¿Qué haces aquí, quién te ha invitado? Vienes a esta habitación, me interrumpes, revoloteas haciendo ruido y tienes encima la insolencia de acercarte, como si te insinuaras. ¿A qué vienes?
Y ahora, ¿qué pretendes? ¿Quieres salir de aquí, estás jugando? ¿Sabes que te estás chocando contra un cristal? ¿Sabes siquiera lo que es un cristal? ¿Cuánto tiempo tienes? ¿Días, semanas? ¿Cuánto tiempo vivís? Primero habría que saber qué eres, cuál es tu especie.
Si eres una mosca, tu vida ronda el mes. Tanto hembra como macho. Como tienes pinta de moscardón, según he mirado, puedes alcanzar hasta medio año. Puede que también haya varios tipos de moscardones. La horquilla entre un mes y los seis es demasiado amplia. En el fondo me da un poco igual. Llegas, das vueltas y no sé qué hacer contigo, si aplastarte, si abrir la ventana para que te vayas, si darme la vuelta y hacer como que no has venido.
No acabo de entenderlo. Estamos a sábado 28 de marzo, ayer nevó en esta misma calle y apareces tú al día siguiente. Como si desafiaras el calendario, como si trajeras un mensaje. ¿Eres una metáfora de algo? Haz algo que me llame la atención, justifícate. Por ejemplo: pósate sobre el telescopio y permanece ahí durante… con medio minuto me conformo. Venga, hazlo. Es el único modo que tienes de que te tome en serio. En tu mano está que no vaya a cazarte, que recurra al matamoscas que tengo en la cocina desde hace unos meses y empiece a atosigarte hasta acabar contigo.
……
Una mosca. Una simple mosca. Por qué una simple mosca me desvela, unas cuantas horas después, el sueño. Por qué me inquieta, qué puede tener una mosca para que me tenga en vilo. Tendría que estar durmiendo, como el resto del mundo. Son casi las tres de la madrugada y estoy escribiendo sobre una mosca. Una mosca que apareció no sé de dónde y que se empeñó en merodear por la ventana de la habitación.
No fue un sueño, ni una fantasía. Esa mosca existió. Aunque sea marzo. Y no voy a llamar a nadie para preguntar si alguien vio alguna mosca en su casa. Sería ridículo.
—Perdona, pero ¿tú has visto moscas en tu casa? Sí, hoy mismo, ayer. En serio. Ya sé que aún no estamos ni en abril. ¿Tú crees que ahora puede haber moscas?
……..
Puede que yo sea esa mosca. Puede que yo quiera salir de esta casa. Puede que yo fuera la mosca que quisiera jugar. Que subiera por el vértice que se forma entre la hendidura de la ventana y el cristal, poco a poco, hasta arriba; que luego me adentrara en el cuarto, que volara hasta la lámpara, que descendiera a la cama, que siguiera por la librería, que me posara allí un rato, que saltara de un estante a otro, que saliera hasta el pasillo, que inspeccionara el cuarto de baño, la habitación pequeña, que anduviera por el salón, que me posara por las plantas del cesto de anea junto a la televisión, que anduviera por la mesilla de la lamparita junto a los sofás, que saltara a la mesa de la cocina, que jugueteara entre las migas de pan de la mesa, que hiciera equilibrios por encima de la ropa del tendedero, encima del grifo, de la cazuela sucia del fregadero. Puede que estuviera buscando algo, quizá que estuviera dando vueltas a… no sé, alguna idea, algún propósito. Algo que se me escapa.
Pero no se me ocurre nada.
También puede que me estuviera ahogando, que estuviera llamando la atención de quien estaba sentado en ese viejo y deslucido sillón de orejas, desmadejado, leyendo un libro con una manta encima, provocándole al posarme encima de una de sus zapatillas. Llamando su atención. “Estoy aquí, mírame”.
Le costó levantarse. Tuve que toparme con el cristal de la ventana una y otra vez, hacer ruido para que la abriera. Me la tuve que jugar. No encontré otra salida. Todas las ventanas de la casa estaban cerradas, todo estaba como dormido. Ningún ruido, ningún movimiento. Sólo ese monótono tic-tac del reloj de pared.
Logré que ese hombre se levantara. Primero quiso aplastarme varias veces con una almohada, pero la esquivé hasta que se rindió y me dejó salir. Cerró la ventana para que no tuviera la tentación de entrar de nuevo.
Ahora estoy fuera, voy de una rama a otra, de un banco del parque al borde de una papelera. Empieza a hacer frío y nadie parece saber que dentro de un rato estaré muerta. Por más que di vueltas y vueltas por la ventana de aquella habitación no conseguí que me viera ni que me oyera.
Sólo soy una mosca. Una mosca en el mes equivocado. Una mosca que ha perdido la orientación. Una mosca cansada, quizá enferma. Pero una mosca. Ni más ni menos.
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