La arquitecta Brigitte Reimann es la personificación literaria de una de las mejores escritoras alemanas del siglo XX.
De la poderosa mezcla que proporciona la unión de estos tres elementos, surge un personaje con la intensidad suficiente para sostener por sí misma el peso de esta extraordinaria novela. Franziska nos evoca en su persona esas arquitecturas en las que la estructura se muestra desnuda, el resultado natural de los esfuerzos hechos materia, la resistencia hecha belleza.
“Con raya en los vaqueros, el pelo como piel de zorro, y los dientes indecentemente sanos”, esta mujer excepcional, audaz, humana y obstinada, va descubriendo su camino a ritmo de contradicción y con pasos de rebeldía. Incansable, llena de entusiasmo, y con “un talento para ser feliz”, se levanta una y otra vez de tropiezos, caídas, y empujones. Una y otra vez todo a su alrededor parece desmoronarse, dejándola sola ante su futuro, sosteniendo en su mano —izquierda— un hilo de Ariadna hecho con su afecto y su profesión, que la devolverá a la salida del laberinto humano y social de un momento convulso y en cambio.
Franziska tiene que construir su vida, en el justo momento en el que se está construyendo la República Democrática Alemana. Y decide participar de ambas obras en una ciudad nueva y amnésica, Neustadt —Villanueva—, planificada y habitada por gente que quiere olvidar. Una ciudad con la apariencia de una gran sala de espera fabricada en Moscú, en la que la vida parece más bien una preparación, para otra vida que queda siempre delante y por llegar. Será sin embargo allí donde su idealista rechazo a las limitaciones e imposiciones hará que empiece a vivir, y a sentirse viva.
Segura en la mesa de dibujo, y vulnerable en su vida personal, la arquitecta conseguirá fundir su frente humano y su empeño profesional con el único objetivo de hacer que la vida de la gente sea mejor. Entre los dibujos y obras de Franziska, Reimann lanza un intenso mensaje de crítica a la construcción de la ciudad genérica, instantánea, homogénea y estandarizada, tan vigente entonces como hoy. A una ciudad hueca, hecha sin las huellas del hombre en su tiempo, sin el cocer lento de la historia y la cultura, sin las particularidades que nacen de los sueños y la memoria colectiva de sus ciudadanos. A esa ciudad estéril y anónima, planificada por “sacerdotes de las retículas y funcionalistas de hoy en día, que matan la fantasía en nombre de la realidad y las emociones en nombre de la economía…”.
La gran amistad que unía a la autora con el arquitecto Hermann Henselmann —En la ciudad del mañana, de Errata Naturae 2013, recoge la correspondencia entre Henselmann y Reimann— se desvela en el libro en un amplio conocimiento del pensamiento arquitectónico del momento. Son numerosas las referencias que emanan en el texto a los planes de Le Corbusier, a La inhospitalidad de las ciudades, de Alexander Mitschelich, a La ciudad en la historia, de Lewis Mumford, o en forma de miradas que emigran buscando el rico occidente constructivo de arquitectos como Richard Neutra. Pero la autora va más allá, y bajo pseudónimo invita a construir la novela a algunos de los más representativos arquitectos de la RDA. Si Rudolf Hamburger o Richard Paulick aparecen como personajes secundarios, es fundamental en la trama la contradicción interna que producirán en Franziska las enseñanzas heroicas del propio Henselman, que la alientan desde el olimpo urbano de las grandes ideas, y el fiel seguimiento a la anónima ortodoxia marxista de Siegfried Wagner en una pequeña ciudad de provincias, contra el que ella lucha reclamando el papel humano del arquitecto.
Franziska no quiere fabricar dormitorios de cemento, sino construir lugares vivos y bellos para las relaciones humanas, reclamando el papel activo, digno y ético del arquitecto al servicio de una sociedad. Y es que, desde la necesidad elemental del cobijo hasta la erección de los grandes símbolos, construir una nueva sociedad sobre las ruinas todavía humeantes de otra hace de la arquitectura una herramienta fundamental, que puede ser tan útil como peligrosa. Ser conscientes de su papel es la gran lección de arquitectura que la autora nos da, una invitación a buscar “la síntesis entre el hoy y el mañana, entre la desangelada construcción de bloques y la calle jubilosa y viva…, entre lo necesario y lo bello”.
Y es inevitable hablar de la arrolladora personalidad de la autora, manifiesta de forma evidente en todos los rincones del libro. Brigitte Reimann se desnuda en esta novela, tan fuerte y tenaz como —ya— frágil y enferma. El libro es una curiosa estructura de comunicación que nos dirige en tres canales, llegando en ocasiones como una envolvente voz en off, escrita como una carta autobiográfica dirigida a su amante, y siempre hablando liberada desde debajo del plumaje de “aquel gorrión de uno cincuenta y cuatro” llamado Franziska.
La imaginación y el alma de la escritora, y los ojos y el pensamiento de la arquitecta, nos adentran en cada escena como una magistral evocación en voz baja, una contextualización casi fenomenológica rebosante de olores, colores, formas y sensaciones. Asimismo, y cargada de los matices propios del pulso de cada fase vital del personaje, la escritura del libro evoluciona desde el sentir ingenuo de la niña a la visión crítica de la arquitecta, perdiéndose entre las bambalinas del amor de la mujer, y con la caducidad de la vida del ser humano siempre en el horizonte.
Franziska Linkerhand, firme, útil y bella, una magistral novela inconclusa ligada a una vida inconclusa, que acompañó a Brigitte Reimann hasta sus últimas letras, y que, sin duda, acompañará al lector con su espíritu aventajado, crítico, vital, y humano.
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Autora: Brigitte Reimann. Título: Franziska Linkerhand. Editorial: Errata naturae. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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