Acercarse a una novela de Macrae Burnet siempre implica entrar en un juego del que se hace partícipe al lector y que se inicia, según las reglas impuestas por el autor escocés, desde las primeras páginas de sus obras. Tomando como punto de partida este planteamiento lúdico, en La desaparición de Adèle Bedeau se investiga un crimen, al igual que ocurría en Un plan sangriento, su anterior novela, un fake true crime ambientado en una remota aldea de la Escocia del siglo XIX. Encuentro sumamente atractivos algunos aspectos de la escritura de Macrae Burnet, quien, por un lado, parece empeñado en demostrar que un género popular y a veces infravalorado como la novela policiaca, que a menudo ha caído en el abuso de estereotipos y de efectismos nada recomendables, sigue ofreciendo alicientes si se da con el enfoque adecuado, con la vuelta de tuerca oportuna. Por otra parte, confirma algo que desde hace tiempo vengo pensando: el crimen es un comportamiento interesante desde el punto de vista psicológico, desde luego, pero también como comportamiento social, como gesto desviado que lleva a un individuo a transgredir las más elementales normas morales y acabar con la vida de un semejante, sin necesidad de haberse sentido amenazado, solo porque experimenta una pulsión violenta y placentera al hacerlo. A través de sus novelas Macrae Burnet se acerca al criminal, ese personaje oscuro, pero sin duda fascinante. Se divierte al crear juegos de espejos que implican a los distintos narradores de sus historias y nos hace dudar de la credibilidad de cada testimonio: nadie podría afirmar que resultan completamente veraces, ya que en su construcción influye de forma incuestionable la propia subjetividad, que altera, remodela o incluso inventa aquellas informaciones que los testigos o un presunto narrador aséptico ofrecen. Además, muestra una especial querencia por los inadaptados y les cede el protagonismo absoluto en sus tramas sin juzgarlos, por más repulsivos o malvados que parezcan. Hay una, podríamos llamarla así, curiosidad sincera por los mecanismos mentales, por los propios impulsos y los estímulos negativos externos que generan las relaciones personales y que llevan a alguien a cometer un asesinato. Gracias a esa introspección en el antihéroe y a la reconstrucción de sus vínculos con los que le rodean se deduce que el delito es, al fin, una consecuencia indeseable, pero regida por cierta lógica de esas interacciones, tantas veces patológicas, en las que se ven envueltos.
En La desaparición de Adèle Bedeau Macrae Burnet se aleja de los tartanes de las Highlands, de una sociedad rural primitiva que usa la fuerza bruta y el dogmatismo religioso para someter al campesinado y se instala en pleno siglo XX en la pequeña, y en apariencia tranquila, localidad francesa de Saint-Louis para seguir de cerca el misterio que dinamita la paz anodina de ese entorno provinciano el día en que Adèle, la atractiva camarera de un restaurante, falta al trabajo. Nadie conoce su paradero, a la joven parece habérsela tragado la tierra y esta repentina e inexplicable ausencia se convierte rápidamente en la comidilla que anima la aburrida existencia de los lugareños. En especial parece atormentar a uno de los clientes habituales de la tasca, el introvertido Manfred Baumann, que trabaja como director de una pequeña entidad bancaria. Baumann es un soltero empedernido de costumbres rutinarias que guarda en secreto la fuerte atracción sexual que siente por la empleada de la tasca, a la que acude a comer diariamente. Poco a poco vamos teniendo acceso al interior de este hombre meticuloso y anclado en sus rituales, que suele atormentarse pensando en las consecuencias que acarreará cada pequeño paso que da. Su patológica costumbre de anticiparse mentalmente a las reacciones ajenas y de obrar siempre según se espera de él le producen una angustia permanente, una rigidez en su día a día que le vale el rechazo instintivo en sus empleados y en los conocidos con los que establece algún tipo de contacto, siempre superficial, incómodo. Muy hábil esa aproximación del narrador en tercera persona, que se adentra en la personalidad maniática del protagonista y nos familiariza con sus escasas habilidades sociales, causantes, en buena medida, de la soledad enquistada en la que vive. Cualquiera que haya leído unas cuantas novelas policiacas sospecharía de él, de su obsesiva fascinación por la exuberante Adèle y sus fabulaciones en torno a cada gesto o palabra que cruza con la chica. Pero en paralelo se nos va aproximando también a la figura del inspector Gorki, que trabaja en la policía de Saint Louis y se ocupa del caso Bedeau. Entre ambos se establece lo que podría parecer el clásico juego del gato y el ratón, que se observan a distancia y se saben adversarios. Sin embargo, también Gorki nos depara sorpresas, porque con uno de esos giros sutiles tan propios del autor se nos va desvelando su larga lista de inseguridades, así como los pequeños y grandes fiascos emocionales y profesionales que de manera progresiva van estableciendo una serie de inquietantes simetrías con Baumann, el sospechoso que a priori representaría más bien su antítesis. Los dos encarnan la autoridad en sus profesiones, se diría que cuentan con el respeto y el temor de quien ostenta un cargo que implica la asunción de decisiones económicas y el respeto a la ley y el orden, respectivamente. Ambos han echado raíces en la misma pequeña ciudad, pero el origen acomodado de uno y la valía profesional del otro les auguraban un porvenir más brillante, una trayectoria más exitosa que la que realmente han llegado a desarrollar. Además de eso, cada uno de ellos vive en conflicto permanente en sus relaciones con el sexo opuesto, ya que ni el banquero ni el alto mando de la policía encuentran en las mujeres con las que establecen lazos un entendimiento, la complicidad o la sensación de hallarse frente a una igual. El sexo se vive como una lucha dialéctica y física, en la que uno de los dos amantes/contrincantes debe imponerse al otro, dando lugar a choques constantes que llevan con frecuencia a la incomunicación absoluta. Esa situación conflictiva parte, en buena medida, de la sensación de derrota que los invade, porque no son capaces de representar un modelo de masculinidad tradicional, autoritaria. La frustración que sufren Baumann y Gorsky, la dificultad que les plantea el trato con mujeres que, en lugar de asumir el papel asignado por una cultura patriarcal, llevan las riendas de sus relaciones o directamente rechazan mantenerlas, es una de las cuestiones más interesantes de la novela, el factor social que convierte una obra en apariencia de entretenimiento en un libro de mayor calado, sobre todo porque da la sensación de que el autor se aproxima a una trama más o menos convencional, a un ambiente de novela de Simenon desde una perspectiva actual. Se diría que vuelve la vista a esas historias plagadas de machos alfa, de señores que encarnan una ruda masculinidad, y que pone del revés el cajón secreto de esos personajes masculinos monolíticos, en cierta forma maniqueos, que protagonizan un buen número de obras clásicas del género.
La nueva entrega de Macrae Burnet que ahora nos trae Impedimenta me atrapó desde el principio, con su trama convencional y sus sorprendentes innovaciones. También porque uno de los temas literarios que más me interesan es justamente ese misterio del mundo contemporáneo que encierra siempre la súbita desaparición de alguien. Además, tuve a ratos la impresión de que volvía a ese lejano pasado en que me aficioné a leer de forma gozosamente adictiva novelas de crímenes y una trama enigmática conseguía envolverme en el tenso disfrute que de ir avanzando a ciegas por un camino intrincado, deseando llegar al final de la historia y descubrir una verdad inesperada, sospechando en el ínterin de casi todo ser viviente que aparecía en cada capítulo. Por otro lado, me ha producido una dulce nostalgia dar con una historia que me trasladó a un mundo no muy lejano, ese en el que nunca sonaba un móvil ni había nadie con la mirada perdida en una pantalla de ordenador. La desaparición de Adèle Bedeau nos permite retornar al ambiente familiar de una pequeña ciudad de provincias de los años ochenta, al interior cutre pero entrañable de los bares de siempre en los que a diario se reúne un grupo de habituales a comer, beber, jugar a las cartas o simplemente dejar pasar la vida. Veo en ese mundo una cultura de la derrota asumida sin grandes aspavientos y representada, como decía antes, por los dos antagonistas, Baumann y Gorki, pero también por el resto de la galería de personajes insignificantes y sin embargo dotados de un particular encanto que desfilan por las calles de Saint-Louis.
Y concluyo sin desvelar las hábiles estratagemas de que se vale el autor de esta novela que es casi como las de antes, y he dicho bien, casi, para mantenernos en vilo durante más de trescientas páginas. Opino que es mejor que el lector descubra por su cuenta los juegos intertextuales, los vericuetos en los que habrá de internarse si desea saberlo todo de la desaparición de Adèle, sorprendiéndose a medida que le vayan saliendo al paso los atinados giros que introduce el narrador cuando decide contar o callar algo para sembrar una duda razonable o hacernos creer algo a pies juntillas guiado por el maquiavélico, maravilloso objetivo, de alargar un poco más la intriga.
—————————
Autor: Macrae Burnet. Título: La desaparición de Adèle Bedeau. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros y Amazon
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: