Llegamos aquí con la mudanza.
(…) Tenía un runrún en los oídos todo el tiempo.
¿Vosotros también lo oís?
(…) Hasta que al final caí…
Lo que oigo es el silencio
Que llevaba veinte años sin oír
En Estocolmo.
Así habla Lars Jörlén (1946) en el comienzo de Osebol. Voces de un pueblo sueco (Capitán Swing). Lars es un habitante de Osebol, la aldea sueca de 40 personas en la que nació Marit Kapla y Marit es la escritora y periodista que firma esta pequeña gran joya. Ella entrevistó durante un año a esas 40 personas, de 18 a 92 años, y compuso la ópera de las voces de un pueblo sueco, su historia oral.
Después empezamos con la recogida de bayas.
Dios santo qué cantidades recogíamos.
Llegaba una al bosque y estaba todo rojo.
Así habla Karin Hakansson (1926-2017), la mujer que recolectaba bayas con una cesta de 30 kilos a la espalda. Que dice que cuando los cazadores de alce se reunían en el granero a descuartizar las piezas, tenía que hacer café y pastel para 60 hombres. Que dice yo siempre he estado en la cocina, cuando no estaba en el bosque.
Todos los relatos de Osebol se acercan al bosque, merodean por el bosque, los cuarenta habitantes tienen siempre el canto del bosque en sus palabras. Porque el bosque rodea la aldea, y el bosque el duro, es salvaje, pero el bosque también es refugio, y sobre todo, frente a la ciudad, es un ámbito de libertad al alcance de la mano. La suerte del bosque.
Hoy la gente quiere hacer lo que sea
cuanto antes
y que le paguen.
Antes estaba bien que llevara más tiempo.
Elegían los árboles que iban a usar
Para tablones de revestimiento, por ejemplo.
Así habla Christer Larsson (1982), carpintero, que corre rallies y participa de vez en cuando en la caza del alce. Se mudó de la ciudad a la antigua casa de sus abuelos. Larsson lo cuenta con palabras sencillas, todos hablan con palabras sencillas, conversaciones que dan vueltas, retroceden, se acercan, se alejan de los temas, conversaciones recogidas en el orden espontáneo en el que fueron dichas y que llegan al centro del alma de cada uno de los entrevistados. Marit recoge las voces en una suerte de letanía poética, que ni empieza ni termina, una letanía eterna, circular, con una cadencia que atrapa, un ritmo ancestral.
Que aquí la vida sea dura
Muy ruda
Me resulta atractivo.
Quiero que haya esa rudeza.
Quiero una naturaleza en crudo.
Así habla Ingrid Sarnefors (1965), hija de padres suecos, que nació en Silicon Valley y pasaba los veranos con sus primos en Suecia. Se mudó a Osebol porque quería un cambio, porque quería el bosque. Dice que nadie se toma en serio a los americanos, piensan que son una panda de idiotas. Reflexiona sobre su vida sin que parezca una reflexión, cuenta que le costó adaptarse, cuenta que se hizo bombera.
Bomberas, jubilados, exmilitares, enfermeras, ganaderos. En estas 800 páginas discurre la intrahistoria de un pueblo, con sus alegrías y sus desvelos, es el retrato de los supervivientes de la Suecia vaciada. Vemos el retrato del pasado, donde los niños jamás estaban solos porque siempre había alguien en esas casas de extensas familias; donde el trabajo se hacía concienzudamente, poniendo el alma en los detalles; donde el esfuerzo físico era abrumador, inmisericorde; y también el frío y había niños descalzos y ecos de la Segunda Guerra Mundial y refugiados y prisioneros. Y vemos cómo recientemente cerró la estación de esquí, cómo van recortando los servicios sociales, cómo vivir en Osebol se va convirtiendo cada vez más en una aventura excéntrica. El libro se desarrolla implacable, sin juzgar, tejiendo lenta y delicadamente un bordado eterno. Hay nostalgia, pero la justa, hay crítica social, hay poesía y, sobre todo, hay amor por el paisaje. Los que resisten en Osebol lo hacen por ese paisaje. Lo hacen por el bosque. Quieren una naturaleza en crudo. Y eso es lo que obtienen. Y eso es lo que se lee en Osebol: la vida en crudo.
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Autora: Marit Kapla. Título: Osebol. Voces de un pueblo sueco. Traducción: Carmen Montes Cano. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros.
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