerdo de una calle, frases de ocasión, lecturas realizadas, sus afanes literarios, su relación con los editores, la invocación de un olor, de una infancia que de pronto se convierte en vejez consigo de protagonista. La vejez le pesa con todos sus problemas de salud. Se siente al final de sus años como un “techo lleno de goteras”. Llevar estos diarios lo ayudó a no perder la práctica de la mano o de la cabeza, como admite. Concluye que también sus diarios le hacen ver que tuvo hipocresías aun consigo mismo. ¿Y quién no las tiene o no las ha tenido? Por ello insistía con anterioridad en ese coraje que Bioy Casares reúne en su identifaz para dar esta versión nada fácil de sí mismo que le sella el pasaporte hacia lo que desconocerá, que le otorga un equipaje, ligero o no, para los tiempos de un futuro que sólo podrá conjeturar. Al hablar de los testamentos Bioy pensaba que podían ser bombas de tiempo. Su diario es también un legado explosivo. Sólo que el mecanismo de relojería que ingenió es de una carga benigna para recontar muchas veces esta vida creadora e inteligente.
[1] “…tu contraego, una identidad que conoces y les has colocado encima un antifaz”, se escribe en esta novela.
[2] www.dicese.es › archivos › dicese › identifaz-digital
[3] Bioy Casares, Adolfo. Borges, Edición al cuidado de Daniel Martino. Editorial Destino, Colombia 2006.
[4] Bioy Casares, Adolfo. Descanso de caminantes. Diarios íntimos. Edición al cuidado de Daniel Martino. Editorial Sudamericana, Buenos Aires 2001.
[5] María Esther Vázquez señala que se trataba de una “amistad inglesa” de esas en las que no se realizan confidencias. El Borges de Bioy desmiente esa apreciación porque Jorge Luis Borges, fracasado en el amor y un enamoradizo sin éxito, le confesó siempre a Bioy sobre sus idilios nunca concretados que lo atormentaban y perseguían. Bioy Casares, Adolfo. Borges, Op. Cit.
[6] Bioy tuvo mucho humor siempre. Sostenía que su padre, sin duda de otra época, “no había aprendido a hablar por teléfono.”
[7] Bioy endulza primero sus dardos: “Me pregunté por qué no fui nunca verdaderamente amigo de Victoria Ocampo. Mis padres la querían mucho y eso me predispuso en su favor. Admití, alguna vez, que Sur era importante y pude creer que el material de lectura tenía su parte en el agrado que me producían el papel muy blanco, la tipografía nítida y la elegante composición (estoy hablando, es claro, de los primeros números). Sé que Victoria era una buena persona. Decir que era mandona, ególatra, vanidosa no es faltar a la verdad; pero sin duda uno sobrelleva a mucha gente así. ¿Entonces?…Victoria ofrecía amistad y protección a cambio de acatamiento. Naturalmente no esclavizaba a nadie. En su casa, los amigos tenían toda la libertad de pupilos de los últimos años de un colegio. Porque esto era así, el grupo de Villa Victoria siempre me pareció un poco ridículo. La reina y sus acólitos o bufones. Bioy Casares, Op. Cit. p. 289. Cuando murió Victoria Ocampo en 1979, Bioy se refirió a la nota del periódico La Nación como de “frenética exageración”. Y abunda sobre los homenajes que se le tributaron: Errare humanum est.
[8] Ciudad natal Adolfo Bioy Casares. Tranquilo producciones. https://www.youtube.com/watch?v=wofZJWdUiz4
[9] “En un cafetín de Versailles, sin duda con Helena…”. Bioy, Op. Cit., p. 246.
[10] Bioy, Op. Cit., p. 47.
[11] Ibídem, p. 49.
[12] “Escribo sentidamente: Con una mujer u otra la vida es la misma potra”. En: Bioy, Op. Cit., p. 80.
[13] “…estaba obsesionado por la idea de acostarme con dos mujeres”. Bioy, Op. Cit., p. 123. “Cuando introduje en mi vida a una segunda concubina, todo mejoró: hasta los amores”. Ibídem, p. 287. “Citando una frase de Rinaldi, confesaré que mis mejores placeres fueron los de un fornicador a la bonne franquette”. Ibídem, p. 336…”Alguna vez he fantaseado con un club de mis mujeres, en el que se encontraran por azar (ignorando todas que yo era una circunstancia común entre ellas), y descubriendo costumbres comunes, no muy importantes, como la de tomar té cargado, con tostadas, por las tardes. “¿Cómo? –se preguntarán con asombro-. ¿Vos también tomás té chino? ¿Sin leche? ¿Cargado? Quizá por este catecismo recíproco llegaran a la verdad. ¿O la sabían y me la ocultaron?” Ibídem, p. 104.
[14] Esta frase no puede ser más representativa de su visión del matrimonio: “Los enamorados más identificados el uno con el otro, los que más se quieren y se entienden, secretamente luchan entre sí; la mujer para llegar al matrimonio; el hombre, para evitarlo; o, increíblemente, viceversa”. Bioy, Op. Cit., p. 91.
[15] Ibídem, p. 88.
[16] Escribe Bioy en 1979: “De un tal Pousley, que desapareció (quizá se suicidara o lo asesinaron) en la bahía Chesapeake, su amante, una psiquiatra, dijo: “Uno de sus problemas era la ambivalencia del deseo de estar junto a alguien y estar libre”. Creo que ésa es una ambivalencia muy común entre los hombres; a mí (Bioy) me acompañó toda la vida, sin mayores inconvenientes”. Bioy, Op. Cit., p. 89.
[17] Ibídem, p. 269.
[18] Borges estuvo enamorado de Silvina Bullrich y ella aprovechaba para burlarse de él cuando la buscaba echándole en cara que estaba con algún amante. Silvina era volcánica y no le importaba llamar maricón delante de todos al escritor Manuel Mujica Láinez aunque se tratara de una comida en honor al propio Mujica: “Tenía que llegar tarde, naturalmente, el maricón de mierda”. Mujica le contestó: “Cállate, vos, gaucho con concha”. Bioy, Op. Cit., p. 143.
[19] Bioy, Op. Cit., p. 110.
[20] Ibídem, p. 115.
[21] Ibídem, p. 151.
[22] “Receta. La felicidad completa yo la consigo con: Salud. Coitos frecuentes y satisfactorios. Invención y redacción de historias. Apetito y buenas comidas. Despreocupada holgura económica. Una buena compañera a mi lado. Una casa agradable, en un lugar agradable, para vivir con ella. Abundancia de libros. Cinematógrafos, no demasiado a trasmano. La familia del otro lado del mar.” Bioy, Op. Cit., p. 176. (Las negrillas son mías)
[23] Ibídem, p. 116.
[24] “En la comida de la Cámara del Libro, en la mesa de Emecé, me encontré con Gudiño Kieffer. Fui muy amable con él. Nos reímos bastante. Cada uno contó historias que habían lastimado su propia vanidad. De pronto, en voz baja y mirándome fijamente, me dijo: -No creas que lo que voy a decirte es una manifestación de homosexualidad: sos un hombre lindísimo”. Ibídem, p. 108-109.
[25] Lo refiere María Esther Vázquez en Ciudad natal Adolfo Bioy Casares. Tranquilo producciones. https://www.youtube.com/watch?v=wofZJWdUiz4 El propio Bioy se lo refiere al periodista y escritor venezolano Edmundo Bracho: “…mi relación con Silvina es algo muy especial y algo sobre lo que me cuesta mucho escribir. Hay culpa, hay pudor y hay otras cosas que aún no descifro detrás de todo ello. Me alivia el recuerdo de Silvina diciéndome antes de morir que sabía que yo la quería porque aun habiendo tenido otras personas, siempre había regresado a ella”. En: Bracho, Edmundo. “Entrevista a Adolfo Bioy Casares” en: El oponente, Alterlibris ediciones, Caracas 2000, p. 42.
[26] Bioy, Op. Cit., p. 258.
[27] Bioy está siempre refiriéndose al santoral. Su invocación es histórica, anecdótica y literaria. Surte un efecto de refugio y celebración: “Soy un llorón repulsivo. Soy ateo y hoy he llorado por Santa Escolástica, la hermana gemela de San Benito, que vivió en el siglo VI. Sintiendo la muerte próxima, Santa Escolástica pidió a Benito que no se apartara de ella esa noche. San Benito se negó, porque no quería infringir la regla que él mismo estableció para la abadía de Montecassino: ningún monje podía dormir afuera. Escolástica se echó de rodillas y empezó a rezar e inmediatamente se desató una terrible tormenta. El santo no pudo volver a Montecassino. –Hermana mía, ¿qué has hecho? – preguntó Benito. –Te pedí algo y me lo negaste. Dios me lo ha concedido. Tres días después murió la santa. La enterraron en Montecassino. Tres semanas después murió Benito. Lo enterraron en el mismo sepulcro.” Bioy, Op. Cit., p. 291.
[28] Bioy, Op. Cit., p. 82. Remata su cita con que “Freud ha de estar vivo, escondido en alguna parte.” Y ofrece su propia definición del psiconálisis: “Una seudociencia, que halla justificación en su eficacia curativa, que no existe.” Ibídem, p. 211.
[29] Ibídem, p. 252.
[30] Ibídem, p. 292.
[31] “De vez en cuando Sabato se permitía, a manera de apoyo, pedanterías infantiles, que molestaban a Borges. Si había dicho algo intencionadamente paradójico, exclamaba (como si hubiera hablado otro y él aprobara por lo menos la audacia del concepto): ¡Margotinismo puro! El tono de ese comentario aparentemente críptico era de extrema suficiencia. Si uno pedía explicaciones, Sabato vagamente y con aire de pícaro aludía a un profesor alemán llamado quizá Margotius o Margotinus o algo así. Evidentemente se trataba de su Monsieur Teste, su Bustos Domecq, su Pierre Menard; no quería ser menos que nadie; Borges no celebraba la broma: tal vez la invención de Sabato no fuera más allá del supuesto profesor, no llegara nunca a un reconocible estilo de pensamiento. A falta de eso, ponía Sabato ese inconfundible tono de satisfacción para exclamar ¡Margotinismo puro! De todos modos, Sabato me parecía digno de estímulo y convencí a Borges (lo convencí superficialmente, para nuestras conversaciones de entonces) de que Sabato era inteligente.” Ibídem, p. 129-130.
[32] Ibídem, p. 398.
[33] Ibídem, p. 386.
[34] Ibídem, p. 214.
[35] Bracho, Op. Cit., p. 43.
[36]“ Por desgracia, no todas mis cavilaciones son tal útiles: hay —solamente en la imaginación, para
inquietarme— la esperanza de que toda mi enfermedad sea una vigorosa autosugestión; que las máquinas no hagan daño; que Faustine viva, y dentro de poco yo salga a buscarla; que nos riamos juntos de estas falsas vísperas de la muerte; que lleguemos a Venezuela; a otra Venezuela, porque para mí tú, eres, Patria, los señores del gobierno, las milicias con uniforme de alquiler y mortal puntería, la persecución unánime en la autopista a La Guayra, en los túneles, en la fábrica de papel de Maracay; sin embargo te quiero, y desde mi disolución muchas veces te saludo;..” En: Bioy Casares, Adolfo, La invención de Morel, Ediciones Cátedra, Madrid 1982, p. 185.
[37] “A un jinete mogol le preguntó un misionero si no quería ir al cielo. Él preguntó si podía llevar su caballo. El misionero le dijo que no había caballos en el cielo. ‘Entonces el cielo no me interesa’, dijo el mogol.” Ibídem, p. 294.
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