El cubano Antonio Álvarez Gil (Melena del Sur, Cuba, 1947) es un escritor con una obra sólida y extensa y de una calidad contrastada. Un buen número de novelas, algunas con prestigiosos premios de ámbito nacional, la última Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver (2016), cinco libros de relatos, el último titulado Nunca es tarde (2005), galardonado con el premio Internacional de Narrativa Generación del 27, en Málaga, y un libro de reflexiones o ensayos titulado La otra Cuba (2005), lo ponen de relieve. Al igual que en España contamos con un largo elenco de escritores que formaron parte de lo que hemos dado en llamar “la España peregrina”, Antonio pertenece a una suerte de “Cuba peregrina” que lleva años extendiendo por el mundo su visión de la realidad, de profundas raíces cubanas, y, a la vez, asimilando y procesando la experiencia cosmopolita, trasnacional, que conforma la cultura contemporánea. Ahora, respondiendo a esa vocación universalista, Álvarez Gil nos ofrece una novela extremadamente singular y de título algo más que simbólico: A las puertas de Europa. Si en uno de sus libros anteriores, Callejones de Arbat , Álvarez Gil abordaba una afilada reflexión sobre la URSS anterior a la perestroika y sobre los niños de la guerra de España, en esta última encontramos un mundo terriblemente actual: el de los refugiados procedentes de Oriente Próximo, de la guerra de Siria sobre todo, que llegan al bienestar de los países europeos cargados de desolación e impotencia y de afán de búsqueda de un horizonte de paz, de trabajo, de libertad, algo imposible bajo las bombas y la violencia y la intolerancia.
Se trata de la primera novela escrita y publicada en España (fue finalista del Premio Nadal del pasado año) que se adentra en ese dramático territorio, tan próximo a nosotros por otro lado. Su argumento se desarrolla a partir de un universo muy acotado de personajes: de un lado, Hassán y Mourad, dos jóvenes sirios de creencias religiosas muy diferentes convertidos en refugiados después de ser víctimas de una guerra sin fin; de otro, Adriana, Pietro, Lucia y Domenico, vigas del mundo que los acogerá a su llegada a Italia; a ellos cabe añadir una serie de personajes secundarios cuyo nombre no parece esencial.
¿Cómo caracterizar la novela? Sin ninguna duda, se trata de una novela crítica, de un texto que pone en cuestión el papel de las grandes potencias en la guerra de Siria (y, por derivación, en otras guerras próximas) y la falta de convicción de Occidente para acabar con ella y para aplicar soluciones colectivas humanitarias que aborden la inmensa diáspora que se está viviendo.
Es, también, una historia de amor con un cruce de sentimientos presentado de una manera sutil e inteligente entre Adriana, que representa el mundo del bienestar, y Mourad, uno de los jóvenes. Esa experiencia tiene una lectura clara e imprescindible: un canto al mestizaje, al encuentro entre culturas y civilizaciones, un alegato contra la xenofobia y el desprecio de unas culturas y costumbres por otras. La mirada del narrador hacia los mundos que unos y otros personajes representan es una mirada compasiva y solidaria y, a la vez, comprensiva. Con el mundo asolado de una Siria en ruinas en el primer caso, y con Occidente y, sobre todo, con ciertos segmentos de la sociedad italiana en el segundo. No estamos, por tanto, ante la vida casi imposible en los campos de refugiados, sino en un medio, la Italia norteña próxima al lago de Garda, en el que los “anfitriones” muestran una actitud abierta, protectora, incluso de ayuda y de búsqueda de salidas. El hecho de que el narrador sitúe a los jóvenes refugiados en ese territorio no es una opción inocente. Ayuda a intensificar el contraste entre dos realidades: la de la guerra y la desesperanza, el mundo de hambre, miseria y necesidades básicas sin resolver; y el de la opulencia de la sociedad del bienestar de Occidente. Incluso la muerte violenta, presente también en la cotidianidad pacífica del país de acogida, aparece como una suerte de prolongación de las guerras y sus derivaciones más odiosas.
En una narración de estas características no podía estar ausente la religión. Dos creencias que en tiempos no tan lejanos convivieron pacíficamente (Hassan es árabe musulmán, Mourad es cristiano y armenio), y que se han convertido en excusas para la violencia, acaban de nuevo dándose la mano para buscar la supervivencia y una vida mejor tanto en la dramática huida de origen como en la nueva realidad. Álvarez Gil pone, además, la lupa en el apacible y acomodado mundo de las explotaciones vinícolas familiares de las comarcas norteñas de Italia. Y en la cultura del vino, tan ajena al mundo árabe y en las antípodas de la experiencia del personaje central.
A las puertas de Europa es un relato técnicamente apegado a la tradición más clásica. El autor elude el experimentalismo y las vanguardias y va en directo a contar una historia. No es fácil evitar los desfallecimientos en el arte narrativo. Álvarez Gil lo logra con una gran destreza. Quizá el secreto se encuentre en que está escrita en un castellano límpido, preciso, directo en el que de vez en vez asoma el destello poético, la descripción casi pictórica. En el fondo se trata de dibujar una utopía y un mito asentados en los países menos desarrollados y en permanente conflicto: el sueño del norte. Porque Italia aparece como estación de paso, como un lugar transitorio hacia los países nórdicos, hacia Suecia (el autor vivió allí largos años y tiene también esa nacionalidad) como paraíso de destino para gozar de los derechos civiles y de una vida digna.
Una novela necesaria que abre una puerta: España es también lugar de paso de oleadas de inmigrantes y refugiados que llegan del norte de África. Un buen motivo para la reflexión. Política, social… y literaria. Álvarez Gil traza un camino.
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Autor: Antonio Álvarez Gil. Título: A las puertas de Europa. Editorial: Huso. Venta: Amazon y Casa del libro
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